Hace una década, una canción revolucionaba los termómetros de la popularidad y encendía, muy intensamente, la polémica sobre el reguetón en Cuba.
Con “El Chupi Chupi”, Osmani García, sin haberlo planeado y posiblemente sin imaginar lo que le esperaba, marcó un hito significativo en el debate sobre la música urbana en la esfera pública, mientras su carrera comenzaba a despegar hacia el éxito en mayor escala.
La canción irrumpió de manera inesperada en la televisión y en otros espacios controlados por el diseño oficial. Cuando empezó a ganar visibilidad y popularidad, las alarmas se dispararon, con cierta justificación, no solo en los ámbitos mediático e intelectual, sino también entre una parte de la población.
Es indiscutible que el mensaje contenía claras alusiones sexuales y frases muy explícitas de ese tipo, como “Dame un chupi chupi, que yo lo disfruti/ abre la bocuti, tragátelo tuti”, lo que se convirtió en el catalizador que llevó a la prohibición y a la eliminación del video y la canción en los medios de comunicación.
Era la época en que el reguetón comenzaba a ganar terreno, y la mayoría de los intérpretes que cultivaban ese género lo hacían sin el menor remilgo a la hora de grabar y cantar temas provocativos, con un fuerte contenido sexual. Esto causó debates y prohibiciones no solo en Cuba, sino también en otros países de América Latina, desde donde este ritmo se lanzó al mundo de forma imparable hasta el día de hoy.
En los años posteriores a la polémica, Osmani García ha tenido una carrera bastante exitosa. Así lo reflejan números como los de “El Taxi”, que fue interpretada incluso por el famoso Pitbull, entre otros éxitos que lo catapultaron hacia la potente industria del reguetón en La Florida.
Hoy en día, ni “El Chupi Chupi” ni el trabalenguas sexual que lo acompañó se mencionan en las discotecas de La Habana ni en las fiestas que no se celebran debido a la pandemia; sin embargo, seguramente un joven y entusiasmado Osmani no olvida ese instante en su carrera, donde su confianza en la canción y en sí mismo lo llevó a enviar una carta de respuesta al entonces Ministro de Cultura, Abel Prieto, quien, sin duda, atrapado en la emoción, subió al ring para catalogar el tema como «degenerado» y acusar al intérprete de lo mismo.
Desde el inicio, la carta se notaba escrita más desde la indignación que le causó la repentina eliminación de “El Chupi Chupi” a los cubanos que desde la calma de la razón.
En su respuesta a Prieto, el bueno de Osmani declaró: “¿Quién se cree este ministro para faltarle el respeto a quienes llevan el nombre de su país por el mundo entero haciendo bailar y cantar a millones de personas de otras culturas?”.
El cantante se veía a sí mismo como uno de los encargados de poner el nombre de Cuba en lo más alto a través de su música, con su “Chupi Chupi”. La indignación, entonces, se convirtió en combustible para más. Afirmó que nadie tiene el derecho, y en eso tenía razón, de impedir a un músico “lo que le dé la gana de escoger para poder extraer de lo más puro y profundo las melodías y ponerle palabras que hagan pensar, reír, bailar, llorar, o hacer ejercicios, correr con tu hijo o sobrino en un buen parque de diversiones, o para felicitar a tu madre, o a tu hija por sus 15 años en un vals, o para perder la cabeza con tu pareja o en la fiesta más loca o privada a la que te hayan invitado”.
Lo que omitió fue que el debate no nació de una canción cualquiera. Era el mismo “Chupi Chupi”. Y posiblemente no había muchas opciones para que un hijo celebrara el cumpleaños de su madre cantándole: “Dame un chupi chupi, que yo lo disfruti/ abre la bocuti, tragátelo tuti.”
Quizás bastaba con reprogramarlo a otro horario, con una advertencia sobre su contenido explícito y ¡zaz! se hubiera solucionado el escándalo. Pero, como es habitual, la vía más sencilla fue la censura, que al final de poco sirvió o nada.
Con “El Chupi Chupi”, las autoridades nunca supieron bien cómo actuar, al igual que con el reguetón que vino después, hasta que finalmente se les escapó de las manos, y hoy se ha convertido en uno de los lenguajes más presentes entre los cubanos de cualquier estrato social.
“El Chupi Chupi”, con un ritmo pegajoso hasta el cansancio, provocó una especie de campaña desde los medios oficiales para desacreditar tanto a la canción como al cantante, que, por cierto, como se esperaba, ha continuado una carrera en la que ha predominado su necesidad de llamar la atención sobre su trabajo artístico, que también tiene ciertos méritos dentro del género en el que se manifiesta.
La lección que dejaron los acontecimientos relacionados con ese tema se aprendió tarde—si es que se aprendió—en Cuba. La prohibición o la crítica desmedida desde los medios no eran la manera adecuada de enfrentarse a un estilo que se estaba consolidando con una fuerza inusitada entre los cubanos, pero durante años se siguió intentando.
Ciertamente, este género ha superado cualquier obstáculo y ya se escucha, tal vez, incluso en el mismo Comité Central. En los hoteles, nadie se sorprende porque prevalezca en las fiestas organizadas para turistas, ni se exaltan porque forme parte de cualquier actividad estatal, ya sea para celebrar una fecha histórica o un cumpleaños colectivo.
La lucha contra el reguetón prácticamente ha quedado atrás por ineficaz, al igual que ha permanecido casi en el olvido esa canción en la que las autoridades vieron el mismo infierno encarnado en la tierra. Lo peor o lo mejor, dependiendo de sus intereses musicales, es que después de 10 años han surgido otras canciones que hacen ver “El Chupi Chupi” como producto de la inocente imaginación de un bebé.