Fotos: Daniel Mendoza
Texto: Jorge Suñol
Luis Manuel (Loe) y Jonathan residen actualmente en un apartamento en Alamar. Encontrar un lugar para estar juntos no fue fácil. Recuerdan los días de “normalidad” en los que no podían imaginar que la pandemia alteraría sus vidas, y solían encontrarse en el teatro Martí. Eran citas breves, a veces de solo minutos, donde el tiempo no era suficiente. Compartían café y luego cada uno se marchaba por su lado.
El primer contacto se dio a través de Facebook. Loe, maquillador, estilista y fotógrafo, se atrevió a acercarse a Jonathan, quien es actor y trabaja en la Escuela Nacional de Ballet.
Ambos coinciden en que lo más satisfactorio de su relación ha sido la complicidad laboral: “Él siempre me ha servido de modelo, tanto para el maquillaje como para cualquier idea que se me ocurriera. Hemos logrado crear una buena química en el trabajo”, cuenta Loe.
Durante la cuarentena, comenzaron a realizar numerosas sesiones fotográficas. Era algo como: “Dale, te maquillo, vamos a la costa o nos quedamos en el mismo cuarto. Decíamos que teníamos un sol, nuestro sol de las tardes. A esa hora, el sol entraba por la ventana en nuestro cuarto piso. Fue algo espontáneo y no estaba planificado”, añade Jonathan.
Combinaban sus talentos, creaban y así salían fotos impresionantes. Daban vida a personajes a través del maquillaje: “Comenzaba a dibujar algo en mí, incorporaba vestuario, cambiaba mi apariencia y en una sola imagen podía verme como 15 personas diferentes. Eran experiencias que debían ocurrir, y eso fue realmente hermoso”, continúa el actor.
¿Cómo manejan las acciones cotidianas que reflejan la homofobia siendo una pareja homosexual cubana?
L: Existe una frase común, «Ah, saliste del closet, fulano salió del closet». Yo nunca he tenido closet; todos los que me conocen lo saben. Para mí, la vida de cada quien es personal. Siempre le digo Ñoño de cariño, porque es muy tierno. Ir juntos de la mano por la calle es algo normal para mí, somos dos personas que se aman y no hacemos daño a nadie. Hay que luchar mucho, porque la situación es complicada, especialmente en el mundo del arte.
J: La forma de pensar de un hombre varía según sus circunstancias y el entorno en el que se desenvuelve. Sin embargo, la homofobia reside en la persona. Cada uno tiene la capacidad de cambiar su contexto; si esa homofobia no me afecta, no tengo por qué percibirla como un problema. No solo está el que genera la homofobia, sino también el que la recibe.
Puedo tener vecinos que sean homofóbicos y que se molesten si cogemos de la mano o nos miramos. Ese es su problema. Yo no tengo que considerarlo como mío, porque no tengo un problema. Las personas piensan de maneras diferentes; no todos tienen la misma fortaleza para asumir situaciones y verlas desde una perspectiva más optimista. La homofobia existe, pero nosotros también.
¿Y sobre los retos en los derechos y en la diversidad sexual en la Isla?
J: Se dice que se ha avanzado, pero no siento que eso haya tenido un impacto en la sociedad. Puede sonar como un cliché, pero no lo es; cuando realmente se asume con una valoración práctica de la verdad, uno se da cuenta que lo crucial es hacer y no solo hablar. Decimos mucho y escuchamos, pero implementar cambios en las familias cubanas es complicado. No se puede limitar a una institución, porque esta se reduce a burocracia, a un lugar frío, que no es suficiente para el cambio real.
Tanto Loe, de 26 años, como Jonathan, de 29, son plenamente conscientes del largo camino que queda por recorrer en cuanto a derechos, marco legal, respeto y seguridad para la comunidad LGTBIQ+.
¿Por qué tantas etiquetas?
J: La sociedad, tratando de mantener el equilibrio o lo que considera normal, encasilla a las personas en una estructura rígida que no permite ir más allá de lo que encaja en ese molde.
Para lograr esa igualdad y equilibrio, a menudo se introducen etiquetas o apodos, como una forma de decir ‘ya cumplí’ y ofrecer una mínima aceptación dentro de ese marco, pero sin alterar el orden establecido. Te permiten estar en este espacio, convivir conmigo, siempre que encajes. Sin embargo, la sociedad no actúa según lo que dice; por lo tanto, se queda atrapada en el eslogan, en una formalidad, como un cuchillo y un tenedor.
Loe sueña con tener la posibilidad de casarse con su pareja: “Es un deseo que tengo, aunque pienso que para el amor no se necesita un matrimonio. Pero definitivamente quiero poder decir ‘mi esposo’, y espero que eso se cumpla.” Noño lo respalda: “Primeramente, queremos seguir avanzando, consolidando nuestra relación. Vivir juntos, ya sea casados o no, durante la cuarentena o no, pero siempre juntos.”
“Bendita pandemia”, la llaman a pesar de todo. Y, como ellos, muchos han encontrado en este tiempo algo más que una larga e incierta cuarentena. Algunos se han enamorado, quizás para toda la vida, o quizás solo por la crisis; otros se han separado y continuado sus caminos. La vida, que no se detiene, no calla y se termina. Se besan. Posan para la última foto. Sus ojos cuentan toda su historia.