Fotografías: Jorge Luis Baños y Roy Leyra | CN360
Redacción: Hugo León
Discutir sobre grafitis en La Habana fue, durante mucho tiempo, un tema tabú, y su realización era aún más criticada. Sin embargo, como ha ocurrido con muchas cosas en Cuba, lo que en su momento fue severamente reprimido con el tiempo fue aceptado, luego permitido, y hoy, años después, es celebrado por muchos como una expresión artística urbana.
En los antiguos muros de La Habana, cada vez es más frecuente hallar vibrantes ilustraciones de esta forma de arte, que todavía algunos perciben como vandalismo. Estos grafitis capturan la atención tanto de locales como de turistas, quienes pasan largas horas «cazando» y fotografiando estas obras.
Los jóvenes también se fotografían frente a ellos, y en redes sociales abundan las imágenes creativas que exhiben estas creaciones anónimas, que han dejado de ser desconocidas y aportan vida a la ciudad.
El famoso Callejón de Hamel fue uno de los primeros lugares en la capital donde los grafitis fueron aceptados. Con el tiempo, este proyecto cultural ha adquirido reconocimiento internacional, aunque sus murales ahora presentan un aspecto algo descolorido.
A raíz de varias Bienales, la ciudad vio cómo sus paredes se llenaban de bellos retratos costumbristas, aunque ahora queda poco de eso, ya que los grafitis no reciben la protección y restauración necesarias.
Así, se inició la era de los grafitis más pequeños y audaces, algunos incluso de carácter contestatario hacia el gobierno. Un momento notable fue en 2017, cuando el artista Yulier P. fue detenido por la policía al intentar graficar un muro en San Lázaro y Escobar, en Centro Habana.
Se le argumentó que no podía realizar el grafiti debido a que el derrumbe en el que intentaba pintar era parte de un trabajo urbanístico y que el grafiti constituía un maltrato al ornato público, según reportes de medios independientes.
Para varias personas entrevistadas por Cuba Noticias 360, la cuestión de los grafitis no radica tanto en el dibujo en sí, sino en el lugar donde se realizan. Destacan que no es lo mismo un grafiti en un muro desgastado de una calle de La Habana Vieja que en la pared de una escuela.
Coinciden también en que la apreciación que los habaneros tienen de los grafitis depende mucho del contenido que se pinta. Existen verdaderas obras de arte en la ciudad, pero también hay grafitis que son simples carteles confusos o de mal gusto.
Según la opinión de uno de los más jóvenes que se pronunció sobre el tema, siente un poco de tristeza por cómo los turistas perciben los grafitis en La Habana. Para él, al encontrarse la ciudad en un estado bastante deteriorado, las pinturas en las paredes podrían parecer un signo de abandono, y es difícil determinar si los visitantes las fotografían como una crítica o si las valoran como arte urbano, interpretable como algo positivo para la ciudad.
Dos habaneros de aproximadamente 30 años recordaron en conversación con este medio que los primeros grafitis que vieron en su ciudad fueron pintados por extranjeros, que formaban parte de grupos de jóvenes que llegaban de otros países y que supuestamente contaban con permiso gubernamental, o eso les comunicaron en el CDR.
Una realidad es que La Habana pertenece a todos los cubanos: a los amantes de la música clásica y de las obras del Museo de Bellas Artes, así como a aquellos que prefieren el hip hop o el rock y valoran los colores de las pinturas urbanas. Parece que la nueva generación se está encargando de crear este equilibrio en los muros de la ciudad.
Hay muchas otras cuestiones que afectan el ornato público de las que preocuparse, como la basura fuera de los contenedores en cada esquina, los parques en estado de abandono, los edificios semi-derrumbados sin demoler, o las casas sin un toque de pintura. Los grafitis, considerados arte o no, han llegado para quedarse y no son el problema más urgente.