Foto: Cuba Noticias 360
Después de varios años de enfrentar la inseguridad energética, los cubanos han perdido la esperanza de que se solucione, de una vez por todas, la persistente problemática de los apagones que afectan a todas partes. Estos cortes son un cáncer que ha hecho metástasis: se controlan momentáneamente, pero terminan regresando cuando ya parecían erradicados.
En el candente tema de los cortes de electricidad, el año 2024 ha sido especialmente molesto para la mayoría de los cubanos. Esto no solo se debe a que se ha mantenido con una asombrosa impunidad la estrategia de intentar no apagar La Habana (o al menos no tanto) y repartir el déficit entre el resto de la isla; sino, sobre todo, porque desde enero las autoridades de la Unión Eléctrica (UNE) han estado implementando una estrategia de mantenimiento a las termoeléctricas para «garantizar la vitalidad del sistema durante los meses más calurosos del verano».
Y, como ya era de esperar, hubo apagones por mantenimiento de termoeléctricas en invierno y por fallos de termoeléctricas en verano, lo que ha llevado a que la población «apagada» esté doblemente incómoda: por los apagones mismos, que han rondado las 10 horas diarias en agosto, y por la falta de credibilidad en las promesas de la UNE, que no cumplió con el compromiso de lograr «una mejor situación del sistema eléctrico» a estas alturas del año, con temperaturas que superan los 37 grados Celsius.
La forma en que los ciudadanos logran iluminarse o mitigar el calor en estas circunstancias adversas parece no ser de interés para nadie, lo cual ha llevado a las personas a buscar sus propias alternativas que van desde una planta eléctrica —para quienes pueden costearla— hasta velas y abanicos tradicionales.
La forma en que se las arreglan para cocinar, sin embargo, es un tema más delicado, básicamente porque desde la llamada Revolución Energética un tercio de la población cubana fue inducida a migrar a la cocción mediante energía eléctrica, gracias a las ollas arroceras, hornillas y otros electrodomésticos que el gobierno vendió a precios subsidiados para eliminar los combustibles tóxicos que solían distribuirse en la canasta familiar normada.
Si bien esta sustitución garantizó patrones de consumo positivos y ahorradores, apenas tres años después, la demanda total de energía había aumentado en un 33 por ciento, lo que dejó a muchos territorios dependientes de la energía eléctrica para la preparación de alimentos, de acuerdo con cifras publicadas por la UNE.
Aún en los mejores casos, las personas que cocinaban con electricidad pero mantenían una cuota de gas licuado, tampoco pueden sentirse seguras en la actual situación. La disminución de las horas de corriente eléctrica ha incrementado la demanda del combustible alternativo, creando cuellos de botella en las instalaciones de venta de gas, situación que la prensa ha reflejado a lo largo del año.
Ante esto, han vuelto a aparecer combustibles que parecían relegados a los recuerdos más dolorosos del llamado Período Especial: el alcohol, el keroseno, el carbón vegetal, la leña…
En mayo pasado, en algunas provincias orientales, el gobierno vendió, de manera racionada y controlada, una lata de carbón por núcleo familiar, una medida que generó más molestias que satisfacciones. Solo se expendía una lata por libreta a 150 pesos, lo que provocó un aumento en el precio del saco de carbón en el mercado negro.
No solo se trata del problema del combustible. Una preocupación adicional para las familias al cocinar sin electricidad es la calidad de los fogones; casi siempre son hornillas improvisadas, estufas que funcionan mal y carecen de los utensilios necesarios; a veces se utilizan en patios de tierra o cimentados, en vías públicas cercanas a la vivienda e, incluso, en apartamentos sin las mínimas condiciones de ventilación.
La ansiedad por cocinar aumenta al considerar que, por lo general, son las mujeres quienes se exponen a estos combustibles inflamables; las mismas mujeres que suelen encargarse de decidir qué cocinar y planificar los alimentos para que rinda.
En medio del círculo vicioso de la escasez de recursos naturales, la precaria situación económica y la incapacidad del país para importar las cantidades de combustibles que requiere, al cubano de a pie —el que práctica no decide nada— solo le queda maximizar su cuota de gas, ahorrar el saco de carbón o aprovechar cada minuto de corriente para cocinar; porque demandar una inversión a largo plazo destinada a recuperar el sistema eléctrico nacional sin soluciones temporales es ya una utopía inalcanzable.