Trinidad y el valle desprovisto de ingenios

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Foto: Shuterstock

El Valle de los Ingenios, esa formación geográfica donde se estableció la villa de Trinidad, en el centro sur de Cuba, es un enorme eufemismo: su topografía, marcada por varias colinas, no puede considerarse un valle en el sentido estricto de la palabra; además, ya no queda un solo ingenio en los cientos de kilómetros cuadrados donde alguna vez, durante el auge del siglo XIX, llegaron a operar hasta 56 fábricas de azúcar.

Del esplendor de antaño, apenas sobreviven vestigios tangibles que han logrado resistir el embate de los ciclones y la depredación de la comunidad local: sitios de interés arqueológico que relatan el proceso industrial, restos de barracones, cementerios de esclavos, torres que cumplían funciones de vigilancia y campanario, y las viviendas, diseñadas para soportar los rigores del clima tropical con sus arcos de medio punto y sus altísimos techos a dos aguas.

Sin embargo, la caña, ese oro dulce que levantó calles y mansiones y amplió las fronteras de Trinidad; la caña que simbolizaba la opulencia, solo se encuentra en antiguas litografías y en la memoria de algunos pobladores nostálgicos.

La caña de aquel tiempo se desvaneció junto al último sobreviviente del valle: el central FNTA, que ya a comienzos del siglo XX había absorbido bajo el nombre de Central Trinidad las cosechas de todos los ingenios esparcidos por la región.

No obstante, centralizar la producción en su estructura de hierros viejos no le sirvió de mucho: hace dos décadas, el último legado de la era de la caña cerró sus instalaciones, las chimeneas expulsaron su último humo y el otrora Ministerio de la Industria Azucarera declaró finalizada la reestructuración de sus instalaciones, como si fuera apenas una fábrica más entre muchas otras insolventes que, en ese entonces, asfixiaban —y aún algunas siguen asfixiando— al país.

Han transcurrido 20 años desde que los trabajadores del FNTA comenzaron a adaptarse a la nueva rutina, sin el pitido del ingenio, sin el bagacillo, en un aire desprovisto de mosto o melaza.

Durante ese tiempo, los habitantes han tenido que practicar lo que hoy en el discurso oficial se denomina “resistencia creativa”, que en términos concretos y en la dura realidad se traduce en un sálvese quien pueda que ha sido parte de sus vidas desde siempre.

Los habitantes de la región se han convertido en verdaderos magos para explicar a los visitantes, especialmente a los extranjeros, que en ese suelo ahora árido y cubierto de marabú, una vez prosperó la caña; que las dos chimeneas del FNTA son la imagen más cercana que pueden mostrarles de lo que fue un ingenio, y que, por más increíble que les parezca, los hombres y mujeres que operaban aquellas máquinas son los mismos que hoy les ofrecen gangarrias y baratijas sin el más mínimo remordimiento.

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