Imágenes: RL Hevia
Escrito por: Michel Hernández
Big Freedia interactúa con un grupo de jóvenes cubanos en La Habana Vieja. Acaba de aterrizar desde Estados Unidos y tiene un apretado cronograma por delante. No esquiva ningún comentario. Pide que le hablen sobre Cuba, deseando conocer y aprender todo lo que le permitan los breves días de su programación en La Habana, organizada por la embajada de su país en la isla.
Los asientos estaban ocupados por activistas de la comunidad LGTB cubana: actores, periodistas, diseñadores, y otros miembros de este colectivo social que lucha por sus derechos en un contexto generalmente hostil. Se discuten las similitudes y diferencias entre la comunidad LGTB cubana y la estadounidense, los logros y retrocesos, así como las urgentes búsquedas de libertades individuales y sociales, derechos y conciencia cívica, términos que guiaron el cambio social en EE.UU. durante los años 60.
La Reina del Bounce de Nueva Orleans no responde de manera trivial. Reconoce afinidades entre su activismo social y el de los jóvenes cubanos que tiene delante. Solicita un comentario a Daniel Triana del grupo de teatro El Portazo, y el talentoso actor agradecido comenta con una risa nerviosa que está ahí para escuchar y aprender. Ni Freedia ni el grupo de jóvenes cubanos sacan conclusiones del encuentro; son conscientes de que puede ser el inicio de un camino que dé frutos en el futuro, especialmente para los cubanos.
La agenda de la “Reina” es extensa. En pocas horas debe dirigirse al estudio de arte La Lavandería, en el municipio Playa, para compartir algunas clases y asistir a un desfile de modas. Después, se reunirá con emprendedores en el Vedado habanero. El plato fuerte será su concierto en la Fábrica de Arte Cubano (FAC). Freedia llegó acompañada de sus bailarines y su equipo de trabajo. «Todos somos uno”, comenta.
En la tarde, un grupo de emprendedores le formula una serie de preguntas. La dinámica es similar a la de la mañana, aunque cambian los actores sociales. Freedia transita de artista a empresaria. En esta faceta, también ha recorrido un amplio camino. Compartió que tiene la intención de abrir un hotel en Nueva Orleans para su comunidad, un lugar libre de discriminación y que también le sirva como refugio tras su retiro de la industria musical. Desde el auditorio le preguntan acerca de sus negocios y la relación entre emprendimiento y música. Ella reafirma que su carrera está impulsada por un fuerte compromiso social y explica que los logros deben estar acompañados por la conquista de las libertades, con un alto componente humano en las luchas y causas sociales.
Al finalizar el conversatorio, moderado por el crítico musical Rafael González Escalona, la noche estalló. Freedia tomó el micrófono tras la actuación de las raperas La Reina y La Real en el escenario, interpretando algunos de sus temas. La descarga duró casi una hora. Sus bailarines se lanzaron al suelo, comenzando a mover sus caderas con movimientos precisos y espasmódicos. Se unieron hombres y mujeres del público, quienes comprendieron en ese momento de qué se trataba el twerking. No hubo fronteras. Fue un movimiento liberador donde el cuerpo se convirtió en la excusa para una máxima expresión de la libertad personal.
Al día siguiente, el concierto tuvo un lleno total en FAC. Big Freedia revisó su repertorio junto a sus bailarines y reafirmó la reputación que ha consolidado en la escena musical estadounidense con una obra que, aunque nació en el underground, ya ha alcanzado los primeros lugares en la escena de Nueva Orleans. Tanto es así que sus servicios han sido solicitados por artistas como Beyoncé, Diplo y Drake, solo por mencionar algunos.
Freedia planea grabar algunos temas con Cimafunk. “Esos son mis chicos”, me dice. “Tienen mucho talento y ya por suerte todos lo saben”, agrega.
”Tienes que escuchar lo que vamos a lanzar pronto”, me sugiere. Antes, Cimafunk me había enviado un enlace de Spotify con la recomendación de un tema “candente”.
La cantante ya ha regresado a Estados Unidos. Y desde EE.UU., llegaron a La Habana dos nuevos artistas para compartir sus experiencias como representantes de la cultura indígena de ese país y escuchar a los cubanos; un intercambio que, al final, permite escuchar nuevas voces y formas de expresión que, de mantenerse, podrían empezar a resonar en Cuba en el futuro.