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Hicieron su entrada de forma tímida en el mercado cubano, como las “hermanas menores” de las plantas eléctricas, pero el gran apagón del 18 de octubre las catapultó a la fama: las estaciones de energía se han vuelto muy populares en Cuba como la “solución” más rápida y económica para las familias que pueden permitírselas.
Aunque no se podrían considerar baratas —¿qué producto lo es en Cuba en este momento?—, sus precios son considerablemente más accesibles que los de las plantas eléctricas, no generan ruido y no requieren combustible, lo que permite a los propietarios evitar el estrés de no saber dónde conseguir gasolina o a quién pedir “unos litricos” para la planta.
Según los expertos, este tipo de equipo está diseñado para proporcionar energía y cargar dispositivos pequeños como móviles, tablets, laptops o electrodomésticos de bajo consumo en lugares sin acceso a la red eléctrica. Por ello, se adaptan perfectamente a la situación energética en Cuba, caracterizada por la obsolescencia de las termoeléctricas, la crónica escasez de combustible y la precariedad de las redes de suministro, lo que crea un entorno propicio para los molestos apagones.
Compactas, ligeras y fáciles de transportar, las estaciones de energía son versátiles y se pueden cargar conectándolas a la red eléctrica, a la batería de un automóvil o utilizando paneles solares; de ahí que hayan comenzado a proliferar en las páginas de clasificados de redes sociales y tiendas online donde los cubanos desde el exterior suelen adquirir para sus familiares y amigos en la isla “todo lo comprable”.
Dependiendo de la potencia y la calidad de la marca, los precios en la isla varían entre 500 y 2,500 USD, aunque siempre se pueden encontrar opciones más accesibles en las páginas de envíos a Cuba, además de iniciativas de varias familias que han reunido sus ahorros para comprar un solo dispositivo, el cual comparten rotativamente entre dos o más hogares.
Ya sean estaciones portátiles de energía, plantas eléctricas o generadores alimentados por paneles solares, estas alternativas se están imponiendo por la necesidad en un país con una infraestructura energética deficiente que, más que megawatts, genera frustración e incertidumbre.