Cementerio chino en La Habana: relatos acompañados por un antiguo callejón en penumbra

Lo más Visto

Fotos: Roy Leyra | CN360

En el bullicio de la calle 26, en la intersección con Zapata, se encuentra el Cementerio chino de La Habana, un lugar que preserva la calma ancestral de aquellos que descansan en él. Al cruzar su portón, una quietud milenaria puede erizar la piel, siendo quizás uno de los símbolos más orientales del enclave.

Declarado Monumento Nacional en 1996, este cementerio es un testimonio de la herencia china en la isla, un legado arquitectónico que, más allá de dar sepultura a los fallecidos de esta comunidad, recuerda la a menudo ignorada emigración china en Cuba.

La construcción de este camposanto comenzó con las primeras solicitudes del cónsul Liu Lia Yuan, quien al llegar a la isla aseguró una representación legal mínima para la comunidad china. Hasta entonces, los inmigrantes chinos que arribaron a Cuba desde mediados del siglo XIX, y que en su mayoría fueron explotados en las plantaciones de azúcar, eran enterrados en el área del puerto de Regla.

Según diversos registros históricos, después se les otorgó sepultura en el antiguo Cementerio de los Ingleses y en una zona que perteneció a la finca San Antonio Chiquito, la cual posteriormente se convirtió en parte del área que ocupa hoy el Cementerio de Colón.

En 1883, el cónsul chino envió una carta al Capitán General solicitando los permisos para la construcción del Cementerio Chino de La Habana, aunque dicha solicitud no fue bien recibida por el obispo local. Pasaron diez años antes de que finalmente se autorizara el inicio del proyecto, aunque se obligó a la comunidad asiática a emplear ciertos símbolos católicos en sus tumbas.

Para llevar a cabo la construcción, se adquirieron terrenos de Federico Kholy, situados a poco más de 100 metros de la esquina suroeste del Cementerio de Colón, por un costo de 8,100 pesos, además de más de 23,000 para las obras de edificación.

El arquitecto Isidro A. Rivas fue el encargado del diseño, que abarcaba una extensión de 9,606 metros, aunque hoy en día el espacio es menor debido a la posterior ampliación de la calle 26. Rivas dejó su huella en la entrada con caracteres chinos: San Yu Chun Wah, que significa “Cementerio General de China”.

El diseño consta de cuatro cuadrículas, divididas por dos calles que se cruzan, y en su interior la sobriedad típica oriental se refleja en sus tumbas. Sobre algunos sepulcros hay flores que son ofrendas de los pocos descendientes que visitan a sus antepasados.

En otras tumbas se observan cabezas de dragones, algunas cubiertas con tejas españolas, y la mayoría presenta el característico formato triangular de los aleros asiáticos, que permite la escorrentía del agua de lluvia.

El espacio que la calle 26 arrebató al Cementerio chino

La ampliación del barrio del Vedado en 1949 generó una gran controversia respecto al cementerio chino. Las nuevas regulaciones urbanísticas implicaron la pérdida de su zona noreste, lo que le dio al cementerio la forma irregular que conocemos hoy, alejándolo de su original diseño rectangular.

El gobierno de la ciudad destinó esta parte de la parcela para la construcción de la acera y parte de la calle 26, lo que llevó a reubicar la puerta de acceso a su posición actual.

Según varias leyendas, muchas tumbas quedaron enterradas bajo el terreno que se destinó a la calle y la acera, por donde hoy transita la gente con normalidad.

El abandono tras la nacionalización

El Casino Chung Wah fue la asociación china que tuvo una conexión directa más significativa con el cementerio desde su construcción. También estableció un reglamento y gestionaba el envío de los restos mortales de los chinos fallecidos en la isla a sus familias.

Esa asociación también se encargaba de las labores de conservación del cementerio, actividad que se vio interrumpida tras su nacionalización en 1967. Desde entonces, quedó bajo la administración de la necrópolis de Colón y, por lo tanto, no tuvo la mejor gestión.

Luego de varios años sin un adecuado mantenimiento, en 1996, año en que fue declarado Monumento Nacional, se inició el rescate de sus criptas y nichos. La remodelación se completó en 2003, gracias al apoyo del Casino y el grupo Promotor del Barrio Chino de La Habana.

A dos décadas de esa restauración, poco más se ha realizado en el camposanto chino. Sin embargo, cruzar su portón sigue siendo una experiencia pacificadora para quienes lo visitan, ya sea con un fin cultural o para recordar a sus seres queridos.

En sus espacios, las bugambilias crecen y el verde se entrelaza con el amarillo o el encalado de las tumbas. Quizás su aspecto no sea el más cuidado de los espacios de la capital, pero el misticismo asiático ha evitado que caiga en un abandono total.

Lejos de la intensidad occidental y funcionando como una especie de oasis de paz en medio del bullicio habanero, el Cementerio chino sigue albergando milenarias historias no contadas. Historias que quizás algún día se plasmen en palabras, mientras tanto permanecen custodiadas por ese “viejo callejón sin luz” del que nos hablaba Carlos Varela.

Más Noticias

Últimas Noticias