Fotografías: RL Hevia
Texto: Héctor García Torres
“Un actor siempre está desnudo en la pantalla, aunque esté vestido”, afirmaba hace unos años el artista y productor estadounidense Harvey Keitel, y difícilmente se puede encontrar una frase que capture mejor la entrega, la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la fuerza de quienes diariamente hipnotizan al público en los más variados escenarios: teatro, cine, radio, televisión…
En todos estos ámbitos opera la actriz cubana Yaité Ruiz, cuyo talento y compromiso con los personajes le han conferido el reconocimiento del público y una indiscutible relevancia en la escena actoral de la isla, mientras crea y deconstruye caracteres, educa y provoca la reflexión.
Como Yaité recuerda, ella fue “la típica niña de los matutinos y del artistaje”, pero desconocía que la actuación, que tanto la divertía, se podía estudiar. Cuando era pequeña, nunca expresó “yo quiero ser actriz” porque no tenía mucho conocimiento al respecto. Más tarde, durante la secundaria, se enteró de la existencia de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y deseó realizar las pruebas, pero ese año no se ofrecieron plazas para Ciudad de La Habana, así que sus ansias tuvieron que esperar.
“Mientras estaba en la Lenin, coincidimos con un instructor de teatro, Manolo, que llevaba allí muchísimos años. Él sí nos explicó que existía el Instituto Superior de Arte (ISA) y que la actuación era una carrera que se podía estudiar. En ese momento empecé a considerarlo seriamente”, comenta.
Es interesante que, estudiando en la vocacional Lenin, una escuela que por tantos años se enfocó en perfiles de ciencias exactas, finalmente decidiste por la actuación.
Inicialmente entré pensando en optar por una carrera de letras, me fascinaban mucho las lenguas extranjeras y la psicología, y un poco menos el derecho. Luego comprendí mi interés por la psicología, al descubrir que está muy relacionada con la actuación.
Mientras explorabas tu vocación, ¿hubo algún actor que fuera un referente para ti?
Cuando estudiaba en el pre, el cine aún funcionaba y una vez vino Paula Alí. Ese fue el primer autógrafo que le pedí a un actor. Paula siempre ha sido un gran referente para mí, al igual que Alina Rodríguez. Ambas eran grandes actrices y se dedicaban al teatro, y nuestro instructor nos hablaba mucho sobre la carrera teatral. Eso también despertó mi curiosidad por ese mundo.
¿Qué lugar ocupa el teatro en tu formación y en tu trabajo actual?
El teatro es algo que nunca dejaría de practicar. No creo que pueda alejarme de él. Aunque mañana esté en otro lugar realizando otro trabajo o no, siento que de alguna manera siempre regresaré al teatro, incluso si es sólo en casa, haciendo una pequeña obra con mis hijos.
No podría abandonarlo, precisamente por el intercambio de energía entre el público y el actor. Ese mensaje directo en el momento; el riesgo y el salto al vacío; los meses de trabajo intensivo y de formación actoral, y la posibilidad de sumergirte en un personaje durante un largo tiempo… son cosas que no creo que pueda perder.
¿Crees que el teatro es más exigente que la televisión y otros medios?
Definitivamente. Cada medio es diferente; la televisión, por ejemplo, es un proceso más rápido, más inmediato y no tiene tanto tiempo de elaboración. A mí me apasiona la investigación minuciosa y la preparación detallada de mi personaje, y el teatro ofrece esa dinámica de estudio y comprensión de tu carácter.
Por razones de producción y otros factores, en ocasiones hay que realizar escenas de televisión que no estaban previstas. Si no te has preparado para cada aspecto de tu personaje y cada momento que puede surgir, puedes encontrarte actuando en blanco. Sin embargo, el teatro te salva de eso. Si presentan una, tres o cinco escenas que no estaban planificadas, pero has comprendido a tu personaje a fondo, puedes abordar cualquiera de esas escenas sin problema. En televisión y cine, puedes repetir hasta que salga bien, pero en el teatro eso no es una opción.
De las obras teatrales en las que has trabajado o sido espectadora, ¿hay alguna que te haya marcado especialmente?
Es una pregunta difícil, pero creo que una de las más impactantes para mí fue la primera que vi: “Las brujas de Salem”, en el Teatro El Público. Recuerdo que Jacqueline Arenal debía decapitar un pollito en escena y eso me dejó muy impactada. Fue tan mágico e impresionante como el olor del teatro y el ambiente particular de la máquina de humo.
De las obras que he realizado, aunque todas han sido significativas para mí, recuerdo de manera especial “El malentendido”, con Cremata. En esa obra trabajamos sobre una montaña de arroz en escena para simular el desierto y dificultar nuestra movilidad en el escenario. Me sentí realmente sumergida en la situación y la época.
Yaité comparte que hasta ahora ha tenido pocas oportunidades para involucrarse en clásicos, a pesar de que la intriguen. Al preguntarle cuál es el próximo personaje que le gustaría interpretar, menciona a Lady Macbeth, “por lo misteriosa y apasionada, por ser severa y a la vez vulnerable, y por tratarse de un personaje con muchos matices”.
Ante su respuesta, es natural concluir: ¿los personajes que te atraen también son los más desafiantes?
Considero que todos los actores anhelan un personaje con múltiples matices. Cuanto más complicado psicológicamente o a nivel de conflicto es un rol, más retador se vuelve, y más profunda debe ser la investigación, la preparación y el trabajo. Más allá de encarnar personajes reales o ficticios, siempre existe un mensaje importante que transmitir, y cada espectador se lleva su propio mensaje, incluso si la obra no le ha gustado. Comunicar ese mensaje es parte de la función social de los actores.
En proyectos como Calendario, Tras la Huella y las novelas recientes… En los últimos años has participado en producciones que han atraído la atención del público. ¿Crees que esto está relacionado con lo que mencionabas sobre la función social del actor en la representación de Cuba? ¿La televisión cubana debería reflejar más la sociedad que retrata?
Sí, pero es una combinación de múltiples factores. Fueron bien recibidas porque eran cubanas y tocaban temas cubanos, pero no cualquier tema. Cada una de esas producciones ha resonado en aspectos vitales, por ejemplo, Calendario aborda temas sensibles para nuestra juventud, como la necesidad de una formación más consciente de su identidad, sus referentes y su cultura.
En la novela donde interpreté a la deportista Yoanka, mi trabajo no solo brindó visibilidad al valor de ese deporte y al sacrificio de nuestros atletas, sino que además fue más allá al poner de relieve el sacrificio de la mujer en el halterofilia en particular. Los personajes no solo están diseñados para que el público se enamore de ellos, sino para darles visibilidad y hacer que la audiencia aprenda a valorar a las personas que representamos.
Creo que una de las funciones sociales más importantes del actor es dejar siempre un mensaje claro, dependiendo de la obra. Es un compromiso enorme. Defender este tipo de causas es esencial para mí, tal como lo hice con la novela donde interpreté a una joven con discapacidad intelectual.
Te refieres a “Muñeca”, como la llaman cariñosamente en la calle, un personaje muy querido que ha dejado una huella en la audiencia. ¿También te dejó huellas a ti, tanto personal como profesionalmente?
Fue un personaje complejo que requirió mucha preparación, incluso desde el casting. Intenté entender todo lo relacionado con las personas que tienen algún grado de discapacidad a quienes estaba representando. Visité a una joven que conozco que tiene discapacidad intelectual moderada e intenté comprender sus gustos, temores y su forma de reaccionar, y lo combiné con una condición motora que observé en una amiga con quien compartí la escuela en el ISA. Luego, cuando supe que el papel era mío, continué profundizando y preparándome con más detalle.
Me introduje en un mundo que no conocía, conocí familias, cuidadores, y entendí la responsabilidad que tenía con mi personaje: tenía un tesoro en mis manos, pero al mismo tiempo fue riesgoso, ya que a nivel actoral la línea era muy tenue, corriendo el riesgo de caer en la burla y lesionar sensibilidades.
Ese fue el personaje más complicado que he interpretado, y sin duda dejó huellas en mí. Aprendí a decir que no con más facilidad, a ser más directa sin herir a otras personas, y a mirar a cada persona desde el amor.
Para Yaité Ruiz, la actuación, al igual que la medicina, tiene el poder de sanar a la audiencia. ¿Acaso también sana al artista?
¡Por supuesto! A nivel mundial se emplea, por ejemplo, la traumaterapia, talleres para que las personas trabajen sus propias experiencias y liberen rencores, traumas de la infancia, etc.
Para los artistas, funciona de distintas maneras. Si tengo uno de mis hijos en casa con fiebre y debo interpretar un personaje, canalizo esa preocupación o malestar. Uso mis experiencias de vida y emociones para dar vida al personaje; si el personaje necesita estar triste por alguna circunstancia, el público no sabrá de dónde proviene mi tristeza, pero sí nace de mis hijos. Y créeme, después de la función me siento desahogada y en paz, porque he liberado emociones y experiencias de vida convertidas en un personaje. Esa es parte del intercambio de energía del que te hablaba.
¿Y si es al revés, si tienes que interpretar una escena llena de alegría mientras sigues con la misma situación, el hijo con fiebre?
En ese caso, es necesario dejarlo ir, no hay alternativa. El actor es un ser un poco ególatra por naturaleza, porque hay miles de personas mirándote en el teatro, pero es alguien que también debe tener una vocación de servicio para estar allí y contar una historia. Si no hay público, no hay actor y no hay obra.
Entonces, dejas tus problemas en el camerino en función del arte. Es algo complicado y no significa que olvides tus problemas, sino que estás enfocada en la obra, te sobrepones y sigues adelante.
¿Crees que creces con cada personaje o sientes que cada personaje influye temporalmente en ti?
Es similar a cuando lees un libro. Tienes tu esencia, pero la alimentas con conocimientos, comportamientos, épocas y psicologías diferentes. Mientras grabas o construyes un personaje, muchas cosas se intercalan y se transfieren a tu vida, y necesitas establecer una línea clara.
Yaité también menciona a Frida Kahlo, Madame Bovary, Cleopatra o Enriqueta Faber como algunas de las figuras históricas que le gustaría encarnar algún día. También a Virginia Woolf, la madre Teresa de Calcuta… “Son tantas las mujeres e incluso algunos hombres que también me gustaría interpretar”.
¿Cuál sería tu mayor aspiración como actriz?
Esa aspiración ha ido evolucionando. Al graduarnos, queremos comernos el mundo; yo soñaba con hacer musicales en Broadway. Con el tiempo, aterrizas tus sueños y comienzas a valorar cosas que parecen más sencillas pero que realmente sanan y salvan a la gente, haciendo que pienses que eso puede ser tu verdadero sueño cumplido.
El hecho de ser madre y lidiar con la maternidad mientras trabajo, por ejemplo, es algo de lo que me siento orgullosa.
Además de sus frecuentes papeles en diversos medios, nuestra entrevistada enseña expresión corporal en la Escuela Nacional de Teatro, y ha sido invitada a impartir clases de actuación. Sin embargo, no cambia de asignatura porque siente que es fundamental que los actores puedan expresarse con todas sus herramientas, tanto la voz como el cuerpo.
“Desafortunadamente, los jóvenes tienden a abandonar la condición física y la expresión corporal en escena porque creen que les robará naturalidad y organicidad, y por eso no me he cambiado de asignatura. También porque creo que es importante que como actriz pueda mostrarles con mis papeles lo que deseo lograr en ellos”.
También siento que crezco al impartir clases -añade-. Mi primer deseo por dirigir surgió precisamente a través de las clases, al entender que puedo ayudar a los estudiantes a descubrir y desarrollar sus verdaderos talentos. Además, ha sido muy enriquecedor saber que me captan y entienden lo que busco en ellos. Aprender a conectar con los estudiantes ha sido un gran aprendizaje, incluso para mi vida.
Hemos hablado sobre la función social, la multiplicidad de personajes, la importancia de transmitir un mensaje y mucho más. ¿Cuál consideras que es el mayor desafío que plantea la actuación?
Creo que el mayor desafío de un actor no radica en los personajes, ni siquiera en su investigación. Lo considero más bien en su condición humana, en su desarrollo personal, en la capacidad de ser un ser de servicio y mantener el compromiso de aportar un grano de arena para que vivamos en un mundo y sociedad mejores.