Foto: Roy Leyra | CN360
Se dice que, en sus mejores tiempos, fue una de las mujeres más elogiadas de Guanabacoa. Trigueña, con rasgos elegantes, tal como se puede ver en las fotografías de su juventud. Sin embargo, la muerte temprana de su padre y su matrimonio con un hombre que, al principio, la maltrataba y luego la fue despojando gradualmente de todas sus pertenencias, incluida su dignidad, sellaron el destino de Martha.
Con suficiente ropa para cubrir lo esencial, el cabello convertido en una maraña inextricable y un hambre que parece venir de siglos atrás, despierta en una parada de autobús, en la escalera de un edificio o en un banco de parque. Martha es, lamentablemente, solo una entre miles de cubanos que viven en las calles, un fenómeno que, según la frecuencia de las denuncias y solicitudes de ayuda en redes sociales, parece agudizarse en los últimos años.
Aunque la crisis actual de Cuba ha empujado a nuevas personas a la mendicidad, el problema ha existido a lo largo de la historia. Las estatuas del Caballero de París, en La Habana Vieja, y de Francisquito, en pleno bulevar de Sancti Spíritus, son prueba de ello.
Desde el Censo de Población y Viviendas de 2012, el gobierno cubano no ha proporcionado información oficial sobre la cantidad de ciudadanos en situación de vulnerabilidad. En informes y comisiones gubernamentales, se refieren a estas personas como deambulantes, aunque todos son conscientes de que se trata de vagabundos, indigentes o mendigos.
Según esas estadísticas —que son imposibles de verificar con otras fuentes—, más de 1,100 personas vivían a la intemperie, de las cuales 958 eran hombres y 150 mujeres.
En un inusual reportaje sobre el tema en 2020, la prensa estatal afirmó categóricamente: “Aunque la cifra de deambulantes en la isla se considera baja en comparación con otros países de la región y de otras partes del mundo, aún queda un largo camino por recorrer para erradicar este fenómeno”.
No obstante, no solo no se ha erradicado, sino que la Tarea Ordenamiento y la creciente inflación, que ha pulverizado el poder adquisitivo de salarios y pensiones, han agravado la situación.
Las imágenes se repiten, sobre todo, en las zonas más céntricas de casi todas las ciudades cubanas: un hombre sentado en el quicio de una puerta al pie de un San Lázaro de yeso; una anciana cargando bultos en la espalda que va y viene sin rumbo; un borracho que descansa en la acera…
En su mayoría, los mendigos son personas —a menudo de tercera edad— con problemas mentales o de alcoholismo, abandonados por sus seres queridos o, en última instancia, procedentes de núcleos familiares disfuncionales.
Las Ciencias Médicas han intentado comprender la esencia de una patología que afecta tanto física como mentalmente. Por ello, los especialistas han examinado las carencias que enfrentan estos pacientes en aspectos como la alimentación y el cuidado personal, sumadas al desamparo material y afectivo.
Institucionalmente, existe un protocolo para abordar este tipo de casos, elaborado por el Ministerio de Salud Pública (Minsap): a estas personas se les garantiza atención médica, algunos recursos materiales, y si superan los 60 años y no tienen hogar, pueden ingresar a hogares de ancianos; si presentan una patología crónica descompensada, son internados en salas de crisis u hospitales psiquiátricos. Aunque la estrategia está bien diseñada, ¿funciona en la práctica?
De acuerdo con los procedimientos establecidos por el Minsap, cuando se detecta a un ciudadano que vive en la indigencia y no tiene familiares que respondan por él, se traslada a uno de los cinco centros de protección social habilitados en la isla. Una vez allí, se evalúa clínicamente, se realiza una higiene y se valora el caso de manera integral.
Sin embargo, estas instituciones son centros de evaluación, no de permanencia, ya que cuentan con capacidad limitada. Por lo tanto, a veces, una vez estabilizadas estas personas, son devueltas al entorno social.
No obstante, ese regreso implica un riesgo extremadamente grave, ya que si las condiciones de desventaja que, en un principio, llevaron a estas personas a las calles no han sido solucionadas, los “sin techo” retornan a la parada de autobús o al portal, con la derrota consecuente para un proyecto social como el cubano, que afirma que “nadie quedará desamparado”. Si bien es cierto que los asilos y hospitales psiquiátricos no deben considerarse como almacenes de personas sin hogar, también es un hecho que se debe actuar con urgencia, o las imágenes de ancianos hurgando en la basura y pidiendo limosnas ante los hoteles en Cuba seguirán multiplicándose sin control.