Foto: Cuba Noticias 360
En una isla tropical como Cuba, caracterizada por su forma alargada y estrecha donde ningún ciudadano está a más de 90 kilómetros de la costa, podría parecer que los niños disfrutan de un Paraíso asegurado durante las vacaciones. Al menos, ese es el mensaje que se desprende de los anuncios promocionales transmitidos por la televisión cubana y las campañas de las agencias de viajes orientadas a atraer turistas extranjeros: si usted no aprovecha este “eterno verano”, es porque no lo desea.
Sin embargo, la estrategia comunicativa en torno a la temporada vacacional en Cuba no se corresponde con la realidad de las vacaciones, que están marcadas por la crónica falta de electricidad y por una inflación descontrolada que, a pesar de haber establecido un tope de precios en seis productos básicos, continúa sin ceder.
Ante esta situación, las familias se enfrentan a decisiones complicadas: ¿comprar el paquete de pollo —cuando aparece— o pagar un día en la piscina del hotel más cercano? ¿Invertir 30 000 pesos en un ventilador recargable o alquilar una casa en la playa por un par de días?
A pesar de la severa crisis que ahoga la vida cotidiana del cubano, los padres se ingenian para que las vacaciones no pasen desapercibidas, organizando actividades en función de sus posibilidades, o como reza el refrán, “hasta donde dé la sábana”.
La opción más económica, como cada año, es quedarse en casa disfrutando de la programación televisiva de verano; un compendio de programas nuevos y reposiciones que, afortunadamente, en 2024 cuenta con los Juegos Olímpicos de París como atracción principal. Sin embargo, los prolongados cortes de electricidad, que parecen eternos para toda Cuba menos para La Habana, han limitado esta alternativa de entretenimiento.
Las actividades organizadas por los gobiernos locales también son accesibles para romper la rutina en las comunidades. Aunque la iniciativa es buena, su implementación enfrenta dificultades, ya que los instructores de Cultura y del Inder no logran cubrir todas las necesidades para las intervenciones comunitarias, y como se dice, “una golondrina no hace verano”.
El campismo popular sigue disponible para la mayoría gracias a sus precios ligeramente más bajos, aunque no es su mejor momento, ya que muchas bases están cerradas o operan a media capacidad por falta de mantenimiento. Como era de esperar, la demanda supera la disponibilidad y los campistas habituales no tienen muchas expectativas sobre la calidad de los servicios de alojamiento, gastronomía y recreación; por eso suelen llevar consigo ventiladores, cubos, hornillas, cazuelas y, sobre todo, comida, para evitar “morir en la orilla” ante los altos precios de los vendedores privados.
Más alejadas del alcance del presupuesto promedio están los “pasadías” en hoteles, una opción que generalmente es promovida por emprendedores a través de las redes sociales. Dependiendo de la distancia, la comodidad del transporte, los refrigerios incluidos y el tiempo de estancia, los precios oscilan, pero siempre rondan los miles de pesos por persona. Esto hace que muchas familias, con gran pesar, se vean obligadas a observar desde lejos sus deseos de llevar a sus hijos a Varadero o al Delfinario de Cienfuegos.
La posibilidad de disfrutar de unos días en un hotel es casi un sueño lejano para los cubanos, a menos que alguien de su familia en el exterior lo financie. Aunque se presenta como un privilegio de “elegidos”, en realidad no son pocos los que han gastado lo que tienen y lo que no tienen en varias jornadas de playa con manilla, disfrutando de la —no siempre abundante— mesa buffet.