Antonio Machín: un destacado ícono cubano reposando en Sevilla.

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Foto: David Estrada

Es probable que pocas personas sepan que una parte fundamental de la historia del chachachá, el son y el bolero se encuentra en el cementerio de San Fernando. Antonio Machín, el brillante músico cubano que con sus ritmos cautivó a toda España hasta enamorarse de Andalucía, reposa en Sevilla.

El 25 de diciembre de 1941, en un periodo muy complicado no solo para España, sino para el mundo entero, Antonio Machín hizo su debut en Sevilla. Nacido en Sagua la Grande, este mulato cubano era hijo de José Lugo, un emigrante gallego, y de Leoncia Machín, una cubana de fuerte carácter que dio a luz a 17 hijos.

Su presentación tuvo lugar durante la inauguración de la boîte Hernal, que abría sus salones dedicados a té, baile y bar, y contaba con un cartel estelar: “la orquesta Mundial Jazz, del Casino de la Exposición, y la orquesta Miura, dirigida por Juan Sobré, con «su gran elemento de color» Machín, proveniente del hotel Ritz de Barcelona y la sala Casablanca de Madrid”, según se menciona en el periódico ABC de Sevilla.

Antonio Machín siempre buscó nuevas aventuras en su vida, lo que lo llevó a partir de su natal Sagua hacia La Habana, donde dejó una huella indeleble con sus éxitos, aunque hoy en día su memoria en el cancionero cubano es poco reconocida.

Después de salir de la isla, continuó su viaje a través de EE.UU., luego a Londres y París, hasta establecerse finalmente en Barcelona en septiembre de 1939, huyendo de la guerra y la amenaza nazi.

Desde su debut en Sevilla en la noche de Navidad de 1941 hasta el 11 de enero de 1942, el músico cubano logró cautivar a los asistentes de sus conciertos, quizás sin ser consciente de que la ciudad también lo había conquistado a él, haciéndolo suyo para siempre.

Es importante mencionar que en la ciudad andaluza ya se había establecido 12 años antes su hermano Juan Gualberto, quien trabajó en la construcción de varios pabellones, incluyendo el de Cuba, durante la Expo Iberoamericana de 1929. Juan Gualberto llegó a Sevilla acompañado de su esposa, Herminia Gironda, y su hija mayor, Carmen Emilia. Posteriormente, tuvieron en Sevilla dos hijos más, Enrique y María José.

Machín no tardó en regresar a Sevilla, donde encontró el amor en el mismo lugar que le abrió las puertas a su arte. Fue en el Hernal donde conoció a una joven, Angelita Rodríguez, originaria de Córdoba pero residente en la capital andaluza.

Así, el cubano conquistó a la cordobesa, y contrajeron matrimonio el 10 de junio de 1943 en la iglesia de San Luis de los Franceses, una de las más bellas de Sevilla, la ciudad donde más tarde vieron nacer a su hija Irene.

En Sevilla, Machín tuvo una casa en la antigua calle Manuel Mateo, que hoy lleva su nombre en honor a su legado.

Tanto fue su amor por esa tierra que, aunque falleció en Madrid en 1977, siempre expresó su deseo de ser enterrado en Sevilla, donde su figura está inmortalizada en bronce desde diciembre de 2006.

Varios medios de la época informaron que a su sepelio asistió una gran multitud. Desde entonces, su mausoleo en el cementerio de San Fernando está custodiado por un angelito moreno, que protege la sobria lápida de mármol negro donde brilla su nombre eternamente.

Durante los años siguientes a su muerte, se llevó a cabo un ritual casi mágico. La Diputación de Sevilla organizó ciclos de mestizaje entre el son y el flamenco, durante los cuales las agrupaciones cubanas que asistían llegaban hasta la tumba de Machín para, como buenos cubanos, ofrecer ron y cantar boleros.

Para algunos, esto fue una especie de rito santero; para otros, el homenaje más hermoso que se realizó al cubano de nacimiento y sevillano de adopción.

Hoy, la ciudad de Sevilla recuerda al cubano en su cementerio, en su calle y en su estatua. Muchos evocan sus famosas maracas y otros aún bailan al son de “El Manisero” o “Ángelitos negros”; incluso habrá quienes dejen, de vez en cuando, “Dos gardenias” sobre el negro mármol.

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