Foto: RL Hevia
Con el pantalón ajustado por encima de la cintura y la libreta de abastecimiento en el bolsillo derecho de su camisa a cuadros, Pedro Herrera ha comenzado una cruzada similar a la de Pánfilo. Tal como el personaje cómico, el anciano aprieta la cartilla contra su pecho con más fuerza de la que le permiten sus años y no entiende —ni desea entender— las razones para prescindir de un recurso que siempre ha considerado la mejor forma de distribuir lo poco que tiene.
“Sé que esos productos están muy subsidiados, que el país ya no puede sostenerlos, pero son los únicos a los que puedo acceder con mi chequera”, refunfuña, animado por la vehemencia con que miles de cubanos protestan estos días por la inminente eliminación de los subsidios de la canasta familiar normada, una medida anunciada por tercer año consecutivo en las sesiones de fin de año del parlamento cubano.
Las páginas cuadriculadas del documento fueron objeto de chistes durante décadas, cuando muchos se burlaron de un sistema de distribución que consideraban obsoleto; sin embargo, la posible desaparición de la libreta comenzó a generar preocupación desde que en 2011 se hizo famoso el llamado Lineamiento 162, que causó la mayor controversia en aquel proceso de discusión nacional en el que parecía que las opiniones de cada ciudadano serían valoradas.
En aquel entonces, millones de cubanos superaron su timidez para expresar sus inquietudes sobre el tema en reuniones de núcleos del Partido, comités de base de la UJC, secciones sindicales, centros de estudio y comunidades, como parte de la masiva discusión del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución que tuvo lugar en todo el país.
Más de una década después, el dilema de la canasta normada trasciende las cuatro paredes de la bodega; se cuela en la guagua, el coche o la gacela; monopoliza las conversaciones durante las sobremesas y ha llevado a muchos economistas improvisados a hacer cuentas. Casi todos coinciden en algo: para la subsistencia del hogar sigue siendo un mal necesario.
Desde su aparición en 1963 como una medida gubernamental para asegurar la distribución equitativa de productos alimenticios básicos en tiempos de severas presiones económicas, la libreta de abastecimiento se ha convertido en parte del imaginario colectivo de los cubanos, quienes llegaron a usarla incluso para comprar hamburguesas en los años más difíciles del período especial.
En Cuba, tras más de 50 años de coexistencia con la cartilla, este mecanismo de distribución ha ido perdiendo efectividad, ya que cada día son menos los renglones que el Estado garantiza, son menos las libras y cantidades de alimentos que se venden, y, para colmo, cada vez son menores las esperanzas de la gente de que esta situación cambie para mejor.
El último clavo en el ataúd de la libreta lo ha puesto el Primer Ministro cubano, Manuel Marrero Cruz, quien informó ante el pleno de la Asamblea Nacional del Poder Popular que se ha aprobado y se implementará el plan para la eliminación de subsidios en la canasta familiar normada, aunque no especificó cómo ni cuándo.
“Esto impacta en el presupuesto, estamos buscando los mecanismos y lo implementaremos poco a poco, producto a producto, pero es un camino que no tiene marcha atrás”, sentenció sin opción a réplica, como queriendo decir: lo tomas o lo dejas, esto es lo que hay.
“Un análisis que hemos concluido es que se eliminará totalmente el subsidio de la canasta básica, pero el tema es complicado porque no solo hay que subsidiar a personas en situación de vulnerabilidad. Prácticamente a la mayoría de los trabajadores presupuestados sus salarios no les permitirían cubrir esa diferencia”, reconoció Marrero Cruz.
“Menos mal que tiene claro lo que ocurre”, protestó Pedro Herrera, el anciano imitador de Pánfilo, quien preferiría comer sin la necesidad de tan ortopédico documento si no fuera porque, tras sumar y restar, el número en rojo le quita el sueño: pagando los precios disparatados de la inflación y sin el alivio de la libreta, con su chequera de jubilado solo le alcanzaría, según cuenta, para una comida al mes.
Lo peor es la sensación de impotencia, la percepción de que la medida ya ha sido tomada sin que importe mucho su impacto en la gente común, esa que ha pasado la mayor parte de sus vidas envolviendo la libreta de abastecimiento, pegando el sello de Plan Jaba, mirando con desdén las casillas poco garabateadas de la distribución de carnes, sin imaginar siquiera que, más temprano que tarde, tendrían que defenderla con la misma obstinación que Pánfilo Epifanio.