Texto: Darcy Borrero
A la una de la tarde, la joven está preparando sus maletas, aunque una de las cosas más queridas debe quedarse atrás: su madre se quedará en Sancti Spíritus cuando ella emprenda su aventura hacia la emigración. Solo faltan unas horas. Dice que le he escrito en un momento sensible.
“Mañana me voy de Cuba. Las circunstancias nos han vencido”.
La joven, que está casada y tiene una bebé con su esposo, reside en una zona del país donde el turismo predomina, pero estos meses de pandemia han sido devastadores para esa industria. La isla no es la excepción.
“Ya no podemos más. Ocho meses sin que entre un centavo”, afirma la joven mientras guarda lo esencial en sus maletas y agradece al menos tener la oportunidad de irse. Lo enfatiza: “Nos vamos”.
En su expresión se resumen las historias de aquellos que, viviendo las mismas circunstancias de un país en crisis, no tienen la posibilidad de marcharse. La joven asegura que ni siquiera pertenece a la peor de las situaciones. La familia que ha formado vive muy bien en Cuba, con carro y casas de alquiler, reconoce. “Pero las personas que solían trabajar en mi casa llevan nueve meses sobreviviendo en un caos sin ingresos ni ahorros”.
“Estoy recogiendo las maletas. Partimos hacia México y créeme, lo hago con tristeza por los que dejo atrás, pero no veo otra opción, por ahora”, reflexiona sobre esta decisión tomada en tiempos de pandemia de Covid-19.
“Es de esperar que cuando abran, la emigración hacia el exterior aumente notoriamente, hacia cualquier destino”, me había comentado en privado un amigo sociólogo de Facebook. Sentado frente a la computadora de su trabajo, me pide que cite sus opiniones, pero no su nombre. Lo comprendo.
“Sí, en Cuba han cambiado muchas cosas. Los jóvenes se sienten cada vez más ahogados. Las rutinas se han configurado en función de la subsistencia diaria”, escribe la joven en el chat.
Ni dólares ni productos
“Te despiertas pensando en qué cola puedes hacer para conseguir algo. En lo que no tienes y necesitas, y que antes podías conseguir y ahora ya no, aunque tengas el dinero para ello, ya no hay. Culeros desechables; productos íntimos”, detalla, por dar un par de ejemplos. “Así están las cosas”, añade: “Compotas o yogur no hay ni en las tiendas en MLC”.
Para la joven, esas tiendas que abrió el gobierno en medio de la crisis para cobrar a sus nacionales en dólares y otras divisas fuertes agrupadas como MLC, han sido el golpe final. Por alguna razón, aunque solo nos conocemos de manera virtual, ella se siente en confianza para decirme: “Esta Cuba nada tiene que ver con la que dejaste. Por muy difícil que te sea imaginar una Cuba más dura que la que conocías”.
“Aquí se dice por el NTV que el mundo está en crisis, pero veo a ese mundo seguir su curso mientras nosotros estamos estancados”.
El sociólogo me cuenta que desde el punto de vista político, casi nada ha cambiado: “Seguimos con un mismo modo de hacer política verticalista, donde los dirigentes toman decisiones y luego se las explican al ‘pueblo’. Cuando todos clamaban por cerrar, se demoraron en hacerlo. Y mira el costo. Por razones económicas sí lo hicieron, error costoso. Luego abrieron La Habana antes de tiempo, y eso resultó caro de nuevo; ahora, cuando volvieron a abrir La Habana, misteriosamente se controló el rebrote”.
Turismo Cero
En lugares donde el turismo es crucial, como el pueblo donde ha vivido la joven, todo ha tenido que reinventarse: “Se necesita tener más higiene; muchos lugares siguen cerrados y no han podido abrir. Los gimnasios no abren, pero algunos bares sí. Otros siguen cerrados porque su modelo de negocio está diseñado para el turismo, y al no haber turismo, no pueden abrir. Hay algunos que no han abierto, mientras otros están funcionando, aunque todo ha aumentado de precio. Una cerveza puede costar ahora 4.40 CUC, eso es carísimo”, me dice otra amiga que también contacté por redes sociales.
“Y es complicado. Las personas organizan sus rutinas según lo que hay en las tiendas y qué cola pueden hacer. Hay colas hasta para comprar helados”, recalca la joven antes de irse del país.
Un cuarto amigo de Facebook, al que consulté sobre las transformaciones en Cuba durante la Covid-19, me respondió que muchas cosas han cambiado. Más allá de usar nasobuco y de que a la entrada de lugares públicos haya un dispensador de hipoclorito y una alfombra para desinfectar los pies, la cotidianidad sigue, aunque en cierta medida, con menos recursos. Hasta el agua entra menos a las casas de algunos barrios de La Habana cuando se necesita más. “La gente se ha dado cuenta de que hoy están mal, pero mañana puede ser peor”.
Lo que este amigo encuentra más difícil es lidiar con que la vida gira en torno a buscar comida: “Para mí no es tanto problema porque tengo un salario más o menos y puedo dedicar dos días a hacer colas y comprar lo que pueda, que consiste en pollo y picadillo”.
Colas eternas
“Pero las colas continúan”, lamenta. El sociólogo comparte preocupaciones similares: “La falta de variedad en la alimentación, las enormes colas, los precios de todos los alimentos en aumento, la leche perdida, el arroz, los frijoles, todo lo básico para la mesa cubana, el café, la escasez de medicinas, los problemas de transporte en todo el país, y el golpe sufrido por aquellos que estaban en el sector por cuenta propia, incluso la nueva persecución de la policía contra todos los negocios ilegales (la mayoría en Cuba) ha llevado a grandes multas y a muchas personas encarceladas por delitos cometidos. Todo este panorama desolador ha acentuado en la sociedad ese sentimiento de ‘sálvese quien pueda’, el egoísmo, el individualismo, y el arriesgarlo todo”.
Una quinta persona con la que hablé para este retrato a voces, menciona la violencia ‘verbal virtual’. No es un tema nuevo, dice, no comenzó con la pandemia, pero es el síntoma de un tejido social dañado en un país fragmentado. No le angustia tanto esto como la resistencia diaria.
“Para que tengas una idea del estado actual, un familiar fue hoy a las 6:30 a.m. a la farmacia. De 11 a 1:30 p.m. lo relevé para que fuera a almorzar. A las 4 p.m. logró comprar, solo pudo conseguir uno de los medicamentos que necesita, imprescindibles para su vida. Así de insoportable puede volverse vivir en Cuba para el ciudadano común”, me escribe desde Holguín, donde vive.
“Creo que se ha perdido la esperanza, en primer lugar”, comenta la joven como si participara en esta conversación múltiple. “Mucha gente, y hablo por las personas que conozco, no tienen la misma confianza en el proyecto ni en los cambios positivos para el futuro.”
“La vida de los cubanos se ha acelerado y ha pasado al día a día. Se trata de conseguir un pan hoy porque tal vez mañana ya no lo haya. Mi madre siempre me dice que ni en el Período Especial vivió una situación así, de tanta escasez y sufrimiento. Mi madre perteneció al Partido (único) y fue fidelista hasta hace poco. Me pedía que me quedara en Cuba. Hoy comprende y aprueba que me marche a buscar suerte”.