Koniek: el cierre de los muñecos rusos en Cuba.

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Actualmente no se encuentran en la televisión cubana, pero hubo un tiempo en que los dibujos animados rusos eran una parte esencial de la programación. Bastaba con encender el Krim 218 a las seis y media de la tarde para disfrutar de aquellas evocadoras escenas de animales siberianos y bosques de abedules que alimentaron la imaginación de varias generaciones de cubanos durante casi cinco décadas.

En el lenguaje coloquial, eran conocidos como “rusos”, incluso a pesar de que esta simplificación irritaba a polacos, bielorrusos, checos, armenios, kazajos y muchos otros habitantes de Europa del Este que, ya fuera dentro o fuera de la Unión Soviética, estaban conectados a ella.

Con el tiempo, el estado multicultural llegó a desmoronarse y las repercusiones de ese tsunami afectaron profundamente a Cuba, que dependía de la URSS en prácticamente todos los aspectos, desde la economía hasta la cultura. Así, al igual que la ayuda soviética, los dibujos animados rusos desaparecieron de la escena nacional como si nunca hubieran existido.

Los niños de hoy no pueden imaginar la mezcla de emociones que experimentaban los infantes de entonces al ver, una vez más en la semana, las historias del perro policía, los osos pardos ganadores de competencias de ciclismo, la liebre y el lobo, que todos llamaban “Me las pagarás”, o los músicos de Bremen.

Es un hecho que, tras tantos años de monopolio soviético en la programación infantil cubana, las historias de Bolek y Lolek, el tío Estiopa o el cartero Fogón han desaparecido de tal manera de la televisión nacional que los más nostálgicos ya no los recuerdan por su capacidad de incomodar, sino como el símbolo de una época romántica en la que, a pesar de la deficiente estética de los animados, la bonanza económica hacía a los cubanos un pueblo más feliz.

No obstante, la solución al aburrimiento que provocaron los dibujos animados soviéticos —sin duda, por su exposición continua y la escasa variedad— no es en absoluto relegarlos, permitir que se acumulen polvo en alguna videoteca o, en el peor de los casos, desecharlos sin consideración en el traspatio del ICRT.

Sería valioso rescatarlos del olvido al que han sido condenados y presentarlos, tímidamente, entre producciones como Dora la Exploradora, la saga de Barbie y otras lecciones del estilo de vida estadounidense para niños, permitiendo así que los adolescentes del futuro conozcan la posibilidad de un mundo más allá de Hollywood y Disney.

En este sentido, desde hace un tiempo —y con gran éxito— la popular serie de Masha y el Oso demuestra que los rusos no se han quedado estancados en una animación estilo antílope dorado o Vasilysa La Hermosa. Las travesuras de Masha y su popularidad entre los niños actuales son prueba fehaciente de la continua fascinación que los dibujos animados rusos ejercen sobre el imaginario de los cubanos.

Cuba Noticias 360 presenta a sus lectores el Top 3 de los dibujos animados rusos más populares en Cuba:

Me las pagarás

Famoso por frases como “Deja que te coja” o “Me las pagarás”, este animado soviético narra las aventuras de un lobo que intenta atrapar a una liebre para devorarla, pero jamás lo logra. La serie generalmente se desarrolla en Moscú, aunque tuvo excepciones en algunos episodios en los que se mencionan otras naciones de la extinta Unión Soviética. Con una estructura similar a Tom y Jerry, presenta a otros personajes que intentan ayudar a la liebre y arruinan los planes del lobo.

Bolek y Lolek

Estos personajes animados eran polacos, pero para los niños cubanos también eran considerados dibujos animados rusos. Bolek y Lolek, diminutivos de Boleslaw y Karol, eran dos hermanos pequeños cuyas divertidas aventuras, especialmente al aire libre, se relataban en esta serie. También eran conocidos por sus características físicas como El gordo y el flaco.

Tío Feodor

Uno de los dibujos animados más añorados por los cubanos es la miniserie Tres en Leche Cortada (1978), basada en el libro “Tío Fiodor, su perro y su gato”, de Eduard Uspensky. El personaje principal es un niño de seis años que se llama Tío Feodor. Es serio y responsable, y cuida de su mascota, un gato llamado Matroskin, que sus padres se niegan a adoptar.

Por este motivo, el pequeño Tío Fiodor abandona su hogar junto a su perro Sharik y se mudan a una casa en el campo en un lugar conocido como Leche Cortada. Allí viven diversas aventuras, algunas de las cuales incluyen al cartero local, Pechkin, apodado en Cuba como el cartero Fogón.

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