Foto: Victoria Gracia | Flickr
Texto: Héctor García Torres
Los cubanos son reconocidos en el mundo por su pasión por las fiestas y el jolgorio, así como por su apego a las tradiciones y a la religión. Sin embargo, este año algo no está bien en la isla, ya que muchas familias han optado por no montar su arbolito ni prepararse, como era habitual en esta época de celebraciones.
Como cada fin de semana, la videollamada a Cuba de este sábado se llevó a cabo, pero en el lugar habitual faltaba el árbol, que en años anteriores ya estaría decorado y brillando. Al preguntar sobre el retraso en los preparativos, la respuesta fue tan desoladora como honesta: ¿para qué armar el arbolito y ponerle luces, si estarán apagadas casi todo el tiempo?
Tras unos segundos de silencio, continuó la videollamada, y volví a mirar el rincón vacío de la sala donde cada año armábamos el árbol. Era una tradición que marcaba el inicio de la temporada, un ritual sencillo pero lleno de significado: sacar las cajas de adornos, desempolvar las luces y comprobar que funcionaran, construir ese pequeño símbolo de esperanza en medio de nuestras dificultades diarias.
Este año, sin embargo, muchas familias cubanas luchan por encontrar el ánimo para llevar a cabo este gesto. Se han resignado a tener un árbol sin luces y una Navidad apagada.
Las razones son múltiples, pero se pueden resumir en una: la dura realidad que enfrenta Cuba es tan abrumadora que incluso en momentos de celebración, se vuelve opresiva.
Los cortes de electricidad no solo han privado a los cubanos de la energía necesaria para iluminar los pequeños bombillos, sino que también les han robado la ilusión de que algo tan sencillo como encender unas luces pueda cambiar la atmósfera. ¿De qué sirve decorar un árbol si la oscuridad domina durante gran parte del día?
Más allá de la falta de electricidad, el verdadero apagón reside en los propios cubanos, cansados de «resistir» y esperar cambios que nunca llegan, mientras el país se desmorona a su alrededor. No solo se trata de la falta de luz, sino de la escasez de alimentos, la incertidumbre sobre el futuro y la precariedad que se hace presente en cada rincón del país.
La Navidad, que solía ser un respiro para festejar a pesar de las adversidades, ahora se convierte en un recordatorio de lo que se ha perdido. Montar el árbol se siente como una declaración de guerra contra la tristeza, pero, al mismo tiempo, parece un esfuerzo vacío, destinado al fracaso.
En las Navidades de nuestra infancia tampoco había mucho, pero había suficiente. Un puñado de caramelos, un cerdo asado en la mesa y el bullicio de los vecinos eran suficientes para sentir que todo estaba en su lugar. Ahora, incluso los gestos más simples están impregnados de nostalgia; el cerdo se ha vuelto un lujo inalcanzable, y el bullicio ha dado paso al silencio, interrumpido solo por la constante preocupación por lo esencial y por aquellos que han emigrado.
Quizás armar el arbolito y poner las luces sea ese acto simbólico de rebeldía que cada cubano necesita en medio de estos días difíciles. Tal vez, el acto desafiante de crear y creer sea más significativo que el resultado final. Quizás se trate de recordarnos que, aunque el presente sea sombrío, hay raíces a las que podemos aferrarnos y un futuro que aún podemos imaginar.
He pedido a mi familia que arme el arbolito, aunque este año no se puedan comprar luces nuevas. Que lo decoren con lo que siempre han utilizado, porque la esperanza, por pequeña que sea, también necesita un lugar donde habitar.