Bajas temperaturas, COVID-19 y ilusiones ópticas | Noticias de Cuba 360

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Fotografías: Manuel Larrañaga

Redacción: Martín Batista

Obtuve mi carnet de identidad tras regresar a Cuba. La fila era interminable en la oficina del municipio Vedado. Las personas abarrotaban el portal y la acera opuesta, agrupadas, conversando, con las mascarillas colgadas en el cuello o debajo de la nariz. Incluso un hombre de alrededor de 60 años la usaba como pañuelo. No sorprende, ya que los cubanos en la calle parecen vivir como si no estuvieran transitando por un campo de espinas. Aparentemente, como si la vida no hubiera cambiado en años. Como si el mínimo desliz no pudiera costar caro en medio de una pandemia que ha dejado múltiples fallecimientos y familias en duelo en todo el país.

La vida en Cuba siempre ha tenido sus particularidades. Nunca realmente ha seguido un camino recto. Por ello, tal vez los cubanos, habituados a vivir en el desbalance de las tensiones, se han adaptado a la pandemia con una sorprendente naturalidad o quizás con una inocente embriaguez. Algunos parecen casi anestesiados.

Hoy, el frío se siente en La Habana. Es uno de esos días en los que uno podría imaginar el clima de Londres o Nueva York. He paseado por las calles de la ciudad en un intento de comprender el enigma de la cubanidad, de los deseos reprimidos, de la vida cotidiana en un país cuyos científicos han creado cuatro vacunas, pero donde no hay ansiolíticos ni antibióticos en las farmacias. Ahí podría también residir la tremenda paradoja de esta isla, de esta capital, donde la gente sobrevive como puede y algunos apaciguan la frustración a través de juegos de dominó en los barrios, en encuentros fugaces o en la anhelante ilusión de sentir el béisbol como parte de nuestra identidad cubana.

Para algunos en Cuba, el frío también representa un espejismo. Una ilusión de imaginarse en otro lugar, de evocar paisajes europeos como los que vemos en las películas. En mi barrio, este clima europeo sirve igualmente como justificación. Desde temprano, vi a dos ancianos, de esos vendedores informales en una esquina del Cerro, compartir una botella de ron. Después se les unió otro y se fueron bebiendo a modo de carrera ese líquido de una botella sin etiqueta. Sin preocuparse si alguno de ellos podría estar contagiado o ser contacto de un caso de coronavirus. No importaba el riesgo, solo el ferviente deseo de aferrarse a esa botella que nubla la mente, que difumina la cara y te hace vivir solo el presente. La embriaguez también es una vía de escape a la locura, un momento para vivir esas vidas que nunca nos atrevemos a mostrar en público.

Esa imagen del frío y de tres ancianos bebiendo en una esquina se instaló en mi mente. Me di cuenta mientras me adentraba como un extraño en las profundidades de Centro Habana para desconectar, para perderme y evadir mi presente, porque yo también soy un excelente reflejo de la tensión, de esa ceremonia de la muerte que consiste en observar cómo todo se derrumba de repente y uno se queda en el mismo lugar, sin esperanzas de recuperar lo perdido. Y no hay nada peor que eso. Quizás solo la propia muerte.

La fotografía me llevó a reflexionar sobre cómo será la Cuba post-pandemia. Cómo será ese regreso a la vida nocturna cubana para miles de jóvenes y no tan jóvenes que anhelan vivir lo que el tiempo les ha negado. Probablemente será una película desenfrenada de alcohol, sexo, infidelidades, y todo lo que pueda poblar la mente de quienes han sido dominados por el encierro. Pero esa imagen también es una celda. Porque, ¿qué sucederá después del vértigo de la locura y el descontrol? Todos, tal vez, regresemos al mismo lugar, al mismo encierro interior tras vivir esos locos meses que se avecinan cuando estemos vacunados y se abran los bares, las playas y las esquinas a la prostitución.

Recuerdo varios episodios históricos que confirman esto, que reflejan el desenfreno tras eventos que obligaron a la gente a encerrarse por un tiempo y a contener el fervor de los deseos.

Seguramente, esa imagen la veremos en unos meses. Los propietarios de bares y centros de entretenimiento ya se preparan para abrir sus puertas con nuevas ofertas o con algún incentivo que libere la adrenalina acumulada durante meses. Cuando suceda, observaremos a jóvenes embriagados hasta el tope; las madrugadas habaneras repletas de sexo y el ir y venir de cientos de personas en busca de diversión; aunque luego, para convencernos de que todo está bien, justificaremos los excesos o lograremos enmascararlos a la perfección.

En muchos países eso no ha sucedido. Los bares y restaurantes siguen operando hasta ciertas horas. Las personas asisten afirmando que el coronavirus no puede ser una camisa de fuerza, que hay que aprender a convivir con él. No esperan a ser vacunados. He escuchado esto de amigos en varios países y parece que hablan del covid como si fuese parte de la familia, un amante que necesita ser mimado para ver qué ocurre después. Hace poco en Miami fue un frenesí. Durante unas vacaciones, jóvenes de diversas ciudades de EE. UU. llegaron a la Ciudad del Sol para divertirse, embriagarse y/o exhibir su sensualidad en las playas. Parecía que llevaban un poco de óxido en el cuerpo y la certeza de que el sol y el alcohol se irían con los excesos.

En la imagen de la Cuba post-pandemia, los jóvenes podrían estar borrachos en bares o en algún ligue casual, mientras posiblemente sus padres o abuelos ya hayan madrugado para hacer cola por pollo, picadillo o cualquier otro alimento mínimo que llevarles a esos muchachos al día siguiente a la mesa. Escribo esto y siento tristeza. Porque alguna vez yo también fui uno de esos jóvenes, pero en un país todavía habitado por el sueño, donde no había bares (al menos no legalmente), paladares lujosos y mucho menos covid; pero repetí esas conductas creyendo que ese instante era eterno, sin pensar en quienes hacían posible que yo estuviera allí, en medio de ese alboroto nocturno.

Nadie sabe con certeza cómo regresarán a la vida tantos jóvenes cubanos tras casi dos años de confinamiento. Sin embargo, para mí, las cartas están sobre la mesa. No serán pocos los que vivirán semanas o meses al límite para intentar sacudirse el polvo de la cuarentena, que si bien en La Habana no ha sido tan severa, ha causado estragos emocionales, especialmente en las parejas. Lo curioso es que nunca he comprendido completamente cómo esos bares están abarrotados de gente en un país con enormes precariedades económicas y donde el nivel de vida se ha elevado como si estuviéramos en Estados Unidos o Europa.

Hoy hace frío en La Habana. Es una sensación agradable, pero que también provoca nostalgia, haciéndote sentir internamente como si tu vida estuviera en sus últimos hilos. No soy una persona pesimista, como me dijo alguien de quien alguna vez pude oír hasta su respirar. A mí me interesa palpar esos sentimientos profundos, reflexivos, y pensar qué seríamos los seres humanos si estuviéramos más enfocados en nuestro corazón que en la búsqueda del placer o la eternidad del instante. O mejor aún, si pudiéramos hacer coincidir en el mismo espacio o persona ese entramado de complejidades que son los sentimientos humanos.

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Durante mi recorrido por la ciudad, he visto casi de todo. Colas, niños jugando al béisbol y al fútbol en los parques, policías descargando verduras y frutas decomisadas a los llamados carretilleros. He reflexionado principalmente sobre el futuro de Cuba tras la pandemia, sobre el proceso de vacunación con nombres heroicos, de los policías en las puertas de cubanos críticos con el gobierno, de los mítines de repudio, del bloqueo. También he considerado a esos científicos que trabajaron sin descanso para preservar la vida de los cubanos, a pesar de las muertes y de ese luto imborrable. A esos trazos esbozados en mi mente regresan los tres ancianos del barrio, que seguramente ya habrán consumido a esta hora dos o tres botellas de ron de baja calidad. Me remiten a mi adolescencia, donde no me hacía tantas preguntas, arrastrado por una alegría infantil; esa misma alegría que, aderezada con otros ingredientes mayores, pronto inundará La Habana y encenderá la ya candente sangre de los cubanos.

Ya de regreso, planeo disfrutar del clima invernal poco común en esta isla indescifrable que me recuerda a uno de esos rompecabezas cuyas piezas nunca logré ensamblar. A esta edad, quizás el frío me ayude a ajustar las piezas de ese otro rompecabezas que es mi propia vida. Estoy considerando enviar algunos mensajes por WhatsApp y esperar lo que esta breve ilusión invernal quiera traerme de regreso.

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