Fotos: Instagram
Texto: Mariana Montesinos
Dina Stars, una joven youtuber originaria de Cuba, ha denunciado en un video que ha sido víctima de chantaje con una grabación sexual de carácter privado. Este episodio ha generado una gran diversidad de reacciones en la red, abarcando desde el apoyo hasta la desaprobación pública, con consecuencias significativas en su “vida real”.
Por ahora, esto es lo fundamental del caso. El resto: qué tipo de video es, por qué lo envió, si la joven es “promiscuente”, si se trata de una estrategia para ganar atención, etc. No es relevante, aunque a muchas (demasiadas) personas les resulte complicado entenderlo de esta manera.
“Cuando envié ese video (hace casi un año), sabía las posibles consecuencias, pero confiaba en esa persona. ¿Salió mal? Bueno. Pero, caray, nadie tiene el derecho a chantajearme y eso es lo que estoy denunciando”, expresó la joven en Twitter al día siguiente de su declaración.
La extorsión, por otro lado, es un delito claramente definido en el Código Penal vigente en Cuba; mientras que el envío de “nudes” de forma consensuada, hasta donde se ha determinado, no lo es.
Tal vez seas de los que piensa que no debió enviar un video sexual porque “esos videos deben ser personales, nadie quiere ver a alguien haciéndolo ridículo” (como comentó un usuario). Pero, ¿por qué? Dina defiende su postura: “Grabé el video yo misma. Porque quise. ¡Consentir este registro no significa consentir su publicación, y mucho menos su distribución!”.
Aquí se encuentra otra clave del problema. ¿Tendremos el derecho de distribuir todo el contenido que recibimos? Por supuesto que no. ¿Asumimos que podemos compartir conversaciones y mensajes privados solo porque la discreción no fue solicitada explícitamente?
La cultura de las capturas de pantalla, ya sea para defendernos o atacar, está tan arraigada, especialmente entre las generaciones más jóvenes que utilizan servicios en línea, que muchas personas ni siquiera cuestionan las normas éticas que deben regir en un intercambio privado. Y que tire la primera piedra quien no haya reenviado o recibido un “screenshot”.
O quizás no te sorprenda que esto le haya sucedido a alguien como esta joven. “Con solo entrar a tu perfil no sorprende a nadie que un video tuyo esté circulando, la gente habla de lo que quiere y hace videos sobre lo que le plazca” (comentó otro usuario), porque “¡eres una Ciber putilla!… ¿qué haces enviándole videos a la gente?… ¿para qué?… ¿para luego formar esto?… la culpa es tuya, mami” (agregó otro).
Por supuesto, ya que la joven tiene una vida muy expuesta en sus redes sociales (con contenido personal que ELLA DECIDE compartir), se puede argumentar que merece ser chantajeada con videos privados (que decidió no hacer públicos, sino enviar a una persona con la que compartía un nivel de intimidad y confianza), y ser exhibida en contra de su voluntad en sitios pornográficos.
Con opiniones como estas, a veces, es difícil mantener la fe en el progreso humano. Especialmente porque no son casos aislados, y porque el ciberacoso al que ha sido sometida esta joven es sencillamente inaceptable.
Estamos hablando de una mujer joven que denuncia haber sido extorsionada con un video privado que envió hace aproximadamente un año, a la que, sin embargo, una multitud escandalosa ha culpado por su comportamiento en otros ámbitos de su vida, o porque simplemente no están de acuerdo con su forma de expresarse o no les gusta lo que hace.
Mientras tanto, se desdibuja la dimensión realmente preocupante del asunto: que es una situación muy común en los espacios digitales, para la que en Cuba no existe un respaldo legal, ni estructuras que protejan a las víctimas que deciden hablar en contra de sus agresores. A menudo, se trata, más allá de este caso en particular, de explotación sexual de menores de edad.
Durante una de sus transmisiones en Instagram, Dina expresa: “No me siento avergonzada por lo que estoy haciendo, que es algo natural que hace todo el mundo. Estoy disfrutando de mi cuerpo, haciendo algo que me gusta y disfruto. (…) Pero en ese grupo están subiendo videos de niñas menores de edad, de estudiantes de secundaria, de muchachas sin su consentimiento, y lo comparto para que reporten esa cuenta, porque eso es ilegal. Si hay alguna forma de identificar al dueño de esa cuenta, debe pagar por lo que está haciendo, que es distribución de pornografía, incluida la infantil”.
Asimismo, en su cuenta de Twitter, ha respondido a numerosos agravios. Más allá de la posible fuente de la filtración o de los presuntos objetivos comerciales detrás de todo este escándalo, nadie debería acusar a una persona de mentir o manipular una causa en busca de seguidores y tendencias en redes sociales sin presentar pruebas concretas.
Esto, que no está de más reiterar a estas alturas, es difamación.
La página de activistas feministas cubanas «Yo Si Te Creo en Cuba» fue una de las voces que se pronunció en defensa de la youtuber.
“Todo nuestro apoyo a @Dinastars_ y a quienes pueden estar sufriendo #CiberAcoso”, publicaron antes de compartir algunas recomendaciones sobre cómo identificar y enfrentar esta forma de violencia.
Esta plataforma ha denunciado, en otras ocasiones, expresiones de violencia de género en línea, como la ejercida desde la página en Facebook “Putas Cubanas”, que promovía la trata de menores de 16 años en la isla y fue eliminada tras la denuncia coordinada de numerosos usuarios.
La activista cubana Marta María Ramírez también respondió a uno de los usuarios que cuestionaba los motivos de la joven para “armar ese escándalo”, reflejando una alarmante muestra de la técnica de violencia machista que presenciamos como sociedad, en un tema que raramente se discute con seriedad.
“Quiero vivir en un país mejor y que mi hija se haga los videos que le dé la gana y que nadie la acose, extorsione o amenace por eso, sin que exista una bendita ley, porque tipos como tú tienen una opinión propia”, respondió.
El silencio de las víctimas no significa que estas violencias no existan; la evidencia es precisamente la forma abrumadora en que se intenta denigrar, silenciar y avergonzar a las pocas que logran denunciar públicamente estas situaciones.
Por fortuna, Dina Stars parece tener claro ese aspecto en particular: “Tengo derecho a disfrutar de mi sexualidad como me plazca”. A muchas personas les incomoda que esta joven se atreva a expresarlo tan abiertamente. Y esta es, además de sus otras características como ser humano, una de sus principales fortalezas. Ojalá que nadie logre convencerla de lo contrario. Jamás.