Si los números no cuadran… ¿para qué hacer cálculos?

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Foto: Roy Leyra / CN360

Texto: Héctor López

Quizás mi memoria ya no sea lo que solía ser; el tiempo y sus imprevistos giros hacen que los recuerdos se vuelvan engañosos. Sin embargo, la Cuba en la que crecí ya no parece asomarse en las calles habaneras que recorro cada día. Ni siquiera el barrio es lo que solía ser; muchos vecinos han abandonado el país por diferentes caminos, y los pocos que permanecen apenas los veo en alguna que otra cola, donde parecen no reconocerme. No creo que sea algo personal; en esos entornos de supervivencia, cada quien se siente como DiCaprio frente al último bote salvavidas del Titanic. El miedo de no alcanzar un pollo o algún otro producto básico, que aún se ofrecen en los cada vez más escasos puntos de venta en CUP, nubla la vista de muchos -demasiados, me atrevería a decir- y convierte a ese DiCaprio romántico en un auténtico Leónidas durante la batalla de las Termópilas.

A esos mismos vecinos solía «molestar» para pedirles un poco de azúcar o aceite cuando se me terminaba la grasita para cocinar. Dios me libre ahora de tocarles la puerta para solicitar alguno de esos productos en peligro de extinción, que además se ofrecen a precios exorbitantes en el mercado negro.

Desde hace años, los pocos que quedamos en la cuadra solíamos visitar a don Cuco, quien amablemente nos ofrecía un par de naranjas agrias para adobar la carne del 31. «Que no falte el adobo», decía. Este fin de año, ni carne ni naranjas. La nieta de Cuco vendía las naranjas y el pepino de zumo en CUP, teniendo en cuenta también la tasa de cambio no oficial del euro. Y el cerdo, ni hablar; eso ya era asunto para bolsillos mucho más profundos que el mío.

Ya no escucha el pregón de las tardes, y eso de «caminar las tiendas» no resulta una opción tan viable al considerar que todas están vacías o sólo ofrecen agua como casi única alternativa. Los bares tampoco son una opción para mí; veo en las historias de Instagram a muchos jóvenes quejándose por los precios elevados y mostrando tickets de consumo que superan los 3 mil CUP «por lo bajito». Yo, con comprarme una cervecita ya tengo suficiente, aunque debo racionarlas, porque a 200 CUP, no puedo permitirme más de cuatro al mes.

A lo mejor es que ya no pertenezco a estos tiempos, pero extraño la alegría cotidiana, esa que parece haberse esfumado, no sé si por culpa del covid, el reordenamiento económico o una combinación de ambos. Aquella alegría que surgía en un P (ómnibus), en una esquina o en una cola… Recuerdo momentos con ánimos distintos; la gente ayudándose, riendo, intentando que todo «saliera bien».

Las redes sociales son también un reflejo de lo que ocurre en las calles. Cuando activo mis paqueticos de datos y me conecto a la 4G, trato de evitar Facebook y Twitter; me voy a Instagram a ver fotos, porque las ciberclarias no hacen más que estresarme. Aunque confieso que de vez en cuando caigo en ese peligroso deporte de responderles, diciéndoles «oye tú, da la cara», ya que ni fotos de perfil suelen poner y sólo comentan ofensas. Imagino que se sienten valientes detrás de una pantalla, pero luego me río y se me pasa. A veces me pregunto, ¿quiénes serán? ¿Serán los mismos de las colas? ¿Mis vecinos? ¿Los pocos amigos de estudio que me quedan en el país?

¿Cuántas personas están en la Cuba actual experimentando tanto odio? Se presentan tantas estadísticas en el noticiero, la ONEI siempre con datos abundantes, algunos increíbles, como los recientes sobre precios al consumidor. Sin embargo, nadie parece contar el odio; al menos, nadie intenta hacerlo. ¿Cómo se puede frenar algo si no se sabe a qué se enfrenta? Dicen que los viejos se vuelven niños. Yo aún no tengo edad para calificarlos como un viejo, al menos según la ONEI y el CESJ, jaja. Pero con pensamientos como estos, a veces me siento como tal, y me enorgullece conservar algo de ingenuidad ante los ritmos de vida que corren.

Cae la tarde y, con mi cervecita en mano, contemplo desde el balcón la cola del detergente. No me decido a pedir el último, no porque no lo necesite; a estas alturas, creo que todos estamos necesitados de algo. Pero esta tarde es para mí, para desintoxicarme un rato de los problemas. Al fin y al cabo, ¿para qué sacar cuentas si la cuenta no da?

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