Foto: RL Hevia
Texto: Redacción Cuba Noticias 360
En medio de la crisis general que afecta todos los aspectos de la vida nacional, habitar en edificios multifamiliares intensifica la presión sobre la ya estresante cotidianidad de los cubanos.
A las típicas disputas entre vecinos por las filtraciones frecuentes en este tipo de edificaciones, por el escaso acceso al agua de la cisterna común y hasta por las mascotas, se suma un nuevo inconveniente: la carencia de combustibles apropiados para cocinar en espacios pequeños y poco ventilados.
Este se ha convertido en el nuevo calvario de quienes residen en los llamados bloques de apartamentos, ya que los apagones de hasta 20 horas diarias y la escasez de gas licuado los dejan dependientes del carbón o la leña, dos alternativas incompatibles con estas “ortopédicas” viviendas diseñadas en la era del antiguo campo socialista.
Solo es necesario visitar uno de los cientos de barrios cubanos de este tipo constructivo para observar los malabares que realizan, especialmente las madres, para preparar alimentos: hornillas improvisadas hechas con una rejilla de ventilador, el balcón del apartamento, de apenas un metro cuadrado, convertido en un almacén de leña, y —quizás la solución más práctica— la planta baja del edificio llena de fogones rústicos, que emiten un humo espeso y molestan a los vecinos asmáticos.
Sin embargo, ¿quién se preocupan por el asma y las alergias en estos días, cuando la disyuntiva es cocinar con lo que se pueda o morir de hambre? La electricidad y el gas parecen lujos que los cubanos ya no pueden permitirse.
Las redes sociales reflejan la precarización de la vida diaria: los internautas comparten fotos de soluciones ingeniosas dignas de cualquier foro de innovación científica, imágenes de barrios enteros alrededor de un solo caldero de caldosa, o de familias pelando viandas para encender una fogata al lado del corral del cerdo; un animal que, por cierto, ya se ha adueñado de los espacios comunes del vecindario.
Siempre hay quienes se quejan del mal olor, del enjambre de moscas, del humo y hasta del bullicio estridente de quienes beben ron mientras cocinan al aire libre, pero las denuncias suelen caer en saco roto, ya que estos escenarios mayormente suburbanos rara vez figuran en la agenda de las autoridades, la policía o en las visitas del “primer nivel”.
Tampoco sería efectivo aplicar rigurosamente el reglamento de los edificios multifamiliares ni las regulaciones de ordenamiento urbano. Al fin y al cabo, es poco probable que alguien destruyera a hachazos el juego de comedor de madera “buena” solo para incomodar al vecino; pero en tiempos extremos, sin electricidad, gas ni queroseno, buscar combustibles para cocinar se convierte en una cuestión de supervivencia.