Foto: Cuba Noticias 360
Al llegar a casa por la tarde, agotada tras un largo día de trabajo, abrías el congelador y te dabas cuenta de que no había pollo. Cogías tu cartera y salías corriendo hacia la tienda más cercana que todavía estuviese abierta; buscabas entre los productos en las neveras y regresabas con el paquete que mejor se adaptaba a tus necesidades. Esto era lo habitual en cualquier ciudad de Cuba hace apenas cinco años, aunque hoy parece que eso fue hace una eternidad. Éramos felices con tan poco y no éramos conscientes de ello.
Luego llegaron, una tras otra, la pandemia, la Tarea Ordenamiento, la coyuntura, la contingencia… situaciones en las que los cubanos han sentido cómo, con prisa y sin pausa, se aprieta la soga que ya tenían atada al cuello.
Muchos ya no recuerdan los precios de antes, cuando 1 CUC equivalía a 24 pesos, y a esa relación se le atribuían todas las distorsiones económicas. Se decía que al eliminar el chavito, se enderezaría la pirámide invertida de los ingresos, afirmaban los expertos del llamado Ordenamiento; sin embargo, en este momento crítico —en el que ni siquiera sabemos si hemos tocado fondo—, la macroeconomía está en una situación peor que entonces, y al ciudadano de a pie ya no le salen las cuentas.
“Hay que generar más bienes y servicios”, claman ministros y diputados del Parlamento; pero a nadie le queda claro cómo hacerlo con tantos obstáculos en el sector productivo, con la fuga migratoria que ha reducido los recursos humanos de la economía y con la frustración que generan salarios que no alcanzan ni para dos cartones de huevos.
A la espera de que aumente la producción —¿como si Jesús multiplicase los panes y los peces?—, el cubano ha aprendido a prescindir y a contenerse; ha superado la etapa de hacer más con menos para llegar a ese es difícil estado de hacer más con nada.
El cerdo, por ejemplo, solía ser el mamífero nacional, pero su precio por libra lo ha convertido en un lujo. Y hemos aprendido a vivir sin carne de cerdo.
Y sin frijoles, ya que su libra supera los 500 pesos.
Y sin arroz, que ha fluctuado de precio hasta estabilizarse en unos 150 pesos por libra.
Y sin azúcar, con un costo completamente variable que depende del día en que aparezca en el mercado.
Y sin café, que llega a la bodega un mes sí y varios no.
Y hasta sin pollo, porque conseguir un paquete puede costar más de 3,000 pesos, lo cual es inalcanzable.
Sentada a la mesa con lo esencial, disfrutando de una comida frugal y dando gracias a Dios y a tus familiares en el extranjero, te cuestionas qué sucederá cuando se terminen las reservas. Has aprendido a lidiar con esa incertidumbre y con la ansiedad sin ansiolíticos, porque tampoco se encuentran en la farmacia.
Lo que a veces no te deja dormir, porque siempre has sido una romántica de izquierdas, es imaginar cómo sobrellevan los llamados vulnerables, aquellos que no tienen a nadie que les envíe un paquete, quienes trabajaron toda la vida y hoy reciben una chequera de 1,500 pesos. Si tuvieras una varita mágica, regresarías a hace cinco años, cuando éramos felices y no éramos conscientes de ello.