Foto: Jorge Luis Borges
Texto: Jorge Suñol
En más de una ocasión me he cuestionado esto. Más de una vez despierto con la sensación de que todo ha quedado atrás. Que la gente me observa, nos observa sin nasobucos, se abrazan, ríen, se saludan sin desconfianza. Que el cubano sigue siendo el mismo jodedor de siempre, jugando dominó en plena calle, con su trago de ron, aunque suene a cliché, es nuestro cliché.
Más de una vez la nostalgia me invade, los recuerdos me atraviesan, y entro en un torbellino interno que puede durar horas. Aquellos días donde todo era «normal» aparecen como heridas, cada vez más distante, demasiado agitado. Y éramos, sin darnos cuenta, más felices. No sabíamos lo que estaba por venir. Nadie lo previó. Nos lamentamos de no haber hecho ciertas cosas. De no haber disfrutado el momento. De las citas que cancelamos, de los conciertos que dimos la espalda, de los karaokes que no compartimos en la madrugada con nuestra manada de amigos. Nos lamentamos por lo que pudo haber sido. Decíamos que teníamos tiempo, que luego, que después. Y nos equivocamos. Pero aprendimos, eso es cierto, aprendimos muchísimo.
Y extraño, extraño tanto que a veces mis ojos no pueden ocultarlo. Lo discuto con mis amigos, que están tan desesperados como yo; un poco me sostienen, me animan a seguir en esta nueva vida que nos ha impuesto el virus. Esta pandemia nos ha enseñado mucho, nos ha transformado la forma de ser y los patrones, nuestras ciudades, nuestros lugares favoritos, la manera en que vemos a los demás, cómo asumimos nuestra rutina.
Extraño respirar, caminar y hacerlo sin la dichosa mascarilla. Y si me lo preguntaran, cuando todo esto acabe, iría a cada rincón de Cuba, primero a Baracoa y luego a Viñales, abrazado de esa pandilla que siempre deseas a tu lado. Me perdería una noche, me escaparía a algún lugar desconocido, haciéndome el turista. Iría a una discoteca una madrugada y bailaría tanto que al día siguiente sentiría dolor en los pies. Extraño viajar, subirme en un avión, capturar fotos por Cuba. Extraño la risa de la gente en la calle, la simpatía clásica de los cubanos.
Dicen que las personas se han vuelto más amargadas, comentan que ya no nos tratamos con la misma atención. Mi querido profesor se pregunta si alguna vez volveremos a vivir como lo conocíamos, si alguna vez realmente existió. Los viejos y los nuevos amigos me inundan de mensajes por WhatsApp cuando les pregunto:
“Llevo más de un año sin ir a la playa. Extraño reunirme con los bailarines de Alma Mater y bailar toda la noche con ellos en cualquier bar, o en el Malecón, cualquier lugar nos servía. Pero hay cosas muy simples, como cargar a mi sobrino de tres meses, algo que no he podido hacer por miedo a llevar algo de la calle y contagiárselo. Y así, de una forma intensa, he pensado en hacer un acto simbólico y quemar todos los nasobucos que tengo en casa”. Esta joven habanera, cuando todo termine, gritará «Burundangaaaa», y quemará sus mascarillas, por todas las risas que no pudo experimentar. Pa’ allá, pa’ allá.
Muchos me cuentan que anhelan fiestas, sexo y alcohol, ese perreo que era cotidiano y ahora parece extinguido. Desde Holguín, Lilian me dice: “Cuando termine la pandemia creo que debo celebrar unas cuantas fiestas con los amigos, pero principalmente, quiero un viaje a la casa de mis abuelos, a quienes no he podido ver ni cuidar durante todo este tiempo, pues viven en un municipio apartado de la capital provincial. Creo que una vez todo pase, me sentiré mucho más libre para llevar a cabo todos los proyectos que hoy estoy obligada a realizar desde casa”.
Arlene, otra amiga que llega a mi chat, comparte: “Cuando la pandemia termine, nada será como antes. Así que he decidido no hacer planes, no pensar en lo que vendrá o lo que haré, porque esto demostró que todo puede desvanecerse, en un abrir y cerrar de ojos. Si no hubiera sido por la COVID-19, probablemente ya habría salido de Latinoamérica, quizás me habría casado, o tal vez tendría el pelo de otro color, no lo sé… Así que creo que cuando esto pase, me sentiré como si recién llegara a un lugar nuevo, esperando sorpresas”.
“Un día después de la pandemia, cargaría a mis amigos en un camión y nos iríamos a acampar a alguna montaña desde donde se vea el mar. Tipo película. Así mismo. Al final, la pandemia ha sido tan triste como estar solo en una sala de cine viendo una película dramática y aburrida. Entonces, hay que hacer lo opuesto. Llenar el espacio con tu gente favorita y disfrutar del fotograma que tanto extrañamos, como el de la montaña y el mar. Café, algún asado y mucha cerveza. Lo demás lo ponemos nosotros”, reflexiona Andy desde Matanzas.
Y concluyo con Orlando, quien lo resume así: “Pensar que planear a largo plazo ya no es una opción”. Después de todo, esperemos que haya un después. Madrugaré en el malecón con un trago de cualquier cosa, y mis amigos cantarán todas las canciones que no nos sabemos, pero lo intentaremos, las tararearemos, con guitarra o sin ella, no importa. Solo quiero que esto termine, que ese día llegue. Y tú, ¿qué harás cuando todo esto sea parte del pasado?