Con múltiples cintas y sin ataduras | Crónica

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Imágenes y Texto: Manolo Vázquez

Te preparas para un fin de semana en casa, siguiendo el lema internacional de la pandemia. Es viernes y la tarde se tiñe de naranjas en el cielo tropical. El sonido de los televisores, que ya forma parte del ruido habitual de La Habana, comienza a romper el silencio del confinamiento, al mejor estilo cubano.

De repente, un camión de la basura aparece. Pero no vino a recoger los desechos de la esquina; su misión es otra. En su parte trasera, trae talanqueras, las mismas que se empleaban en grandes conciertos o actividades político-masivas, aunque es justo decir que un primero de mayo se repite a diario en cada mercado de la isla.

Rápidamente, luces parpadeantes de una patrulla se detienen ante el asombro de todos, mientras varios obreros bajan los hierros y los amarran con cintas amarillas en cada esquina, a lo largo de varias manzanas.

El barrio se estremece. El ruido ambiental de los televisores se apaga, como el ocaso primaveral que coloría las calles. Algunos gritan pidiendo comida mientras cae la noche. Otros se apresuran a tirar la basura, y no pocos cogen el teléfono buscando información.

Las charlas fluyen de balcón a balcón. Algunas voces son más prominentes. Los temas que se discuten son los mismos: ¿cómo será la rutina diaria a partir de ahora? Faltaban aclaraciones. La preocupación por el aislamiento inesperado reinaba en cada hogar.

La noche avanza en medio de la incertidumbre. A la mañana siguiente, todo son rumores. Hay un oficial de la PNR en cada cruce. Uno de ellos responde a las preguntas con una única frase que repite invariablemente, como si un chip se le hubiera implantado: “están en cuarentena, así que no podrán salir en 40 días”, menuda combinación de términos.

Pasan los días. Se organizan las colas para comprar por CDR. Algunos aventureros saltan las cuerdas divisorias y se internan en “tierras libres”. Todo continúa igual a ambos lados de la “frontera”. Largas filas, escasez.

Al cabo de una semana, ya conocemos varios nombres de contagiados. Todo se comparte por “radio bemba”. Las noticias falsas son tan comunes como los falsos positivos. Un día al azar nos traen refrescos y galletas. Cada hogar debe tener un representante para ir a recogerlos, no sin antes esperar el último y cumplir con la sana distancia.

A los nueve días de confinamiento, algunas talanqueras yacen en el pavimento. Muchas de las cintas han desaparecido y las personas entran y salen, así como los vehículos, tanto locales como forasteros.

Ya no hay policías y la tienda del barrio casi no recibe productos. Los presidentes de cada Comité organizan colas entre ellos para intentar clasificar en caso de que llegue algún alimento. El vendedor del agro está aislado porque su esposa dio positivo, al igual que el carnicero.

Eso sí, nos queda el pan nuestro de cada día, ese que ha subido de precio y ha mantenido la calidad habitual. Y bueno, llegó el cobrador de la luz, pronto vendrá el del gas.

Con tantas cintas y sin lazos, mi barrio añora la arena, y hasta a la muñeca sin brazos de Magdalena.

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