Foto: Roy Leyra | CN360
Enfocados en cuestiones de supervivencia inmediata —como obtener alimentos o acceder a medicamentos—, los cubanos han dejado de lado recientemente un tema igualmente complejo: el alto costo de las bóvedas en los cementerios, un asunto que nos sigue hasta la tumba, literalmente.
La gravedad de este fenómeno alcanzó su clímax en 2021, cuando Cuba registró casi 168,000 muertes, la cifra más alta en más de cincuenta años. A pesar de que las autoridades de Salud Pública minimizaron las estadísticas oficiales, el notable aumento de fallecimientos estuvo claramente relacionado con los efectos de la covid.
Nunca antes los cementerios habían enfrentado una crisis tan aguda: se realizaron exhumaciones rápidas para liberar espacio, construcciones apresuradas de nichos e incluso fosas comunes fueron algunas de las medidas adoptadas por Servicios Comunales para lidiar con la situación.
Sin embargo, a medida que las cifras diarias de muertes en la isla han regresado a «la normalidad» y la inflación ha elevado los precios de todo, resulta sorprendente lo costoso que se ha vuelto el acto de morir.
Basta con ingresar a Revolico, esa especie de reflejo del costo de vida en Cuba, para verificar que el precio de las bóvedas, nichos y tumbas varía entre 4,000 y 8,000 dólares (USD), dependiendo del cementerio y del estado estructural. Aunque pueden encontrarse excepciones por 2,000 USD y otras que podrían costar más de 10,000 USD, lo que equivale al precio de una casa de dos cuartos.
Sin embargo, estos no son los precios que se informan oficialmente. En la compraventa de bóvedas, igual que con inmuebles y autos, los interesados tienden a declarar el precio mínimo, en este caso 300 pesos en moneda nacional, para eludir impuestos.
En el proceso burocrático —que es relativamente rápido en comparación con otros trámites— es crucial si la bóveda se puede transferir o no, la validez de la documentación y la autorización del traspaso si la propiedad se encuentra en un cementerio declarado Monumento Nacional.
Este es el caso del Cementerio de Colón, el más relevante no solo de la capital, sino de toda Cuba, y uno de los más grandes a nivel mundial. Con 57 hectáreas, cuenta con más de 56,000 mausoleos, capillas, panteones, galerías, nichos y osarios, muchos de los cuales están construidos o decorados con mármoles finos, vitrales, estatuas y esculturas de elevado valor comercial.
En este cementerio ha proliferado la figura del «corredor de bóvedas», una persona que posee un amplio catálogo de sepulcros a la venta y que tiene disponible información sobre espacios en alquiler, un fenómeno más común de lo que se podría pensar.
Uno de estos comerciantes, Rolando Bravo, comentó recientemente que vender una propiedad en la necrópolis de Colón era una transacción simple, aunque el aumento en los precios ha generado una oferta mucho mayor que la demanda.
Esto también se debe a la ola de cubanos que han decidido emigrar. Algunos han puesto en venta sus propiedades funerarias, mientras que otros simplemente se desentienen de sus bóvedas y panteones, siguiendo el refrán popular: «El muerto al hoyo y el vivo, al pollo».
Aún así, existe un sector de la sociedad que permanece completamente ajeno al costo de este tipo de propiedades: los cubanos que no pueden permitirse el lujo de pagar un espacio exclusivo para su familia y optan por el uso temporal de bóvedas estatales, facilitadas por un período de dos años. Al finalizar ese tiempo, deben exhumar los restos de sus familiares y colocarlos en osarios.
Este suele ser un momento especialmente doloroso que todos desearían evitar, aunque solo una pequeña parte de los cubanos tenga la capacidad de adquirir, a los precios actuales del mercado, un lugar medianamente digno donde descansar.