Fotos: RRSS
Texto: Michel Hernández
Leonel Morales llegó a Madrid con 25 años y una maleta, dejando atrás un país que le otorgó numerosos premios por su excepcional desempeño como pianista. En España comenzó a trabajar en un bar de medianoche hasta las seis de la mañana, en un entorno de penumbra, mientras continuaba sus estudios y perfeccionaba sus habilidades como instrumentista. Era 1998 en Cuba, y Leonel, un joven pianista, estaba decidido a conquistar el mundo.
Con 21 años, Leonel se matriculó en el Instituto Superior de Arte. Fue alumno de Ileana Bautista y Frank Fernández. Su emergente carrera en Cuba culminó con el reconocido premio Teresa Carreño, entre otros galardones nacionales e internacionales. En la actualidad, su nombre destaca en el ámbito de la música clásica, no solo en España, sino también a nivel internacional. Leonel es uno de los pianistas más prestigiosos del mundo y es frecuentemente invitado a festivales de música clásica de renombre, así como a impartir clases en importantes instituciones educativas de Europa. Ha sido profesor en el Mozarteum de Salzburgo y en la Universidad Alfonso X El Sabio de Madrid, ha organizado varios concursos internacionales de piano y su obra es ampliamente reconocida en el mundo de la música clásica.
Recientemente, a sus 58 años, Leonel ofreció un concierto en el auditorio de Las Rozas, Madrid. En la antesala, charlamos durante más de una hora sobre sus estudios en Cuba, su vida en España, su relación con Frank Fernández y las dificultades que enfrentó al intentar regresar a Cuba tras decidir establecerse en España.
Entre sus grandes anhelos, destaca el deseo de tocar para los cubanos. Ha comentado a Frank Fernández sobre este deseo, pero hasta el momento no ha sido posible. Durante la conversación, Leonel repasó sus años en el ISA, donde formó parte de “una generación dorada” y destacó la calidad de la educación musical en Cuba en esos años. En medio de anécdotas juveniles, recuerdos de travesuras, nostalgias y esperanzas de presentarse nuevamente en su país, Leonel me permitió conocer al hombre detrás de su biografía en esta entrevista desde Madrid.
¿Cómo influyó en tu carrera ser alumno de Frank Fernández?
“Si no hubiera estado con Ileana, jamás podría haber sido alumno de Frank. En esa época, Frank era muy exigente para admitir alumnos. De hecho, cuando me acerqué a él para expresar mi deseo de hacer la selectividad, me dijo que tenía que obtener uno de los tres primeros puestos. Si no lo lograba, no podría entrar con él. Esa fue la condición. Logré el tercer puesto. Fue un año tan destacado que había cinco plazas y acabaron abriendo 11. La exigencia era muy alta. Entre mis compañeros estaban Miguelito Nuñez, el pianista de Pablo Milanés, y Peruchín. Fue una generación increíble. Un año menor estaba Gonzalito Rubalcaba. Efectivamente, por la calidad de los alumnos, ese año aumentaron las plazas.
Ileana me abrió un abanico de sonoridades, calidad, y me enseñó a escuchar el instrumento y a perfeccionar mi técnica. Durante ese tiempo, Frank me llevó a trabajar a un nivel muy alto. Tenía 18 años”.
¿Cómo era el ambiente en el ISA durante esos años en que coincidías con una generación de grandes músicos?
“Fue la época dorada de la escuela cubana de música, con grandes maestros, una gran disciplina de estudio y un especial compañerismo. En la universidad fui muy feliz. Estuve rodeado de mis mejores amigos y de un gran maestro. Gané premios internacionales. Joaquín Clerch, el guitarrista que enseña en la universidad de Colonia, Alemania, y yo fuimos los graduados con máximos honores. Juntos, éramos los dos egresados más destacados de la universidad en ese momento. Ambos ganamos varios premios internacionales mientras éramos estudiantes. Fui el primer cubano en recibir el prestigioso premio Teresa Carreño y toda la universidad me esperaba en el aeropuerto. Fueron momentos maravillosos. También había novias, las fiestas con amigos, y nunca faltaban las partidas de dominó. Recuerdo esa época con gran cariño”.
¿Tienes alguna anécdota especial con Frank como profesor?
“Han sido muchas. Mantuvimos una relación que se extendió más allá de los cinco años de carrera, ya que estuve dos años más con él antes de marcharme. Era extremadamente estricto, incluso me hacía llorar sobre todo el primer año. Pero después de clase, íbamos a la playa a un barcito y disfrutábamos de unos rones para relajarnos y hablar de música. Las anécdotas más memorables con Frank fueron cuando competí en el Teresa Carreño. Fui con tres pianistas cubanos: Ileana Peña, Peruchín, y Sergio González. Terminé ganando el primer premio y decidí no quedarme, lo que causó un gran revuelo en los periódicos. Recuerdo la expresión de Frank cuando me anunciaron como ganador. Estaba profundamente feliz. Pasábamos el tiempo bebiendo, divirtiéndonos y también haciendo cosas que no se pueden mencionar. Fueron momentos muy especiales.
En ese tiempo, Peruchín y yo decidimos ir a Varadero mientras Frank estuvo en el extranjero durante dos meses. Estuvimos un tiempo sin estudiar. De repente, recibí una llamada de Frank diciéndome: “Estoy de vuelta”. Parecía que surgieron otros proyectos que interrumpieron su viaje. Fuimos al ISA a ensayar y cuando vio que no estábamos en forma, se enfureció. Habló con la rectora y se opuso a que participáramos en la competición. No fue sencillo obtener la selección y habíamos arriesgado mucho al tomar esas dos semanas de vacaciones. Nos impuso la condición de que teníamos que preparar un concierto para él en diez días. Si no estábamos al nivel adecuado, no podríamos competir. Estuvimos ensayando día y noche, hasta que nos dolían los brazos. Finalmente, tocamos nerviosísimos para él. Al terminar, hizo esa expresión característica y nos dijo que pasábamos, aunque nos advirtió que no se nos ocurriera dejar de estudiar nuevamente. Saltamos de alegría. Todo giraba en torno a mi maestro”.
Se puede afirmar entonces que la mayoría de tu carrera la has desarrollado fuera de Cuba.
“Cuando salí de Cuba, ya había obtenido varios premios nacionales e internacionales. Fui finalista en Primavera de Praga. Ya había alcanzado el punto más alto en mi carrera dentro de Cuba. Deseaba hacer una carrera internacional, pero eso era imposible. Existía una agencia llamada Cubaartistas que, de alguna manera, limitaba la expansión. Tras ganar el Teresa Carreño, empecé a recibir contratos, pero los desaparecían. Era algo terrible. Así que comprendí que había alcanzado un gran nivel, pero tenía que tocar en mi casa y no había forma de crecer. Cuando llegué a España, solo tenía una maleta. Comencé a trabajar en un piano bar de medianoche a seis de la mañana, lo que me permitió ganar un poco de dinero para vivir. Durante ese tiempo, gané un importante concurso que ya no existe porque la fundación Guerrero, que lo patrocinaba, quebró. Ese premio me otorgó 18,000 euros, lo cual me permitió alquilar un piso, comprar un piano de cola y obtener reconocimiento en España. Grabé un disco con la Sinfónica de Madrid, que fue considerado el mejor disco del año. Un mánager me ayudó a combinar el desarrollo de mi carrera con la participación en concursos internacionales durante seis años. Gané varios premios importantes y, a los 29 años, ya no vi sentido en seguir compitiendo porque mi carrera estaba despegando. A partir de ahí, fundé el concurso internacional que se celebra en Las Rozas. También creé el festival Leonel Morales and Friends, que tiene lugar en Granada. Actualmente, alterno mi labor docente con mi carrera como concertista. Cuento con el apoyo incondicional de mi esposa, quien ha sido mi gran apoyo desde que llegué a España. Juntos tenemos dos hijos; uno es un talentoso pianista que ha ganado premios internacionales, mientras que el otro se dedica al marketing.”
¿Te costó tomar la decisión de quedarte en España siendo tan joven?
“Tenía la idea en mente. No vinía con la expectativa de que al quedarme en otro país todo sería fácil y rápido. Sabía que tendría que esforzarme y luchar. Ya había viajado por Europa y conocía que las cosas no se regalan. En Cuba, mi vida fue una lucha constante; estudiaba por las noches en un piano viejo y lleno de insectos, bajo la luz de un quinqué y con un calor insoportable. Pensaba en Beethoven y luego corría a la azotea a jugar dominó con los vecinos. Hacía un largo recorrido a la universidad todos los días, y en la tarde, tenía que tomar la 69 para llegar a Lawton donde vivía. Realmente estaba bien preparado. Así que no me preocupaba pasar trabajo. Por ello, cuando salí, tenía muchas ganas de conquistar el mundo. Mi padre tuvo una gran influencia en mi vida; él era propietario de los circos Los Moralitos, una familia famosa en Cuba antes de la Revolución. Me enseñó que había que luchar. Mi frustración comenzó cuando llegué a un nivel significativo. A ningún cubano le gustaría dejar su isla; amamos nuestra patria. Pero la revolución cubana me ofreció una buena educación y un elevado nivel, pero luego limitó mi evolución. Era una especie de boomerang. Comenzaba a sentirme deprimido. Todo el mundo me conocía, pero sentía que no podía hacer mucho más. Comencé a pasar días bebiendo con amigos y, de haberme quedado en Cuba, probablemente hoy sería un alcohólico. No encontraba otra motivación. Llegaba a casa y no tenía nada que comer, aunque eso parecía lo de menos. Lo que realmente me afectaba era mi situación profesional. Estaba convencido de que podía alcanzar mucho más.”
¿La decisión te generó algún tipo de fricción en tu relación con Frank?
“Los pianistas clásicos más reconocidos de mi época eran Frank Fernández, Jorge Luis Prats, Víctor Rodríguez. Todos se fueron, menos Frank. Hubo un período duro en el que me llamaron traidor y me adjudicaron otros adjetivos que usaban contra aquellos que intentaban salir adelante. Él me envió un mensaje en el que solo me pedía que no hablara mal de la revolución. Lo hice no porque él me lo pidiera, sino porque deseaba llegar a España para buscarme la vida y no ponerme a hablar negativamente de mi país, a pesar de estar en desacuerdo con muchas cosas. Me fui porque nunca se me brindaron oportunidades. Si me hubieran permitido salir, las cosas habrían sido diferentes, como ahora que los músicos pueden viajar, tocar o quedarse el tiempo que necesiten. Aproximadamente cinco años después de mi salida, regresé a Cuba y me arrestaron tan pronto como aterrizé en el aeropuerto. Frank fue quien me sacó de la cárcel y no he vuelto desde entonces.”
¿Dentro de tu producción discográfica, hay algún álbum que consideres que te defina en particular?
“He pensado en grabar varios discos una vez cumpla 60 años, de la misma manera que me impuse no tocar a Brahms hasta cumplir 50. A los 60, grabaré aquellas piezas que he ido madurando a lo largo de los años. El mercado discográfico está saturado. Además, hoy en día la gente compra música por Internet en plataformas como iTunes y Spotify. Por eso, le doy más importancia a los videos de mis presentaciones en vivo que a los discos. Justo tengo 58 años. En dos años llegaré a 60. Los discos no generan ingresos significativos. No me comparo con artistas como Luis Miguel o Shakira. Al escuchar las grabaciones de grandes intérpretes jóvenes y luego sus versiones de las mismas obras 20 años después, notas su evolución. Te das cuenta de que no tiene sentido escuchar disco antiguos. Durante un tiempo, cada vez que me oía, no me gustaba lo que escuchaba; sentía que estaba lleno de defectos. Eso cambió hace unos 4 o 5 años. Al final, lo que busco es que mi música aporte y dejar un legado como intérprete y educador. Ese es mi objetivo.”
¿Cómo ha sido tu relación con tus colegas españoles?
“En España, me convertí en el pianista que más actuaba, y muchos colegas españoles me miraban con desdén. Realizaba más de 50 conciertos al año. Mi deseo era construir una carrera internacional desde aquí. Organicé algunos concursos y empecé a invitar a jurados, ya que como yo tocaba en la inauguración, podían escucharme. Eso fue lo que me abrió las puertas del circuito internacional.”
¿Cuál es el requisito fundamental que exiges a tus alumnos?
“El único requisito que pido es que quieran el instrumento de forma seria y profesional. No me interesa cuán talentosos o sobresalientes sean. Es necesario formar músicos en todos los niveles, para que sean buenos profesores, músicos de cámara o acompañantes. Lo único que no tolero es la falta de dedicación y sacrificio. En mi clase no hay lugar para eso. Desde el inicio, lo primero que exijo es dedicación y esfuerzo.”
¿Has estado vinculado de alguna forma a la escena musical cubana?
“Cuando regresé de aquella vez en que fui preso, mi padre enfermó de cáncer. Fui al consulado cubano a solicitar una visa y la cónsul me hizo el ‘favor’ de decirme: ‘Leonel, si quieres, te doy nuevamente el visado, pero si vuelves a entrar a Cuba, te volverán a arrestar’. No quise volver a incomodar a Frank. Le mencioné que había solicitado el permiso para entrar a Cuba y que me lo habían denegado; además, mi padre falleció y no pude asistir a su entierro. Soy profundamente feliz en España; adoro este país. Sin embargo, estoy bastante desvinculado de Cuba.
Le mencioné a Frank que me organizara un concierto en Cuba porque me haría mucha ilusión. Yo pagaría todo porque estoy emocionado por la idea. Sin embargo, él no lo ha realizado y no sé por qué. No conozco a nadie más allí. Pero sigue siendo un sueño. Me encantaría visitar la universidad y tener un encuentro con los pianistas. El próximo año planeo ir de turismo a Cuba con mis hijos, quienes están ansiosos por conocer el lugar donde nací. Estoy seguro de que sería una buena experiencia para todos.”