Carlos Varela: el cantante que regresó a Madrid junto a la lluvia.

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Fotos: Olivia Prendes

Texto: Michel Hernández

Este marzo se ha convertido en el más lluvioso para Madrid desde 1893. La lluvia cae de manera intermitente, trayendo consigo el regreso del frío y retrasando la llegada de la primavera.

En el corazón de la ciudad, un músico cubano se prepara para interpretar, en aproximadamente una hora, canciones que llenan el vacío de la nostalgia que la lluvia deja al infiltrarse en el alma. A un centenar de personas que recordarán su país a través de sus letras, les cantará en un grito conjunto para resistir la tristeza que la precipitación deja, como si cada persona estuviera aislada en la noche, o fuera un corredor tratando de superar la soledad y seguir su camino hacia la supervivencia. Se trata de una lucha por la autoconservación, por revivir los ecos de los recuerdos que surgirán en un lugar incierto, el cual intentarán transformar o rechazar permanentemente.

Ahora la lluvia entra en sus cuerpos. Como una tormenta que desordena todo a su paso, las memorias se agolpan y se mueven en un espacio sin entre medio, ya que cuando el amor y el odio se enfrentan, ninguno lleva la ventaja. Las contusiones se convierten en nuevas heridas que solo la belleza podrá curar. La responsabilidad recae sobre el hombre de negro que llegó con la excusa de presentar su nuevo álbum, pero en realidad lo que hará es narrar su historia y la de los demás.

Su nombre es Carlos Varela, y ha sido un espejo para muchos durante mucho tiempo. No es fácil enfrentarse a este ejercicio de introspección, sobre todo al escuchar las melodías que surgen de este hombre y el cristal de su reflejo.

El hombre de negro puede trascender su título de músico, de cantautor, de creador de himnos que se conectan con la lluvia. Parece que empezó a componer mientras, en el exterior, el país se ahogaba en un diluvio que, 43 años después, sigue golpeando con la misma intensidad.

Carlos Varela llegó y su voz se entrelazó con los aplausos unísonos que recibían el saludo. “Buenas noches Madrid”, expresó, pero sabía que en medio de esa multitud, entre sudor y gloria, no estaba Madrid; allí había crecido un árbol que ya no se extendía a Miami, sino a La Habana. Ese árbol continuaba siendo el enigma de las ciudades. Varela llegó con todo. Interpretó “El niño, los sueños y el reloj de arena”, “Muros y Puertas” y finalizó su entrada con “Como los peces”.

El público sintió de inmediato la electricidad de las emociones compartidas y dejó atrás la ansiedad, la inseguridad y el espacio vacío que esperaban llenar tomando distancia. Algunos escucharon en silencio, reafirmando mediante las letras las circunstancias que los llevaron a escuchar al cantautor desde la lejanía, mientras que otros más jóvenes las coreaban, repitiéndolas con la certeza de que eran parte de algo significativo, aunque no lo comprendieran del todo. Todos, de una manera u otra, reconocían que ese hombre era una parte irremplazable de su vida, ya fuera en La Habana, Miami o Madrid. O, dicho en términos grandiosos, una parte esencial de la memoria de Cuba.

Carlos Varela se encuentra en el escenario, pero también se halla entre quienes lo escuchan. Puede ser la pareja que viajó ocho horas en autobús desde Galicia, la periodista alta con cabello rizado que destacaba entre la multitud y luego publicó en sus redes “Varela, Nostalgias de Cuba” o el chico menudo que intentaba levantar la mirada para ver al “gnomo”, cansado de buscar respuestas en el cielo que aquell hombre de negro les entregaba sin reservas. O incluso Varela podría perderse entre la multitud, observando los ojos del trovador en el escenario con la certeza de que su trabajo ya había sido cumplido.

Nada es como antes

El artista inició el concierto a las 8:30 p.m. en Madrid -que corresponde a las 2:30 p.m. hora de Cuba- en el Teatro Eslava, ubicado en el centro de la ciudad, para presentar su nuevo álbum “Nada es como antes”.

El sonido no era óptimo para un concierto tan amplio como cualquier presentación de Varela, pero el público estaba completamente enfocado en las letras. Escuchaban las canciones y atendían a lo que el cantautor decía antes de tocar la guitarra y volver a crear magia. Lo que aquel grupo necesitaba, los cubanos a sus pies, era ese fragmento de noche para después compartir en sus redes sociales alguna frase que dijera “yo estuve ahí”. Volver a Cuba, aunque fuera solo por una hora, aunque solo fuera a la Cuba marcada por el sufrimiento y la falta de pertenencia, a la Cuba que les recordaba por qué esa noche se encontraban en Madrid, anclados al otro lado del océano.

Varela combinó temas emblemáticos con los estrenos de su nuevo álbum. Mezcló “Como los peces” con “Demasiado tiempo”, “Foto de Familia” con “Elefantes” y “Una palabra” con “Libre”. Estas canciones, aunque separadas por décadas, compartían un trasfondo común: la búsqueda de la libertad del ser humano y del ser humano dentro de la libertad.

Cualquiera que lo escuchara por primera vez y conociera al menos una pequeña parte de Cuba podría pensar que Varela miente al afirmar que lleva 43 años escribiendo canciones, que los himnos que interpretó en Madrid han estado en el camino durante años. Pero la isla tiende a repetirse, y aquellas melodías parecían recién escritas. Es el pasado que regresa a un presente que no le permite mirar al futuro. Y Varela, con la fuerza de sus obsesiones expresivas, no hace más que testificar sobre la belleza desde ese lugar tan doloroso de escribir sobre la erosión de la esperanza y la lluvia que no cesa.

Al finalizar algunas canciones, gritaba “Viva Cuba libre” y la multitud aplaudía enérgicamente. Esta frase ha acompañado al músico, al hombre de negro, durante mucho tiempo, pero hoy tiene un nuevo significado, adecuado a las circunstancias. Con la vida que se vive fuera de lo conocido y la necesidad de reinvención.

Varela y la bandera

Cerca del artista, una joven que no parecía tener más de 30 años agitaba una bandera cubana, llamando la atención de todos. Varela dedicó “Grafiti de amor” a las madres cuyos hijos fueron arrestados durante las protestas del 11 de julio de 2021 en Cuba. En una pantalla gigante se proyectaban imágenes que potenciaban el simbolismo de cada tema y de la historia del propio Varela. También se escucharon canciones como “Telón de fondo”, “Siete” y “Habáname”, siendo esta última recibida en un respetuoso y profundo silencio.

En varias ocasiones mencionó a su padre, “Pablo Milanés”, dedicándole canciones que ambos compartían. El cantautor imprimió una orden urgente a la nostalgia para que se manifestara. Pero aquí dicha palabra se actualiza, alejándose de la mera evocación del pasado. Es un grito urgente que busca frenar la desolación y recordar que en La Habana siempre estará Jalisco Park y el cementerio chino, así como una Gretel que quizás muchos han dejado atrás, pero que quedó grabada en la ruta que llevará a algunos de vuelta a casa. Porque, al igual que el trovador, muchos han conocido Nueva York, Madrid o París, pero la felicidad siempre radica en el regreso.

Desde Galicia a Madrid para una noche con Varela

Uno de los asistentes que llegó desde Galicia pregunta cuándo se escuchará “Memorias” y la canción del “Rey”. A su lado, otro le recuerda el clásico “Leñador sin bosque”. Ambos tienen alrededor de 40 años y comparten una generación, una profesión y un pasado común.

En su repertorio, Varela, quizás sin darse cuenta, ha esbozado su futuro, adjuntando varias de las preguntas y respuestas que lanza desde el escenario. “Viva Cuba libre”, repite con fervor. Los cuerpos se mueven y la bandera ondea. El músico invita al percusionista Yury Nogueira y al cantante Joao del Monte, y todos juntos, con “Elefantes”, crean una fiesta de metáfora y complicidad.

Varela menciona un reloj que cronometrará el tiempo del concierto. Se apresura, como un delantero que sabe que es el momento decisivo. Esa noche es su campeonato, y no está seguro de cuándo tendrá la oportunidad de volver a repetirla. El reloj que menciona simboliza su nueva vida y la de la mayoría de quienes lo escuchan. Él es consciente de que no puede darse el lujo de perder un solo minuto para ofrecer a sus seguidores la victoria. A sí mismo. Hace dos años no cantaba en Madrid, y él sabe que quizás pasarán algunos años más antes de embarcarse nuevamente en un viaje a La Habana con los mismos que lo siguieron allí. O con algunos de ellos.

Desciende la noche y Varela se despide. Los gritos continúan. Se oyen exigencias de otra canción. El regreso, el público sabe que esto no puede terminar aquí. Que el tiempo adicional es necesario, aunque ya se hayan desbordado los recuerdos y hayan identificado a Cuba no solo a través de las canciones, las imágenes proyectadas, sino también desde su actualidad. No era la Cuba que conocían, pero era la Cuba que permanecía y que había llevado a todos a la lejanía. En verdad, era la Cuba que siempre había habitado en Varela, aunque tuviera 10 años menos y pasara la noche sentado en una mesa, escribiendo apasionadamente al ritmo de U2, hablando de la tierra que se desvanecía desde el Malecón.

Varela en tiempo extra

El trovador volvió con su banda, dedicándole a Olivia, su pareja desde hace años, “Tu alma y la mía”. La joven tomaba fotos de manera casi furtiva desde una esquina o desde la segunda planta del escenario. Ella deseaba que ese amor no fuera exclusivo de ellos, sino de todos los que tengan una Olivia en sus vidas, en su pasado o en el país donde, en este momento, alguien podría estar experimentando una noche iluminada únicamente por las canciones del trovador. Porque siempre existe una luz entre las grietas de la oscuridad, parafraseando a Cohen. Esto lo saben aquellos que nacieron en los 80, los que vinieron después y los que conocerán en el futuro el país a través de esas canciones que a veces sonaban en la radio y a veces pasaban desapercibidas.

Olivia preguntó a un conocido por su madre, y él señaló hacia donde ella tomaba fotos en una esquina. Como si también hubiera crecido con Varela. Aunque en realidad lo hizo mientras su hijo, en su rincón de la vida, crecía como lo hicieron Jalisco Park o Monedas al aire. La fotógrafa sonrió, continuando su labor de testimonio de la noche.

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Antes de finalizar, Varela hizo un despliegue de energía con “La Feria de los tontos”. La audiencia le siguió en la letra y gritos por el nombre de Cuba resonaron en el recinto. Han tenido el sabor de la victoria sobre la nostalgia durante una noche. Volvieron a escuchar el sonido de la memoria, el de su país y la exigente llamada de atención a sus recuerdos. Posteriormente, comprenderán que ganar siempre sabe a poco. Porque fuera, la lluvia continúa. Y en La Habana, tampoco ha dejado de llover.

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