Carlos Gamez se une a Insectos.

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Fotos: Cortesía del Entrevistado

Texto: Jorge Suñol

Carlos se mudó a los Estados Unidos a los 21 años. En 2009, vendió todos los cuadros que pudo y recogió 2000 dólares. Después de cubrir el costo de la visa y el pasaje, solo le quedaron 650 dólares. A pesar de que todos le decían que estaba loco y que no podría vivir de eso, lo primero que hizo al llegar fue comprar materiales para pintar. Tenía fe en su talento y un objetivo claro: quería lograr su sueño.

Gastó 600 dólares en su primer día solo en materiales y 50 en un par de zapatos como los de Forrest Gump, una película que vio en Cuba unas cuarenta veces. Con el mismo ímpetu que Tom Hanks en su carrera, Carlos se lanzó a lo que siempre había sido su mayor pasión, a pesar de los obstáculos que se le presentaron. Sin embargo, ya para el segundo día había gastado todo su dinero.

Carlos Gamez de Francisco llegó a Estados Unidos sin saber hablar inglés. Aunque podía leer y escribir en este idioma, comunicarme de manera fluida era un reto. Poco después de llegar, recibió una llamada de una galería interesada en su trabajo, pero al colgar se dio cuenta de que no entendía nada. A partir de ese día, se propuso aprender 100 palabras en inglés cada día, y en tres meses eso dejó de ser un problema.

Para sobrevivir, encontró trabajo catalogando piezas de rastras y empacándolas, un trabajo duro que lo mantenía ocupado nueve horas al día. Después de su jornada, estudiaba inglés durante dos horas y pintaba hasta la de madrugada. Durante cuatro meses, apenas durmió cinco horas diarias, hasta el punto de quedarse dormido en los breves descansos de su trabajo.

Eventualmente, tuvo su primera exposición personal, en la que mostró trece cuadros y vendió catorce. Al siguiente día, dejó su trabajo y se comprometió a no trabajar para nadie más. Con ese dinero, pudo vivir durante once meses. En solo dos meses, ya había vendido más. Así comenzó su trayectoria artística.

Sin embargo, hablemos de las obsesiones de este artista holguinero que reside en Florida. Carlos es uno de los pocos cubanos que ha pasado por el Instituto de Arte de Chicago y ha expuesto en numerosas galerías en Estados Unidos y otros países.

Las obras de Carlos están cargadas de simbolismo, y uno de los elementos recurrentes son los insectos, que considera casi su firma. Para él, los insectos representan tres ideas clave: caos, equilibrio y libertad. También hay otros elementos significativos como la sobredecoración, la historia, el retrato, la figura femenina, los caballos, el renacentismo y objetos en desuso, cada uno con su propia explicación estética.

“La idea de incluir insectos en mis cuadros surgió mientras estudiaba Historia del Arte. Recuerdo que una vez se hablaba de Salvador Dalí, quien utilizaba insectos en sus obras como símbolos de fertilidad y sexualidad. Me pregunté qué simbolismo podría tener si los incorporaba a mis pinturas. Para mí, los insectos volando simbolizan libertad; lo que todos aspiramos como seres humanos es la libertad y la felicidad; su caída representa el caos, y cuando están sobre una superficie, simbolizan equilibrio”.

“Voy añadiendo esos símbolos según lo que mi composición necesite. Casi todas mis piezas cuentan con una figura central a la que rodeo de símbolos”, comenta en uno de sus audios via WhatsApp.

Tuve la oportunidad de hablar con Carlos días antes de enviarle el cuestionario. Regresó a Holguín por unas horas para ver a unos amigos. Allí, sus visitas son breves, a veces apenas 72 horas. Hablamos sobre la idea de esta entrevista, que preferimos realizar en línea, para que pudiera contarme cómo logra dedicar tantas horas a la pintura, cómo organiza su tiempo y sobre su reciente pasión: el crossfit. Ya han pasado 14 años desde que se estableció en Estados Unidos y ahora tiene 35.

Pero retrocedamos un poco en el tiempo, a cuando tenía quince años. En esa etapa, Carlos no había pintado nunca. “Un día miré por la ventana y empecé a pintar desde la mañana y, cuando me di cuenta, ya era de noche. En ese momento comprendí que esa era mi pasión y que quería hacerlo durante el resto de mi vida”, recuerda.

De los once a los quince años estuvo practicando danza, algo que limitó su tiempo para pintar. Se presentó a la Escuela de Arte Plásticas en Holguín y fue rechazado, igual que en su intento de ingresar a San Alejandro en La Habana. Finalmente, estudió en la Escuela de Instructores de Arte, donde dos años después, cuando sus maestros vieron su potencial, le dijeron que debía salir de allí, pues ese no era el lugar adecuado si quería ser artista.

Preguntó sobre tres artistas que podrían guiarlo: Cosme Proenza, Miguel Ángel Salvo y Harry Ruiz. “A los tres los visité y les pregunté si podían enseñarme, y siempre decían que no. Regresaba al día siguiente, y seguían diciendo que no. Hasta que un día, Salvo me dijo: ‘Mira, siéntate en una esquina del estudio y no me molestes. Solo mírame pintar.’ En aquel entonces no había celulares ni cámaras para grabar el proceso. Pasaba ocho horas observándolo, intentando concentrarme y analizar su técnica. Luego, regresaba a casa y por la noche intentaba replicar lo que había visto, llevándole al día siguiente un cuadro hecho para que lo criticara”, explica.

“Con Cosme fue algo similar. Cada tres o cuatro meses, llevaba 20 o 30 trabajos. La primera crítica que me dio fue sobre lo mucho que le gustaba mi trabajo y que, considerando mi edad, estaba muy bien. Tenía 17 años. Le dije: ‘Ahora imagínate que tú lo pintaste y críticalo como criticarías tu propia obra’. Comenzó a señalarme cambios y esas fueron las mejores críticas que he recibido, al igual que con Harry Ruiz”, añade.

“Fue maravilloso aprender de tres artistas que admiraba. Cuando llegué a Estados Unidos, estudié en el Instituto de Arte de Chicago, que es considerado la segunda mejor escuela de arte en el país y la octava en el mundo. Allí, no aprendí nada técnico; fue más enfocado en conceptos”.

Mind your Manners, Acrylic on Canvas, 2021.

¿Sigues dedicando tantas horas a pintar?

“Dedico la mayor parte de mi tiempo a mi trabajo, pero lo hago con pasión, no siento que estoy trabajando. Recuerdo que durante mis años de danza, teníamos clases ordinarias en la mañana y clases especializadas en la tarde. Practicaba seis horas al día y aún buscaba una profesora particular para poder mejorar. Eso contribuyó a formar mi disciplina”.

“Desarrollé el hábito de trabajar al menos ocho horas diarias, e incluso, hasta hace poco, llegaba a dedicar hasta catorce horas. Hasta cuando hago otras actividades, mi mente está centrada en mi trabajo. Sin embargo, descubrí una nueva pasión: el crossfit. Hace tres años, creé un tablero de visión donde coloco mis metas. Una de ellas era sentirme en forma y saludable. Así que, poco más de un año atrás, comencé a hacer ejercicio y actualmente le dedico varias horas. En resumen, trato de que mis días estén llenos de cosas que me apasionen”.

“He aprendido que nada que se desee es fácil de alcanzar. Si lo que quieres viene sin esfuerzo, tal vez tus aspiraciones sean demasiado bajas y necesites elevar tus estándares. Por ejemplo, en el crossfit, deseo lograr un físico que no se me facilita debido a mi genética. Siempre he sido delgado y no consigo músculos fácilmente. Sé que me tomará seis años de arduo trabajo, pero estoy dispuesto a ello”.

Cuando comenzó a pintar, le dijeron que debía aprender historia del arte. “Siempre fue mi materia favorita en la escuela. Tenía una amiga que estudiaba Historia del Arte y le pedí sus apuntes. Los leí todos y aprendí mucho. Desde entonces, empecé a incorporar símbolos en mi trabajo y a comprender el porqué de los estilos de cada época”.

¿Cómo llegas al Instituto de Arte de Chicago?

“Llegó un punto en que estaba en mi zona de confort, me conformaba con producir unos pocos cuadros al mes y sentirme bien con eso, pero no había nada que me motivara a mejorar. Una amiga me sugirió aplicar a esta escuela, y yo pensé que eso era imposible, ya que todos los allí eran de clase alta. Muchos son millonarios, otros entran por becas que cubren solo una parte de la matrícula. La escuela es extremadamente cara, de las más costosas del mundo”.

“Ella me animó a aplicar, y aunque le dije que no tenía dinero, me respondió que el dinero aparecería. Y así fue. Al tener una meta, si estás dispuesto a esforzarte, lo lograrás. Recuerdo que, al aplicar, la escuela me envió una carta ofreciéndome 40,000 dólares para estudiar, de un total de 110,000. Luego solicité y conseguí otras becas hasta reunir suficiente. Vendí algunos de mis cuadros y terminé mis estudios sin deudas”.

“La escuela me enseñó que, si me propongo una meta, puedo lograrla si realmente lo deseo y estoy dispuesto a trabajar para ello”.

Girl with Blue Birds

¿Cómo describes tu proceso creativo?

“Busco mucha información visual. Mientras pinto, escucho audiolibros, documentales o películas, lo que me ayuda a formar ideas. No hay nada completamente original; toda idea se alimenta de muchas otras. Cuando asisto a un museo, me inspiro, y trato de replicar eso en mi trabajo. Estoy en constante búsqueda de imágenes sobre lo que está ocurriendo en el mundo del arte. Ahora mismo tengo tantas ideas”.

“Los proyectos más costosos de realizar son aquellos que nunca se concretan. Cuando tengo una idea brillante y se la cuento a alguien, nunca la realizo porque mi cerebro se engaña y siente que ya la he realizado al hablar de ella con entusiasmo. Por eso, prefiero no contar lo que voy a hacer, sino llevarlo a cabo primero y mostrarlo una vez que esté terminado”. Coincide en que tuvo un autorretrato con su perro que nunca terminó. A día de hoy, ya tiene cuatro perros; su familia ha crecido.

Carlos es un observador. Lo percibo al compartir momentos con él: “Últimamente he cultivado el hábito de observar a las personas, aunque intento no ser obvio. Me gusta comprenderlas psicológicamente. En la danza, nos enseñaron a expresar sentimientos con el rostro. Cuando pinto, busco que cada personaje muestre alguna emoción, aunque no tiene que ser demasiado evidente, sino auténtica, que comunique algo”.

¿Pero escondes timidez?

“Pienso que fui tímido durante mi adolescencia, pero ya no. Un día reflexioné sobre el hecho de que, si vas al gimnasio y te preocupa no ser tan bueno como los demás, debes poner a los demás en perspectiva; ellos también tienen dudas. Esas inseguridades no permiten el crecimiento y no te dejan ser lo que deseas. Ahí fue cuando perdí la timidez y aprendí que hay que expresar lo que se piensa y hacer lo que se desea sin importarse por lo que piensen los demás”.

Carlos, ¿dónde encuentras belleza?

“La belleza se puede encontrar en todo, incluso en lo inesperado. Recuerdo una vez que estaba buscando el elemento perfecto para una fotografía. La modelo era hermosa y el vestuario lucía bien, pero me faltaba algo. Así que comenzamos a caminar buscando detalles y encontramos la parte superior de una silla de metal antigua en la basura. La llevamos y resultó ser el toque perfecto, dando la impresión de tener un halo religioso, similar a una virgen. Esa serie de fotografías, con vestuarios hechos de cortinas y sábanas, llegó a parecer un retrato de estilo renacentista. Hay que observar con atención para captar la esencia de cada detalle”.

¿Tienes alguna obsesión con la figura femenina, considerando que la mayoría de tus retratos son protagonistas mujeres?

“Comprendí que la figura humana es una de las más complicadas de dibujar y pintar. Aprendí sobre músculos, huesos y proporciones. Cada vez que venía un amigo a casa, lo invitaba a modelar para practicar. En mis inicios, pintaba tanto figuras masculinas como femeninas. Pero cuando comencé a crear mis propias obras, opté cada vez más por retratar figuras femeninas. Esto se debe a que, al observar retratos de épocas pasadas, la figura femenina solía estar más presente, con trajes y joyas más elaboradas. Quería que mis obras reflejaran esa sobredecoración y detalle, lo cual influyó en mi elección. Además, siento que las mujeres poseen una inteligencia superior al hombre: todas las guerras han sido causadas por hombres, guiadas por ego y conquista, mientras que la mujer, al dar vida, demuestra empatía y busca unidad en vez de conflicto”.

Carlos tuvo su primera exposición a los 17 años en la Casa Iberoamericana en Holguín y luego en el Museo de Arte Colonial en La Habana a los 19. “Soy una persona que se obsesiona por lo que quiere y me esfuerzo por conseguirlo”, y por eso no ha parado de pintar y exponer.

“Lo más complicado de un trabajo es el inicio. Hay momentos de gran motivación. Por ejemplo, si no pintura durante tres o cuatro días porque viajo, al regresar tengo mucha energía y me fluyen las ideas rápidamente. Es más complejo pintar por encargo, porque tienes que considerar no solo tus preferencias, sino también las del cliente, lo que alarga el proceso. Generalmente, el noventa por ciento de mi trabajo es algo que me gusta y raras veces es por encargo”.

¿Cómo te insertas en el circuito de galerías en Estados Unidos?

“Aquí, al escribir a una galería, no preguntan si estudiaste o de dónde eres. Lo que les interesa es que el cuadro sea bueno. Un profesor en Cuba me enseñó dos lecciones cruciales: la justificación es la prostitución del carácter, y el día que expongas, a nadie le importará si estabas enfermo o si tuviste problemas. La gente solo quiere ver un buen cuadro”.

“Por eso, siempre que pinto, me esfuerzo por que cada obra esté a la altura de lo que quiero mostrar. Al enviar tu trabajo, necesitas saber comunicarte y venderte. En el arte, la creatividad y el negocio se reparten en partes iguales, y eso es algo que aprendí aquí, poco a poco”.

“Hace tres años trabajaba con cinco galerías y aspiraba a tener veinticinco. Fue un gran desafío, ya que debía producir cinco veces más. Recuerdo que un amigo me afirmó que sí podría hacerlo, y tenía razón. Debes trabajar mucho, producir y presentar un trabajo de calidad. Hay que ser confiable; a nadie le gusta trabajar con personas problemáticas o impulsivas, desean a alguien que sea una solución, no un dolor de cabeza”.

¿Refleja Cuba en tu discurso creativo?

“Uno de los errores que cometen muchos artistas al llegar a otro lugar es intentar imponer su manera de trabajar. Su discurso puede no tener el mismo impacto. Así que, al llegar, es vital tener tu identidad, pero también adaptarte a la nueva cultura. Eso me ha beneficiado enormemente”.

“Muchos amigos aquí tienen talento, pero continuaron con lo mismo que hacían en Cuba. No fui así, mezclé mi identidad con lo nuevo que aprendí, y eso fue lo que me permitió conectar mejor con el público. Siempre estoy trabajando en una nueva serie, nunca me falta inspiración. Recuerdo a Picasso diciendo que, cuando llegue la inspiración, debe encontrarte trabajando. Mi objetivo es seguir motivado y pintando, porque las ideas siempre surgirán”.

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