Alex
Llevo dos semanas como el prisionero de Zenda.
Mi hijo mayor, enmascarado en su tapabocas, aquí llamado nasobuco, como puede deambular en su moto eléctrica por la ciudad me garantiza el suministro más importante. A mí me consideran en edad vulnerable y como no hay transporte público permanezco en casa. Ahora le doy valor al cubaneo, a la solidaridad de gente que hasta me parecían indiferentes y mis vecinos o pasantes al verme en el portal me preguntan si necesito que me compren algo, unos me traen el pan, otros el hipoclorito, los jabones, andan con mi libreta de abastecimiento.
A otros voluntarios en mi barrio les encargo las viandas, plátano, malanga, tomate, zanahorias, pepinos, col y otros…
Claro, de la misma forma me piden girasoles de mi jardín para dedicárselos a Oshun, que por que no siembro cilantro y otros vegetales. Mi pueblo opina y está lleno de criterios.
Las colas en Cuba son clubes sociales donde se crean amistades y hasta surgen amores imprevistos.
Es algo típico de la mayoría de los cubanos la compartidera, la prestadera, sentirse útil, importante. Ahí está la popular canción de los Van Van cantada por el siempre joven Pedrito Calvo… Me dicen el buena gente.
Esperando el P 5, la guagua que me lleva a la Habana Vieja y espero frente al teatro Mella, fui testigo cuando un anciano avanzaba por la acera repleta de quienes esperaban el transporte y al no apoyarse bien en su bastón cayo de bruces y comenzó a sangrar por la nariz. Todos se apresuraron a auxiliarlo. Uno corrió al teatro a buscar una silla y un vaso de agua. Un joven negro le pregunto dónde vivía para avisar a la familia y salió corriendo como Usain Bolt. Una pareja de extranjeros se acercaron y ofrecieron unas servilletas de papel. Las guaguas pasaban y nadie subía. Increíble. Todos pendientes del anciano.
Los extranjeros comentaron espontáneamente:« En Cuba no hay 911 pero hay solidaridad.»
El día se alarga y la noche también. Jamás había tenido tantas pesadillas en casi todas estoy perdido en calles de una ciudad cualquiera. Sera por las tantas veces que me extravié en Moscú cuando no existía el GPS. Ansioso me despierto de madrugada y entonces a oír radio enciclopedia y radio CMBF hasta que amanezca.
En la esquina venden el hipoclorito y la casa esta limpísima. Para entretenerse también está el trabajo en el jardín y la pintura de rejas y limpieza de puertas y ventanas.
La televisión, el teléfono y sobre todo, amigos, mi perra Sonia y su nostálgica mirada con sus ojos azules. Terminaron los paseos de las 6 de la tarde y la búsqueda del pan cada mañana

Corre y ensucia la casa cuando se enfanga en el jardín y ladra a perros callejeros a través de la cerca eslabonada conocida como Peerless pero su obsesión mayor es un gato blanquinegro.
En mi calle abundan los gatos pero el susodicho la saca de quicio porque se queda impasible, mirándola a través de la reja, con una indiferencia que duele, paseándose y regodeándose frente a ella como si Sonia fuera invisible mientras mi pobre perra se desgañita ladrando y Tareco ni se inmuta.
Cada día somos visitados por el médico de la familia y los estudiantes de medicina a ver si estamos tosiendo o tenemos síntomas de gripe.
El gato blanquinegro Tareco vive en el edificio de la doctora y el esposo me acaba de informar que el gato no reacciona porque es SORDO.
Sorprendente, nunca pensé que existieran gatos sordos o al menos yo no había conocido ninguno…
Mis saludos
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