¿Por qué La Güinera es ahora protagonista?

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Foto: REUTERS / Piroschka Van De Wouw

Texto: Darcy Borrero

Cuando el luchador cubano Luis Alberto Orta dedicó su medalla de oro obtenida en Tokio a su pueblo, algunos medios nacionales precisaron a quién se refería Orta con “pueblo”: a la gente del barrio del que proviene, específicamente a los habitantes de La Güinera, un claro ejemplo de la periferia en Cuba.

Este barrio ya había sido mencionado en los titulares desde que el 12 de julio, día posterior a las protestas masivas en la isla, La Güinera reportó la primera muerte oficialmente reconocida. Tanto Diubis Laurencio como el área donde residía él y vive Luis Alberto Orta se convirtieron en noticia.

De cierta manera, la medalla (sorpresiva para muchos) de Orta se ha vuelto más emblemática por su origen. A pesar del discurso promovido por la Televisión Nacional, que califica a La Güinera como un barrio de oportunidades, la presea dorada ha tomado un protagonismo especial en un contexto de polarización ideológica y politización en ámbitos como el deporte.

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, rápidamente llamó a Orta para felicitarlo. Aunque probablemente esperaba un agradecimiento al «Comandante», el luchador se limitó a responder lo que le preguntaron, sin excesiva emoción, a pesar de que su triunfo fue grandioso e inesperado: representó una alegría para los cubanos, más allá de cualquier inclinación ideológica.

El deportista ocupó la cima del podio donde habitualmente se ve a Mijain López, quien con 39 años sigue conquistando títulos olímpicos. Sin embargo, lejos de ser opacado por el oro de su colega en otra división, Orta brilló con su actuación en Tokio y desde allí afirmó que “cuando se le pone corazón a las cosas, todo sale”.

Así, coqueteó con la idea de una campaña que en estos días ha estado promoviendo el aparato comunicativo estatal cubano: “A Cuba ponle corazón”. A diferencia de otros atletas que elevaron Vivas a la Revolución y a su fallecido líder histórico, Orta fue claro al expresar que su triunfo iba destinado al pueblo.

Antes de hablar con el mandatario cubano e incluso antes de lograr el oro olímpico, Orta mencionó a su esposa que sería un gran día y así fue, ya que llegó a la final. No especificó si su esposa se encontraba en La Güinera, pero, si ese es el caso, es inevitable pensar que el luchador estuvo pendiente de las protestas que se intensificaron en el barrio.

Habiéndose criado entre las Avenidas del Rosario y el Acueducto, las paladares de la Lomita y la TRD; el Triángulo y Mendoza, es probable que conozca a varios de los que salieron a las calles tras el 11 de julio. Las mismas calles que recorrió Gerardo Hernández, “Héroe de la República de Cuba” según las autoridades nacionales.

En el barrio “de oportunidades” que han promocionado en la Televisión Nacional, se están reparando aceras, pero hacen falta pies que solían caminar sobre ellas. Rostros de personas detenidas durante o después de las protestas, que han sido catalogadas como “disturbios”.

Por eso, en las palabras de Orta se percibe una ambigüedad interesante que lo distancian de posturas extremas y de una tradición en la que el deportista se convierte en un instrumento de la trama política.

El deporte no debería ser instrumentalizado. Orta no debería ser aprovechado en ninguna circunstancia. Menos aún para reforzar una narrativa sobre la marginalidad que hace que los triunfos excepcionales se consideren una posibilidad práctica para otros en circunstancias similares. El clásico: “si Orta pudo, yo puedo”; “si Orta pudo, otros pueden”.

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Tal vez ahora sea momento de celebrar la victoria de Orta, un atleta que ha probado estar a la altura de sus colegas a nivel mundial. Pero su logro deportivo, siendo el primer oro que revitalizó a Cuba en el medallero, no debería ser utilizado como un triunfo político, ni sus palabras interpretadas como tal. Sus silencios podrían ser entendidos como una expresión de neutralidad. Sería interesante observar en el barrio qué significan sus silencios, la brevedad de sus respuestas y esa dedicación de su triunfo a su pueblo. Por ahora, mientras aún perdura el sabor a victoria anhelado por todo deportista, es crucial respetar y admirar el valor del deporte y de quienes lo practican, sin sobrecargas ideológicas.

Solo queda cuestionarse por qué la victoria de un güinereño es tan destacada. Es necesario preguntarse por qué un barrio ignorado durante años es ahora protagonista en los medios de comunicación, donde se observa, de paso, el elitismo de voces que, en lugar de clarificar, confunden más el camino de los marginados: “Hay un grupo de personas en áreas urbanas como La Habana que poseen las siguientes características…” “Suelen provenir de zonas rurales empobrecidas y se han mudado a la ciudad en busca de mejores oportunidades; generalmente, no son blancos con todas las gradaciones que existen, y viven en los márgenes, recibiendo cualquier prestación estatal disponible. Suelen trabajar en la economía informal, se sienten desconectados y no participan en iniciativas patrióticas porque son víctimas del periodo especial de pobreza… “Un grupo de personas olvidadas, desintegradas, sin raíces en la sociedad. Manifiestan la desigualdad que enfrentan y, lamentablemente, ya no lo hacen de manera pacífica”. Estas son palabras de la periodista Cristina Escobar, citada en un artículo publicado en el diario Granma.

La misma periodista de la televisión estatal menciona en un video que “el bloqueo” (embargo económico de Estados Unidos hacia Cuba) es responsable de la asfixia económica y social que llevó a miles de jóvenes a manifestarse en las calles desde el pasado 11 de julio. Escobar habla desde un pedestal, aunque pretende conectarse con el pueblo al decir “tu familia y la mía”, cuando es evidente que las personas que protestaron en La Güinera, a quienes elige para su reporte, están alejadas de los estilos de vida de la élite política que reside en otras áreas de la capital cubana.

Al lado de la narrativa que busca presentar a La Güinera como un “barrio de oportunidades”, se encuentra un padre con sus tres hijos y un sobrino encarcelados tras las protestas que expresa: “Aquí no hay dinero para nada y hay que pagar un abogado para los cuatro, que cobra 4.200 pesos por cada uno, sumando un total de 16.800 pesos”. Este padre, residente en La Güinera, se llama Emilio Román y seguramente celebró la medalla olímpica de su compatriota Orta, mientras sigue lamentando las semanas de prisión que ya llevan sus hijos sin haber sido juzgados.

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