Daymé Arocena: diálogo a la distancia sobre «una nación de locuras»

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Fotos: RRSS

Texto: Alejandro R.

Las coincidencias y la música de la vida me llevaron a conocer a Daymé Arocena hace varios años. Fue en La Habana, en su hogar. Hablamos mucho sobre música, y desde ese instante supe que tener en mi vida a alguien como ella era significativo. No fue solo su música lo que me cautivó; al final de aquella charla, me di cuenta de que Daymé es una persona muy especial, más allá de su trayectoria artística.

Daymé es una mujer extraordinaria, de esas que te atrapan con una sonrisa tan amplia como su talento. Y no es un cumplido, sobre todo porque esta es una de esas cosas que nunca le he mencionado en persona.

Después de un tiempo, nos cruzamos nuevamente en Toronto, donde reside actualmente. Para mí fue un regalo encontrarla en ese lugar, junto a su esposo Pablo, y compartir una de las celebraciones de cumpleaños más inesperadas y hermosas de mi vida.

Pero esto no trata de mí, sino de ella. Una artista increíble que dejó Cuba para convertirse en una grande del mundo. Y eso es algo que todos reconocen.

Recientemente conversamos, ella desde Puerto Rico, donde se encuentra grabando su nuevo disco junto a Eduardo Cabra, un músico y productor reconocido, exintegrante de Calle 13. Nuevamente, tuvimos una larga charla, de esas en las que las horas se van volando, y se disfruta mientras se aprende mucho.

Hablamos sobre su música, Toronto, su salida de la isla, la emigración, San Juan, la gente del Caribe y, por supuesto, sobre Cuba.

Discutimos muchos otros temas, pero esta entrevista será solo un resumen de toda la riqueza que Daymé tiene para compartir con nosotros. Y lo hará a su manera. Yo intentaré mantenerme al margen, ahora sí, para que ella nos cautive una vez más con su voz, como ha hecho disco tras disco.

¿Por qué decidiste dejar Cuba?

Creo que es esencial saber leer los tiempos, y no es que yo haya conocido una Cuba próspera y fantástica. Nací en los años ’90, y desde entonces mi experiencia de Cuba ha estado marcada por limitaciones, calamidades y dificultades, y creo que esa es la razón principal por la que muchos cubanos deciden irse.

Probablemente, ahora, gracias a las redes sociales, algunas personas entienden que esto es un asunto político. Sin embargo, el cubano tiene necesidades básicas que lo impulsan a escapar sin tener claridad sobre cuál es la verdadera causa de su partida.

Vengo de un entorno muy complicado. Nací en una casa de muchas personas; nos llamaban «la casa de los muchos». Fui el número 14 en un pequeño apartamento, en una familia numerosa, en medio de los años ’90. Siempre me gusta aclarar que no éramos 14 hermanos, sino que éramos abuelos, tíos y primos. Éramos una de esas familias que no tienen para dónde ir.

Crecí en ese ambiente y puedo decir que mi historia es una de superación. Proveniendo de ese contexto, a los 25 años ya tenía mi casa, comprada con mi trabajo y la exposición internacional que empecé a tener, que, dado el contexto cubano, era considerable, y eso me ayudó a crecer, independizarme y también a apoyar a mi familia.

Entonces llegó un momento en el que deseaba hacer más y no entendía por qué no era posible. Por qué había un límite al que no podía sobrepasar. Y creo que ese fue el techo al que nos enfrentamos.

Fue una decisión compartida porque, a diferencia de mí, mi esposo no tuvo la oportunidad de desarrollarse artísticamente en Cuba. No estoy diciendo que mi crecimiento artístico haya sido favorecido por alguna entidad cubana, pero dada la exposición internacional que tuve, comenzaron a darme visibilidad.

En el caso de mi esposo Pablo, no ocurrió lo mismo. Recuerdo que en un momento comenzamos a buscar información sobre cómo podía integrarse en el mundo de las artes visuales. Nos decían que si no había estudiado en una escuela de arte, ¡el mismo Ministro tendría que darle permiso para hacer una exposición!

Recuerdo haber pensado: “¿qué galaxia es esta? ¿en qué planeta estamos? ¿de verdad el Ministro tiene que autorizar a alguien para hacer una exposición?”. Me parece lo más ridículo y sin sentido, especialment porque él se dedica a la fotografía y no hay una escuela de fotografía fija; ¿cuántas concesiones había que hacer? ¿ante quién había que rendirse para obtener permiso para exponer?

Además, en ese tenso momento, ocurrió un episodio interesante en el que tuve un debate público con el entonces Ministro de Cultura, Abel Prieto.

Le pregunté en un Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) por qué no podíamos ser artistas independientes. Lo pregunté públicamente porque no lo entendía, hasta ese punto, no lo entendía.

Decía que si estaba trabajando con compañías de publishing, management, sellos discográficos y agencias, que todas eran entidades privadas, ¿qué tenía que ver el gobierno con todo eso? Y, además, ninguna de estas entidades era una empresa artística. ¿Qué era esa empresa de representación que no representa? Esa empresa que solo censura y coarta tus libertades como artista.

Eso es algo que mucha gente no sabe: los artistas en Cuba necesitamos una aprobación gubernamental para poder trabajar, y es extremadamente difícil de conseguir. A mí me dijeron “no” tres veces, y no me da vergüenza decirlo; me parecía una cosa surrealista.

Finalmente, llegó la empresa, pero solo porque yo estaba haciendo cosas a nivel internacional, y cuando vieron el ruido que hacía, dijeron: “oh, un momento, la empresa tiene que empezar ya porque hay que sacar el dinero de alguna forma”.

Sin embargo, lo que más me decepcionó, mi momento culminante fue ese encuentro con Abel Prieto, cuando entendí que en el lugar donde vivía, las cosas no funcionaban bien.

Luego de mi pregunta en el Congreso, Abel Prieto me dijo que discrepaba con mi planteamiento porque mis ideas eran capitalistas. Yo sinceramente no sabía a qué se refería con eso frente a toda la gente que estaba allí. De hecho, no sé por qué me invitaron a ir, pero fui y planteé lo que sentía porque era una inquietud que tenía.

Sin embargo, él introdujo el tema político, y solo sus respuestas me hicieron darme cuenta de que estaba viviendo en un país de locos.

Ese día llegué a casa y le dije a Pablo “nos vamos”. Fue una decepción tan enorme lo que sucedió y, a partir de ahí, se desencadenó un efecto dominó. Comencé a entender que si quería avanzar, crecer, realizarme profesionalmente y cumplir los sueños de mi esposo, había que salir de Cuba.

No creo que irse del país sea la solución para resolver los problemas, porque esos deben resolverlos en el interior, hay que enfrentarse a lo que se ha impuesto allí durante tanto tiempo. Pero empecé a cantar en el extranjero con 22 años y ya tengo 30; el tiempo sigue su marcha y hay inquietudes, sueños y aspiraciones artísticas que sentía que no podría realizar en Cuba.

¿Por qué Toronto y cómo ha sido el cambio?

Elegimos Canadá porque era donde teníamos posibilidades en términos de visa, y tan pronto llegamos, Pablo comenzó a realizar lo que nunca pudo hacer en Cuba.

Eso fue la confirmación de que habíamos tomado la decisión correcta. Si queríamos enfocarnos en nuestras aspiraciones artísticas y profesionales, Cuba no era el lugar.

Además, Toronto es muy cosmopolita y uno no se siente estéticamente o racialmente ajeno, ya que en esta ciudad todos lucen distintos. Sin embargo, nunca imaginé que me harían falta tantas cosas que antes no consideraba esenciales, como el sol, tanto su luz como su calor.

Nunca pensé que extrañaría tanto el mar, sobre todo el nuestro, ese que toca tus pies y de inmediato te aclimatas; ese olor a sal, esa sensación sanadora que aporta el mar. No me había dado cuenta de cuán esencial era en mi vida.

Tampoco imaginé que me haría tanta falta la comida cubana. Todo lo que no cociné en Cuba, aprendí a hacerlo fuera. Nunca había hecho croquetas, tamales o pastelitos de coco, pero terminas aprendiendo a hacer todo eso, y aunque no sabe igual, uno, por nostalgia, lo siente casi igual, pero no lo es.

Después de este tiempo lejos de Cuba, ¿qué representa la emigración para ti?

La emigración es un proceso difícil, incluso podría catalogarlo de traumático.

Nosotros nos fuimos solos; nuestra familia se quedó en Cuba. Y si para nosotros fue complicado, me imagino que para quien realmente se va solo, sin pareja ni familia, debe ser mucho más duro.

Es un proceso complicado, pero mirar hacia atrás y entender que no ha cambiado nada por lo que valga la pena regresar, que todo sigue igual, me hace darme cuenta de que estoy bien.

El día que las cosas cambien, la primera en subirse a un avión para regresar soy yo, pero cada vez que me cuestiono si fue un buen paso irnos, miro lo que hemos hecho hasta ahora y lo que éramos capaces de hacer en Cuba y, verdaderamente, nada ha cambiado allá y nada de lo que hemos logrado aquí habría sido posible allí.

Así que hay que resistir, hay que aprender. No se puede vivir en otro país con la mente centrada en donde dejaste tus raíces, porque esas raíces permanecen, no se arrancan, siguen ahí; por eso, donde sea que uno esté, la gente se da cuenta de que eres cubano.

Con Canadá llegaron muchas cosas buenas, entre ellas Alafia Films… ¿cómo surgió el proyecto?

Alafia Films nació cuando Pablo y yo llegamos a Toronto en abril de 2019, justo cuando empieza casi el verano y con él los festivales.

Pablo adquirió una cámara de fotos en ese momento, y justo en la esquina de nuestra casa hay un club llamado “Lula Lounge” que organiza un festival en la calle. En ese instante, conocía a los organizadores por otros trabajos y les pregunté si necesitaban fotos para cubrir el evento. A partir de ahí, Pablo comenzó a integrarse en ese mundo, aunque en realidad lo que todos necesitaban eran videos.

Así aprendí que no se puede decir que no a nada, y como Pablo había hecho un curso de edición en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba y había tenido algo de experiencia en el ámbito audiovisual antes de irse de allí, tenía algo de conocimiento.

También nos dimos cuenta de que el mundo audiovisual y cinematográfico es muy complicado; es un entorno que requiere manos, ideas, equipo y un grupo de personas. Por ello, decidí aventurarme junto a Pablo en un campo que no conocía, ¡pero toda mano amiga es bien recibida! Así empezamos a crear.

Luego llegó a Toronto Aldo de Los Aldeanos y Silvito el Libre, y realizamos un video de su primera visita. Así comenzamos nuestra incursión en el circuito canadiense. También participamos en un festival llamado Women in Percussion, donde hicimos un video. Hasta que llegó la pandemia y todo se detuvo.

Esos primeros meses fueron terribles. Contábamos con algunos ahorros, pero se estaban agotando y no sabíamos qué hacer hasta que me contactaron de un festival de arte para dar un concierto online. El festival se llama La Ceiba y se realiza en Richmond, Virginia.

Tenían todo el presupuesto, pero debían hacerlo online. Me contactaron, conversamos y les dije que no tenía manera de ofrecer un concierto online, no sabía cómo hacerlo y además mis músicos estaban en Cuba, pero no quería dejar de participar.

Entonces me senté con mi esposo y le dije, vamos a inventar un proyecto, lo que sea, y a seguir adelante. Así creamos un video experimental de “Sonocardiograma”, mi último disco, que fue un álbum del que no pude realizar muchos conciertos, ya que salió en septiembre de 2019, hicimos la gira de otoño y después la de primavera se canceló por la pandemia.

Conceptuamos un proyecto como un concierto experimental. Con el presupuesto del festival, adquirimos algunas luces y una cámara de video, y cuando los del festival vieron lo que habíamos hecho, literalmente en el salón de nuestra casa, quedaron tan impresionados que nos propusieron hacer otro proyecto.

Creo que ese fue el verdadero nacimiento de Alafia Films, cuando Pablo y yo decidimos unir nuestras fuerzas desde nuestros respectivos campos de trabajo: yo como músico y él como artista visual, comenzando a crear juntos.

Después llegó una propuesta para un proyecto documental. El problema era que tenían unos fondos, pero los perderían si no terminaban el proyecto ese año y con la pandemia no podían ejecutarlo. Nos enviaron la propuesta para ver si se nos ocurría algo y si queríamos hacerlo, ellos nos darían los fondos.

Cuando recibimos la propuesta, eran historias fascinantes pero muy difíciles de abordar. Eran relatos de superación de mujeres, y aunque nos encantó la idea, no había manera de que viajáramos a EE.UU. para hacerlo, así que propusimos realizar un corto experimental de ficción que uniera todas esas historias en un solo relato.

El corto se llama “Sunlight Around the Corner: The Golden Sparrow” y lo compone una narradora y una bailarina que va desarrollando movimientos a medida que avanza la historia. Tras finalizar ese proceso, escribimos música inspirada por el movimiento de la bailarina; resultó ser un enfoque inverso.

Fue un proyecto en tiempo récord, en plena pandemia, con un equipo muy pequeño, y en lugares aislados debido a las restricciones. Pero lo logramos y, siendo sincera, lo concebimos inicialmente como un entrenamiento para futuros proyectos, sin pensar que nos otorgaría tanta visibilidad.

El corto ha sido presentado en más de diez festivales internacionales en EE.UU., España, Puerto Rico y ganamos el Premio de Mérito en el Canada Shorts, una competencia de cortos de todo Canadá. En Madrid, obtuvimos el premio al mejor corto experimental y mejor banda sonora en el Festival Capital Filmmaker. Además, no solo hemos estado en festivales de cine, sino que también lo hemos expuesto en importantes museos.

A veces uno realiza las cosas sin prejuicios, incluso sin tener los conocimientos adecuados; uno se arriesga y no espera mucho a cambio. Este proyecto nos impulsó a continuar nuestro camino.

Ahora estamos preparando un documental sobre mujeres percusionistas y ha sido increíblemente agotador porque somos solo Pablo y yo, pero nos ha enseñado mucho ya que hemos entrevistado a más de 20 mujeres de diferentes países y culturas.

Creo que, aunque cada uno continúe con sus proyectos individuales, seguiremos trabajando con Alafia Films para que no se convierta en un proyecto de pandemia. Estoy convencida de que Alafia es un proyecto que perdurará mientras estemos nosotros activos, independientemente de lo que hagamos.

¿Qué otras experiencias significativas te ha brindado Toronto?

Quiero mencionar esto y lo hago sin ningún tipo de vergüenza: empezamos a cuidar perros, porque cuando uno emigra, tiene que llegar con la mentalidad de que al principio es duro y no puedes venir con elitismos ni la idea de que las cosas te van a llegar sin esfuerzo, porque aquí hay que trabajar, pero también hay que enfocarse.

Lo menciono porque es un ámbito que tal vez la gente, especialmente los artistas, no explora al emigrar, y luego se ven atrapados en trabajos que les consumen mucho tiempo.

Lo que descubrimos nosotros al cuidar perros es que, primero, te entretienes y tu mente se distrae de la frustración que conlleva la emigración; además, sales de casa, ese aislamiento que puede representar emigrar sin amigos o conocidos. Fue un proceso muy bonito, porque los perros te acompañan, generas ingresos y, en nuestro caso, también nos dejaba tiempo para trabajar y avanzar en los proyectos que deseábamos realizar.

Fue muy enriquecedor, al punto de que llegué a extrañar a los perros cuando, tras un tiempo, los dueños regresaban a recogerlos.

Hablemos ahora del nuevo disco que estás preparando, ¿cómo surgió y cómo está siendo el proceso?

Cuando comenzó a disminuir la tensión de la pandemia, la discográfica me propuso hacer un nuevo disco. Por supuesto, había terminado decepcionada de no haber podido hacer lo que quería con “Sonocardiograma”, un disco al que le debo mucho. Sin embargo, estaba contenta de poder iniciar un nuevo proyecto.

Comenzamos a trabajar en una idea para el disco de forma remota entre Jorge Luis Lagarza (Yoyi), mi pianista, y yo. Pero pronto me di cuenta de que lo que estábamos proponiendo era un tanto más comercial. Siguen siendo mis canciones, sigo siendo yo, pero es algo más comercial y no teníamos todas las herramientas para ello.

Yoyi me mencionó en ese momento que la persona ideal para producir ese disco era Eduardo Cabra, porque tiene un amplio conocimiento de la música latina, folclórica y cubana; incluso pasó un tiempo en Cuba. Así que iba a ser la persona que entendiera nuestro lenguaje, al mismo tiempo que también sabe mucho sobre la industria y el mercado, lo que podría ayudar a traducir nuestra música a algo más comercial.

No sabía cómo contactar a Eduardo y además pensé que posiblemente cobraría una fortuna, dado su prestigio y su exitosa carrera. Me atrevería a decir que está entre los cinco mejores productores del continente.

Finalmente, le escribí a través de Sebastián, un chico que estudió en Cuba y trabaja como asistente en su estudio. Me sorprendió su respuesta: “A Eduardo le encanta tu música y quiere que le escribas”. No podía creer que él me conociera.

Inmediatamente contacté a Eduardo, y ese mismo día hablamos durante más de dos horas sobre música y ideas; la conexión fluyó de inmediato.

Eduardo es una persona muy abierta y me propuso que fuera a su casa en Puerto Rico a trabajar, ya que allí tiene su estudio. También le encantó la idea de unir fuerzas: Daymé y Eduardo, “la combinación musical”.

Es una persona que se deja llevar por sus instintos, y me pareció muy humilde y genuino que alguien como él, sin conocerme, me abriera las puertas de su casa, no solo para trabajar, sino para quedarme el tiempo que necesite. Al llegar a Puerto Rico, sentí por qué Lola Rodríguez de Tió dijo que “Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas”.

Por ahora, eso es lo que puedo compartir acerca del disco. Estamos trabajando arduamente, sin descanso, y creo que para septiembre habrá sorpresas. No quiero adelantar demasiado, pero el proceso ha sido realmente gratificante.

¿Alguna sorpresa que puedas adelantar en estos días?

Te puedo adelantar que lanzaremos ahora mi nuevo single “Dançar é Voar”, una colaboración con el gran productor Alexandre Kassin, de la cual me siento muy honrada.

La canción surgió durante el aislamiento de la pandemia y en medio del proceso migratorio que, por sí solo, siempre es fuerte. Nunca he sido una persona depresiva, pero la combinación de estos dos factores me hizo luchar contra lo que no soy, y la canción habla precisamente de todo lo que no podía hacer en ese momento: girar, cantar, danzar y volar.

¿Qué representa Cuba para ti en este momento?

Cuba representa la mayor añoranza. Si tuviera la lámpara mágica de Aladino y pudiera pedir un deseo, pediría que Cuba fuera libre ahora mismo.

No lo digo como una cuestión romántica; lo menciono porque tanto vivir fuera de Cuba como tener a mi familia allí me impacta directamente y repercute en todo lo que sucede en mi vida.

Para mí, Cuba, al menos desde la distancia, representa un hervidero. Todos están atentos a ver si la olla revienta. Esa es la pregunta del siglo XXI, porque creo que la gente no ha comprendido el poder que tiene.

En esa línea, uno de los problemas más graves que enfrenta Cuba es que la población ha perdido la capacidad de protestar; la gente no sabe cómo hacerlo y parece desorientada.

Por eso digo que es nuestra responsabilidad ayudarles a comprender por qué no todos pueden huir. Además, no todo el mundo tiene las condiciones para hacerlo, o no todos sienten que pueden evadirse; hay quienes no se pueden ir por sus hijos y otros que simplemente no quieren.

En tu caso, ¿consideras que huiste?

No sentí que estaba huyendo, ya que no era consciente de la política per se. Estábamos despertando, pero no huyendo; lo que realmente deseábamos era hallar cosas que en Cuba ya no encontrábamos.

Sé que vivir en la necesidad que hay en Cuba no es una vida, pero también soy consciente de que emigrar no es sencillo; es un proceso muy arduo, requiere de personas con una mente muy fuerte y definitivamente no es un juego. Por eso creo que huir no es siempre la solución. Enfrentarse a un nuevo mundo no es para todos.

¿Crees que es importante luchar por Cuba?

Creo que tenemos que luchar por nuestro país; lo que sucede es que al irte, comienzas a entender tantas cosas que allí no podías comprender y te cuestionas por qué no hice esto o aquello, lo cual es muy complicado.

Ahora, cuando uno sale del país y contempla las cosas con perspectiva, dice “Dios Santo, mira lo que me hicieron” y reacciona, y desearía en esos momentos poder retroceder el tiempo y haber reaccionado de forma diferente. Pero cada quien escribe su propia historia; cada uno tiene el derecho de despertar a su propio ritmo y bajo sus propias circunstancias.

Creo que hoy es más fácil despertar. No pienso que yo sea la persona más activa en redes sociales, a veces incluso me olvido de compartir cosas de mi propio trabajo, pero intento colaborar con ese despertar lo más que puedo.

Si no lo hice en Cuba porque no había despertado como lo hice aquí, lo menos que puedo hacer ahora es utilizar mi plataforma para visibilizar lo que no pude hacer cuando estaba allá. Creo que es crucial en este momento, y es algo que cada cubano puede hacer: visibilizar lo que sucede allí desde aquí.

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