Fotos: Cortesía de Carlos Varela
Texto: Michel Hernández
No es fácil ser Varela desde el otro lado del océano, cargando una isla en la que ha enfocado su obra y que ha sido su constante obsesión. Varela, para bien o para mal, nunca podrá desprenderse de ser ese trovador que, con tan solo unos años, capturó la esencia de una sociedad y reconstruyó las piezas de un rompecabezas que conforma la compleja, entrañable y fragmentada realidad de nuestro país.
Leonard Cohen comentaba que siempre hay una grieta por donde puede entrar la luz. Sin duda, Varela ha hecho su camino a través de esos rincones oscuros, intentando llenarlos con la luz, a veces tenue y otras más brillante, que ha irradiado a lo largo de décadas a diferentes generaciones de cubanos. Estos se han identificado con sus canciones, utilizándolas como un refugio para liberar el grito acumulado en sus pulmones, un grito creado para protegerse de la oscuridad.
Varela regresa con un nuevo disco que verá la luz el próximo 22 de noviembre. Grabado en Madrid por Angélica Uceda e Iván Guerrero, Nada es como antes es el título del álbum, que consta de 9 canciones que abordan las mismas compulsiones que han marcado su trayectoria, pero compuestas con un lenguaje que conecta tanto con los jóvenes como con su histórico público: esos miles de cubanos dispersos por el mundo o caminando el mismo asfalto donde nació su obra. Este trovador se ha convertido en un icono porque expresó lo que debía cuando debía hacerlo, sin esquivar las contradicciones inherentes a todo ser humano que ha creído y que sabe que su país exige un regreso. Sus canciones dictan, de alguna manera, ese paso hacia el futuro que todos anhelamos.
El disco, producido por Olivia Prendes y el propio Varela, captura un rosario de temas surgidos del distanciamiento que ha sentido el trovador en los últimos años. Es un hecho que no le ha resultado fácil publicar estas canciones desde su actual residencia en Madrid, porque Varela tiene claro que Cuba es su origen y su destino. “Yo soy del lugar donde tengo enterrados a mis muertos”, me dijo una vez, y esa frase la guardo con la misma fuerza que el trovador, lejos de cualquier desvío que interrumpa su camino.
Hot Cake inicia el álbum. Con arreglos más orientados hacia el pop, la obra ofrece algunos indicios acerca de la dirección que tomará este disco, que se caracteriza por una elaboración conceptual interesante y letras que, en ocasiones, recuerdan al Varela de Una palabra. Sin embargo, su objetivo principal es establecer un diálogo con los más jóvenes en Cuba. Varela prácticamente les invita a sentarse a su lado, cantándoles y compartiéndoles todo como si estuvieran en su casa. Esta conversación interna entre el trovador y sus puntos de inflexión se convierte en un diálogo entre el país y todos los cubanos, sin importar dónde se encuentren, aunque la frase, a fuerza de repetirse, pueda perder su impacto. Por lo tanto, el disco debería transmitirse en Cuba, ya que cuenta con letras que poseen una notable carga cívica.
Hot Cake presenta a un Varela renovado que recurre a su oficio para explorar el conjunto de obsesiones que expone con su habitual sutileza, pero con un humanismo palpable al abordar conflictos que afectan tanto a Cuba como a la humanidad en su conjunto. En este tema, tras varias escuchas, podemos detectar algunas marcas autobiográficas que, aunque el trovador no menciona explícitamente, son deducibles de los caminos más recientes de su vida y de su público más fiel.
Demasiado tiempo, el segundo tema del álbum, es una canción hermosa. La palabra, a menudo usada en vano, cobra aquí un significado profundo. Nos remite al Varela de Como los Peces, de Lucas y Lucía. Tiene una carga existencial que puede desmoronarnos, especialmente si, al escucharla, nos encontramos lejos de Cuba. La canción, por sus arreglos y melodías, evoca a Varela en la penumbra de un teatro cubano, recorriendo los sueños de su generación y recordándoles que la vida ha sido un sueño que ahora ha llegado a su fin. Es una creación definitiva, con las connotaciones más dolorosas de la poesía, como toda la obra de Varela.
No obstante, la sensibilidad y los mundos simbólicos que despliega pueden llevar al oyente a interpretar, a partir de sus propias vivencias y relaciones con la obra del trovador, que no se debe entender como un final, ya que la canción, si se escucha detenidamente, sugiere la posibilidad de otro mundo para todos, más allá de la sombra de la última esquina.
Cicatrices en la acera nos confronta con el mismo Varela de discos anteriores. Al escuchar este tema, nos transporta a aquellos años en los que estábamos rodeados de amigos y de nuestro país, o al menos así lo creíamos. Varela, desde la noche, nos convencía de que, a pesar del dolor, las separaciones y el silencio, aún teníamos tiempo para ser uno. Para reconquistar el país que se ha ido con cada cubano que ha desaparecido en el mar o ha reconstruido su vida en algún rincón del mundo.
Miedo a ser feliz es otro de los temas que revela un Varela más intimista. Este es el mismo que alguna vez se sintió un fantasma ante la soledad y esbozó las páginas en blanco de su vida para llenar el vacío existencial, mientras también cubría el vacío de diversas generaciones que se entrelazan en sus canciones. Los arreglos, en su simplicidad, dialogan con el texto, que probablemente se nutre de la dureza de la lejanía.
El disco, como era de esperarse, contiene temas que no se ocultan tras disfraces, tocando las llagas que siguen sangrando en la sociedad cubana. Estas llagas son el reflejo del silencio y las máscaras, así como de una sociedad espiritualmente dañada por la diáspora de millones de sus hijos.
Elefantes, al igual que muchos otros títulos del trovador, es un llamado a la transparencia y sinceridad que se necesita para establecer esa conversación sincera e intercambio que todos requerimos para reconstruir Cuba, el país que cada uno guarda en su memoria. Este tema clave del álbum tiene el potencial de convertirse en uno de sus títulos más escuchados, al menos de boca a boca y en redes sociales. La canción deja una metáfora abierta a diversas interpretaciones y, por su originalidad y audacia, nos arranca una sonrisa: “El elefante se murió y nos dejó la trompa”, afirma el músico, quien no ha perdido el pulso en sus composiciones.
Libre, con guiños cómplices a su amigo Joaquín Sabina, podría sonar en cualquier disco durante la “hora cero”, es decir, en el momento de clímax y éxtasis. Reúne todos los ingredientes para convertirse en un éxito, si se radiara en Cuba. Sobre un ritmo contagioso, nos habla de aquel grupo que llenó de rock and roll las tardes de los hippies en la isla, antes de que los atropellara el carro de los prejuicios y las vejaciones. El combo continuó tocando en medio de esa vorágine y aún sigue sonando en la memoria, musicalizando esa foto de familia que se ha mantenido a través del tiempo. En resumen, la canción es un llamado a la libertad, el mismo llamado que ha centrado la obra de Varela y de varios de sus colegas de generación. Cada uno ha buscado o encontrado esa libertad o sigue persiguiendo ese sueño interminable e inconcluso, que es el caso del trovador habanero.
Una vez es una canción de amor al mejor estilo de Varela. En varios de sus momentos, predominan los ambientes más sugerentes de su música, superando el texto, mientras que en otros, la profundidad de las letras se entrelaza con esos vacíos en el corazón. También es un tema de un hombre que ha recorrido el mundo y sabe que para seguir adelante debe encontrar un lugar donde aferrarse. La canción también refleja algunas de las influencias más queridas del trovador, como el poeta español Miguel Hernández y José Martí.
Esta canción guarda similitudes con Miedo a ser feliz, una obra con la que muchos podrían identificarse. Es quizás el canto de una persona que ha conocido el desarraigo en lo que consideraba su propio mundo y no ha podido recuperarse de la soledad entre sus lugares familiares, entre sus vínculos cotidianos, porque ya se han desvanecido, y reconoce que ese mundo solo existe en los ojos de alguien a quien reclama como si de ello dependiera su vida.
Tú alma y la mía es una auténtica declaración de amor que brinda a su pareja, la fotógrafa Olivia Prendes, con quien lleva varios años. Este tema refleja la urgencia del trovador por llenar su obra con canciones que revelan que el amor es otra de sus fórmulas para salvarse.
La feria de los tontos es uno de los títulos que más ha resonado de este disco antes de su lanzamiento. Grabada junto a la banda de rock Sweet Lizzy Project, radicada en Estados Unidos, es otro de los temas en los que Varela recurre a su habilidad más que a cualquier otro talento, para poner sobre la mesa situaciones que en otros temas del álbum adquieren mayor efectividad debido a las atmósferas recreadas. Sin embargo, esta canción tiene un impacto significativo en el oyente, especialmente en los más jóvenes, porque apela a una comprensión sobre Cuba y a los conflictos que ya no son tan ocultos que nos aquejan como nación. Varela, junto a Sweet Lizzy Project, les da una banda sonora potente a estos retos.
Nada es como antes nos presenta sin reservas al Varela actual. Uno de los aportes más significativos del álbum es la confirmación de que el músico sigue en la senda de su arte, enfrentando esos quebrantos internos tan característicos de los cubanos. Se exige a sí mismo plasmar en su música la actualidad de un país que ha sido su principal obsesión, su manera de mantenerse en pie, de crear y mostrarnos que para él el silencio no es un intercambio aceptable. Comprobamos que sus obsesiones no solo se han mantenido, sino que se han profundizado, ya que la realidad a la que ha cantado no ha cambiado, sino que se ha cronificado en sus conflictos.
Las canciones no están revestidas en su mayoría con las complejidades conceptuales que caracterizan a algunos de sus trabajos anteriores, pero tampoco ha sido esa su intención. El trovador emplea una comunicación más directa en las letras para alcanzar a un público más amplio, especialmente a los jóvenes, y mover sus conciencias sobre el país que habitan. Esta reflexión puede impulsarlos a intercambiar ideas consigo mismos y posteriormente dialogar directamente con la tierra que resuena bajo sus pies.
Sigue siendo el mismo trovador de siempre, pero con la cronicidad de los dolores que compartimos la mayoría, que en su caso se manifiestan en canciones que mantienen una sutileza identificable, evitando caer en el discurso convencional, sea cual sea.
El objetivo del trovador es sellar en la sencillez de algunas de sus nuevas canciones el mismo pacto simbólico que estableció hace décadas consigo mismo y con varias generaciones. Busca crear un espacio para el país que todos sabemos que sigue palpitando en alguna parte, más allá de las frases comunes, las consignas y el sacrificio por sobrevivir, tanto en las grietas de la isla como en cualquier otro lugar del mundo.
Se trata de un disco para todos los cubanos. De alguna forma, es un álbum que habla desde el presente, buscando un futuro dialogante en el que cada moneda que tiremos al aire regrese con nuestros propios rostros.
El álbum será presentado hoy, coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte de Pablo Milanés, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta el último instante. Quizás lo haya concebido como un homenaje a su amigo, quien siempre tuvo a Cuba como una de sus fuentes de inspiración más intensas y encontró la fuerza necesaria para cantarle a los cubanos en su país, mostrándoles, a pesar de las adversidades y obstáculos, el camino.