No existen datos concretos acerca del uso que los cubanos hacen de los sitios de citas en línea, que, por cierto, han tenido un notable aumento durante la pandemia debido a la soledad del confinamiento, la lejanía de las parejas o el redescubrimiento de nuestra propia sexualidad.
Tinder, Match y Badoo son algunos de esos portales que ya desempeñan un papel visible en las relaciones humanas en esta era digital, siendo visitados diariamente por millones de personas alrededor del mundo. Al igual que muchas cosas, la llegada de los cubanos a estos sitios ocurrió un poco más tarde, cuando ya nombres como Tinder eran habituales en las prácticas digitales y sus plataformas adyacentes causaban furor en el ámbito global.
Quizás por desconocimiento o por la falta de un análisis exhaustivo, se asocia la incursión en estos sitios solamente a los jóvenes, pero nada más alejado de la realidad, ya que entre sus usuarios se encuentran personas de diversas edades, que probablemente buscan algo diferente a la voracidad sexual de adolescentes o adultos jóvenes.
Recientemente, gracias a una amiga asidua a Tinder, aunque ella no lo admite públicamente, decidí probar ese portal impulsado solo por la curiosidad. El primer obstáculo para conseguir una cita o alguna conversación más atrevida fue inmediato. No podía instalar la aplicación en mi móvil ni descargarla. No supe si estaba bloqueada en Cuba o si era mi celular el que mostraba algún problema. También tenía dudas sobre las dinámicas del sitio y si podría encontrar coterráneos afines, que era, fundamentalmente, mi interés.
Mi primera experiencia resultó ser un fracaso. No sabía cómo navegar en la aplicación, por lo que descarté la posibilidad de buscar futuros «ligues». Sin embargo, conversando con amigos y con la chica que me asegura con un ahínco sospechoso que no tiene Tinder, recibí breves lecciones por si decidía volver a sumergirme en esos espacios digitales. Mi relación con el sitio de citas terminó ahí. No obstante, constantemente recibo relatos e historias sobre lo que hizo en Tinder la muchacha de los bajos o el vecino que estudia deportes en el Fajardo y se fue a vivir al frío con una rumana, sin mucha contemplación.
¿Pero qué hacen realmente los cubanos en estos sitios de citas? La respuesta es bastante amplia y refleja las diversas motivaciones de los usuarios en la isla. A través de conversaciones con decenas de personas durante estos meses de pandemia, confirmé que el uso de Tinder en la isla es muy variable. Predomina la necesidad de conocer gente y ver qué surge, como me comentó una estudiante de economía; así como encontrar una pareja formal o salir del país, una última variable que ha influido (y mucho) en las relaciones que muchos cubanos establecen con estos sitios y con las apps de mensajería en general.
Las historias abundan. Casi todos conocemos a alguien que ha salido de Cuba gracias a conocer a otra persona en alguna red de citas u otros espacios digitales en los que interactuamos con frecuencia. Algunos solo entraron de manera casual, para conocer a alguien sin más intención aparente que la del simple descubrimiento, o con el objetivo explícito de buscar a la persona que los saque del país. Este último punto no es menor, ya que desgraciadamente responde a la precariedad económica, las necesidades insatisfechas o la asfixia que, por diversas razones, ha dejado a muchos en la isla sin poder respirar.
Los motivos, como hemos visto, son un caleidoscopio, tan variados como las personas que se sienten aventureras en este tipo de sitios. En varias ocasiones he leído sobre el uso en Cuba de Internet o de algún portal específico, sin encontrar estudios sólidos sobre la utilización de estas plataformas para la búsqueda de parejas por parte de los cubanos.
El uso de este tipo de sitios también está impactado por los altos costos de Internet en la isla y muestra similitudes con otras prácticas en plataformas como Telegram o WhatsApp, donde personas de diferentes sexos han vendido sus fotos o servicios eróticos a cambio de CUP o MLC (monedas circulantes actualmente en la isla) o incluso a cambio de recargas telefónicas, aspectos que sin duda influyen en la forma en que muchos perciben a los cubanos y en cómo nos vemos a nosotros mismos como parte de la identidad nacional. Existen un conjunto de factores que deben ser considerados al momento de analizar este tema; sin embargo, son asuntos que rara vez se discuten, especialmente en escenarios oficiales de debate, como muchos otros temas que suelen ocultarse bajo la alfombra.
Regresando a lo fundamental: Tinder y otros de estos espacios ya mencionados han ido incorporándose gradualmente a la vida de los cubanos, y su uso en la isla también se extiende como tantas otras ventajas de Internet. Esto incluso ha impulsado la creación de nuevas apps de desarrollo nacional, como Cubacitas, que lleva más de un año en funcionamiento y opera de manera similar a Tinder. La creación de un perfil sería el primer paso y el objetivo principal sería conseguir un «match perfecto». Son nuevas modalidades de interacción que, cabe destacar, también son más frecuentes entre jóvenes con mayores recursos o acceso más sostenido a la red, debido a su situación económica o la ayuda que reciben de familiares en el exterior.
Lo que sí es una verdad indiscutible es que, en medio de estos códigos virtuales que algunos ya descifran con la misma facilidad que si tomarán un vaso de agua, hay espacio para todo tipo de relaciones humanas, desde la comunicación más simple, sin otro interés más que una buena conversación, hasta aquella que da vida a las palabras para desarrollar su máxima expresión sexual durante la interacción con el otro. Todo depende de lo que deseemos y de lo que estamos dispuestos a arriesgar. Una recomendación: no se dejen llevar por mi primera (nefasta) experiencia y atrévanse a abrir un perfil en alguna de estas aplicaciones a ver qué sucede. Digo, si es que aún no lo han hecho.