Alán González: “La apatía es similar a la muerte”

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Texto: Jorge Suñol

Fotos: Cortesía del Entrevistado

Alán González ha llegado recientemente a La Habana, tras participar en la 27ª edición del Festival de Cine de Málaga, donde regresó con cientos de fotografías, su nombre destacado en los titulares y el abrazo que compartió con su protagonista, Lola Amores, al anunciarse que ella se alzó con la Biznaga de Plata a la Mejor Actriz por su interpretación de Yolanda en la película La mujer salvaje.

Este largometraje es una de las principales motivaciones por las que nos acercamos a él. Se trata de su primer largo, y tanto su futuro como cineasta depende de este trabajo. Escribir y dirigir siempre conlleva riesgos, incluso cuando tienes una visión clara de cómo quieres narrar tus historias. Para un realizador como González, que presta extrema atención a los detalles, el objetivo es sugerir más de lo que puede captarse en una secuencia. En La mujer salvaje, esto se hace bastante evidente.

Descrito como un “retrato de violencia machista en una sociedad patriarcal” en diversas notas de prensa, el filme ha sido proyectado en distintos países. Comenzó su andadura en Canadá, en su premier mundial durante el 48° Festival Internacional de Cine de Toronto, pasando por proyecciones en La Habana durante el Festival de Cine Latinoamericano, y culminando en Málaga, por nombrar solo algunos ejemplos.

Alán ha estado presente en el recorrido internacional de su película, ya sea para presentarla o recibir algún galardón. Parte de su equipo, incluyendo a la productora Claudia Calviño y la protagonista del filme, también lo han acompañado. Sin duda, ha sido una valiosa oportunidad para dar a conocer el cine cubano independiente en plataformas de prestigio, visibilizando así la obra de jóvenes creadores cubanos con grandes aspiraciones y un discurso estético propio que gira en torno a los conflictos sociales.

El joven director cuenta ya con varios cortometrajes en su haber: La profesora de inglés (2015), El hormiguero (2017), Los amantes (2018) y Azul Pandora (2024), este último estrenado en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Rotterdam.

Alán habla sobre su labor como cineasta, sus obsesiones creativas, la experiencia de filmar su primera película en plena pandemia, su forma de presentar personajes y ajustar narrativas, así como lo que significa hacer cine en la Cuba crítica de hoy. Responde con franqueza.

Lola Amores es Yolanda, protagonista de La Mujer Salvaje.

Hablaste en otra entrevista sobre la importancia de “contar sin juzgar, no posicionarse por encima de los sujetos en los que nos inspiramos”: ¿cómo logras esto en tu obra audiovisual sin caer en excesos?

– “Intentar ser justo es mi principal premisa como artista y ser humano, y considero que es cada vez más esencial. No juzgar es mi forma de ser justo, lo cual no sé si se puede lograr completamente, pero que resulta diferente a hacer justicia, algo que me parece casi imposible. La justicia es enemiga del arte en la medida en que se presenta como objetiva, cuando en realidad no lo es. Creo que la justicia no es algo que nos competa como artistas ni en nuestra individualidad.

Sin embargo, ser justo es una decisión que puedo adoptar. Por ejemplo, en La mujer salvaje, se trata de acompañar y querer a Yolanda, una mujer que ha tomado decisiones erróneas, sin tratar de adornarla con virtudes ocultas o dar explicaciones sobre por qué merece ser querida, a diferencia de lo que haría un cine más convencional, así como entender las razones de su madre, a pesar del sufrimiento que le causa.

Es un desafío personal, aunque cada día busco lograrlo, y como artista aspiro a tener cierto control sobre mi mundo para reimaginarlo y presentarlo en su complejidad. Respetar la naturaleza humana, con sus ilusiones, objetivos, fracasos, marcas y contradicciones es primordial, independientemente de cuánto conozcamos a esa persona. Al contar un personaje, como al relacionarme con alguien, busco entenderlo y hacer que me importe, sin centrarme en mí mismo. En esa búsqueda, como ser humano, a veces encuentro la felicidad del artista, que es algo que he aprendido de mi trayectoria.

Más allá del reconocimiento y los premios, ¿qué te está dejando La mujer salvaje a nivel profesional y personal?

– “Precisamente eso: aprendizaje. Todo el tiempo”.

Dijiste que no es una historia real, pero que se inspira en diversas formas en la realidad cubana, ¿así querías que fuera tu primer largometraje? ¿o surgió de una necesidad particular?

– “La realidad se manifiesta directa o indirectamente en lo que narras y en cómo lo haces, como también en los recursos de los que dispones. Si esa realidad es tan dura, más que expresarse, se impone. Aceptarla en lo que filmas, más allá de padecerla, genera una cierta complejidad. Pero, aun así, es inevitable.

Creo que hay un reto en mantener tu integridad y ser consciente del momento en que estás viviendo, si deseas que tu obra lo refleje de manera consciente. Menciono esto también porque gran parte de lo que se requiere para recaudar fondos para las producciones tiende a desgastarnos y homogeneizar nuestro trabajo. De hecho, alguien ajeno a nuestra realidad ha afirmado que hacer una película es un acto antinatural. A esto se suma que filmar suele estar más asociado a una clase social específica.

Si hubiera planificado demasiado la película, sin estar dispuesto a reaccionar o reconocer el contexto de necesidades y violencia que nos envuelven, el resultado habría sido distinto o quizás ni siquiera existiría. Afortunadamente, conté con la compañía de la productora Claudia Calviño y la coguionista Nuri Duarte, además de Lola Amores, el fotógrafo Lorenzo Casadio, la asistente de dirección Olguita Sánchez y varias personas que hicieron posible esta narrativa en tiempos difíciles.”

A pesar de los retos que conlleva la producción y los obstáculos enfrentados, ¿qué te motivó a seguir adelante?

– “El motor que me impulsó fue el placer que encontraba en lo que hacía. Esa satisfacción, en muchas ocasiones, superaba las dificultades. Por esa razón, aunque he caído en la tentación de hacerlo, no creo en la necesidad de resaltar cuánto fue de complicado realizar La mujer salvaje. En general, prefiero no enfocarme en ello, sino en el fenómeno que representa. Es fácil caer en la autocomplacencia ante las dificultades y confundir el esfuerzo con el objetivo final, que lleva a conformarse. Sin embargo, esta mentalidad no es fértil a largo plazo y juega a favor del poder, ya que reafirma tu situación entre los desafortunados.

Hay una esencia en la película, un personaje que amalgama todo, ¿cómo llegó Lola Amores a La Mujer Salvaje? ¿Cuál fue tu experiencia trabajando con ella y con el resto del elenco, en particular con el niño? ¿Cómo recibieron el premio a la actuación?

– “Sin duda, Lola Amores es la esencia de la película. Ese galardón en Málaga confirma que diversas sensibilidades reconocen la profundidad de su interpretación de Yolanda, capaz de conmover al espectador y reflejar la confrontación del sentimiento de culpa que la sociedad impone a las mujeres en sus interacciones.

En cuanto a cómo llegó a la película, no lo recuerdo con claridad. Tal vez estaba destinada a ser. Siempre supe que era una actriz extraordinaria y, desde un principio, me quedó claro que sería ella. La escritura con Nuri se convirtió en un proceso muy inspirador. Filmamos un cortometraje titulado Los amantes como una provocación que Claudia, quien reconoció que eso fortalecería nuestra conexión, propuso.

Nunca olvidaré aquellos primeros mensajes que intercambiamos ni la visita que le hice. Aprendí mucho de ella, es generosa y dedicada, y creo que nuestra conexión se irradió al resto del elenco, que incluía actores de diversas trayectorias, incluso algunos que actuaban por primera vez, y que requerían diferentes aproximaciones; el vínculo con Lola resultó fundamental. Así sucedió también con Jean Marcos Fraga, el niño, que es maravilloso. Aunque al principio tenía mis dudas, debo decir que trabajar con él fue casi igual que hacerlo con los demás, ya que es tan profesional. Me siento afortunado de haber contado con ese elenco, con la ayuda de la directora de casting María Mercedes Hernández (Marucha).”

Muchos momentos en la película sugieren más de lo que el personaje puede expresar. Yolanda parece ser un recorrido por las calles de La Habana, cargando un fuerte simbolismo, dejando numerosas preguntas al final. ¿Era realmente esa tu intención?

– “Podría decir que mi intención era no imponer mi visión. Mi intención no es lo más relevante. Cuando la comparto a través de la película, busco no cerrarla completamente, sino generar un juego estimulante para el espectador. Ese es mi principal desafío: sugerir. ¿Cuánto debo mostrar? ¿Cuánto debo ocultar? Puedo hacer muchas suposiciones sobre cómo podría impactar y lo que podría provocar, pero no tengo el control. Además, me gusta la sorpresa, ya que nuestro entorno es manipulador y violento en su persuasión. Aunque existen reglas impuestas, trato de oponerme a ellas.”

Cortometraje Azul Pandora

Antes de La Mujer Salvaje, Alán tuvo su paso por el cortometraje, ¿podríamos hablar de un símbolo recurrente en estas propuestas? ¿O intentas marcar diferencias en cada una?

– “Cada historia es independiente para mí, a pesar de que yo sea el mismo autor y existan puntos en común o símbolos repetidos. Estos puntos responden tanto a mis intereses como a mis limitaciones, pero nunca a un deseo de repetición. Disfruto ponerme retos, y de hecho, a veces siento que filmo solo para eso, para generar provocaciones tanto para mí como para ese público diverso y siempre desconocido que son los espectadores. Además, mi naturaleza me lleva a aburrirme, por lo cual no disfrutaría repitiendo lo mismo solo porque funcionó antes.”

Sinceramente, ¿qué riesgos implica hacer cine en la Cuba actual y crítica?

– “El riesgo más evidente es creativamente envejecer o rendirse ante las dificultades que conlleva encontrar formas de sobrevivir. También está el desgaste y polarización provocados por la decepción y las miserias humanas, como el odio, tanto en la creación como en la difusión de ideas sobre cómo debe ser nuestro cine y nuestro país. Son debates que nos pertenecen por derecho y necesidad como cineastas. Sin embargo, institucionalmente se ve mal discutir esto con los métodos que encontramos y los temas que nos movilizan; resulta difícil llegar a un consenso, dado que no hay muchas opciones para diseñar nuestro cine o nuestro país.

En particular, el odio es un problema serio. Nos pueden ubicar en el lugar que deseen y, al cruzar esa puerta del odio, corremos el peligro de no poder escapar. Similar a cuando nos forzamos a usar una máscara para mostrar una postura cómoda o para beneficiarnos de ciertos privilegios. Esa máscara puede convertirse en una segunda piel difícil de quitar.

Nos colocamos una máscara, por ejemplo, si trabajamos para complacer a aquellos pocos que nos proveen recursos, dentro y fuera de Cuba, en función de lo que esperan o porque, simplemente, si no ofrecemos lo que buscan, podríamos dejar de existir. Encuentro mucho más estimulante desarrollar un lenguaje que exprese lo que queremos, que importar palabras de moda o discursos que ni siquiera nos representan. Pero en cualquier caso, no optaría por el silencio. Debemos cuidarnos de confundir el panfleto con el arte, porque una idea sugerida resuena más profunda que una impuesta o regalad, no todas las ideas pueden coexistir en la misma obra, y ya tenemos tanto de qué desahogarnos que fácilmente podríamos asfixiarnos.

En el otro extremo, la búsqueda de un arte sincero, libre, probablemente resultará en uno que no necesariamente complazca. Esto puede ser un inconveniente, ya que la libertad desconcierta. Todo lo que no se ajusta fácilmente se convierte en un posible enemigo para aquellos que, por razones personales, consideran que estamos en contra de sus ideas o sienten que sus privilegios o certidumbres están amenazados, de tal modo que solo pueden ver en nuestras críticas a un traidor.

Se supone que ser coherente con uno mismo y mantener una conciencia clara es lo ideal. Pero desde un lado es complicado más allá de la teoría, y por otro lado, dependiendo de las experiencias individuales y el momento vital de cada quien, ser coherente puede implicar tomar decisiones artísticas o no, lo cual puede acarrear un castigo moralizante que te marca para siempre; esta es, a menudo, la cara más visible del problema del cine en nuestro país a nivel internacional.”

Cortometraje Los Amantes

¿Cuál es tu principal temor cuando entregas tus obras al público?

– “Mis temores como artista son muchos similares a los que tengo como ser humano. Tal vez el más grande es la indiferencia, pues esta te relega a la inexistencia; es prácticamente como morir. Le temo, especialmente, porque cada nueva película se apoya en gran medida en la anterior, y porque la verdadera reacción del público en comparación con cierta expectativa que yo tenía es mi termómetro principal. Sin embargo, reconozco que no puedo controlarlo todo, y disfruto aprender a soltar ese control. Solo me percato de ese miedo cuando detecto indiferencia en alguien. Al final, creo que la única persona que no puede ser indiferente con lo que hago soy yo mismo.”

¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto en este momento?

“Estoy desarrollando mi segundo largometraje como director desde antes de filmar La mujer salvaje, también coescrito con Nuri Duarte. Pero prefiero trabajar en silencio hasta que pueda presentarlo.”

¿Un lugar, un recuerdo, una persona a la que siempre volverás?

“Aparte de mis seres queridos, siempre regreso a mis juegos de infancia. El cine es tan serio como aquellos juegos donde exploramos nuestros deseos, temores, lo que veíamos y lo que no queríamos ver.”

Equipo de la película La Mujer Salvaje

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