Fotos: Jorge Luis Borges
Texto: Viviana Díaz
Jorgito Martínez también está cansado del pollo… y de las largas colas para conseguirlo. Este querido actor cubano, contrariamente a lo que muchos piensan, mantiene los pies firmes en la tierra, aunque ocasionalmente utiliza sus “encantos” y popularidad para salir avante de las interminables filas que caracterizan la vida en Cuba.
De naturaleza enérgica, a sus 58 años irradia una energía juvenil admirable y físicamente se ve muy bien.
Con su carácter jocoso y carismático, pero con una voz contundente que sabe poner las cosas en claro cuando es necesario, se dispuso a compartir casi una hora y media de conversación con nosotros, aunque solo faltó un buen café.
El arte llegó a su vida siendo niño en Guanabacoa, cuando su padre, un apasionado de la música campesina, decidió que su hijo debía aprender a tocar la guitarra para acompañar sus improvisaciones.
De manera caprichosa, a los 9 años, el destino desvió la carrera de Jorgito hacia el estudio del chelo. Ahí conoció a Javier González.
“Mientras estábamos en la escuela de música, hacíamos presentaciones pequeñas en matutinos. Al llegar al conservatorio Amadeo Roldán, abrieron la ENA y ya teníamos el ‘bichito’ del arte, así que me dije: ‘bueno, vamos a cambiarnos, que de todas maneras no voy a ser un buen chelista, y la actuación me gustaba mucho’,” recuerda.
La actuación no fue la única opción que consideró antes de convertirse en el actor que es hoy. Impulsado por su amor por la historia universal, Jorgito soñaba con recorrer el mundo y conocer diversas culturas.
En su época, la única manera de hacerlo era convirtiéndose en marinero mercante. Así que se anotó en listas y llenó formularios para seguir ese camino. “Al final, sólo te preguntaban si tenías creencias religiosas o algún pariente en el extranjero, y como no contaba con nada de eso, me calificaba ampliamente para ser marinero; pero Javier me convenció de que la actuación era el camino adecuado”, cuenta.
Desde ese momento, Jorgito no ha dejado de actuar. Lo hemos visto en teatro, en espectáculos, en videoclips, en cine y en televisión. Aunque es esta última la que “le da de comer”, el séptimo arte representa para él la verdadera culminación de la vida de un actor.
Se lamenta de que los directores de cine se arriesguen poco a trabajar con él, “pero los entiendo y los perdono. No todos son como nuestro querido Enriquito Pineda Barnet, que confió en mí para ‘La Bella del Alhambra’, o un Fernando Pérez, que me tuvo en cuenta para el Diego de ‘Últimos días en La Habana’.”
Para este personaje, tuvo que bajar alrededor de 14 kilos en dos meses y dejar de tomar el sol para interpretar a un hombre enfermo, postrado en una cama. Su actuación le brindó innumerables alegrías, llevándolo a recorrer el mundo, tal como había soñado de joven. Reconocimientos, premios, festivales y hasta una cálida felicitación de Antonio Banderas, que atesora con cariño. “Es, hasta ahora, el personaje de mi vida”, confiesa.
No es de extrañar. El Diego de ‘Últimos días…’ representó un reto monumental para Jorgito, tanto profesional como personalmente. Destacó a un luchador, él que siempre ha sido un sobreviviente.
El cáncer me enseñó a estar donde quiero
Meses antes de la llamada de Fernando, Jorgito enfrentó uno de los momentos más difíciles de su vida: un cáncer de pulmón. Fumador empedernido, los problemas de respiración no le alarmaron en un inicio, hasta que se volvieron severos.
“Son cosas que uno nunca espera; tú fumas, y fumas, y piensas que fumar es placentero, hasta que un día…” reflexiona.
Visita al médico por primera vez. Lo diagnostican erróneamente y le recetan Prednisona. Jorgito la toma, gana peso, pero el problema persiste. Su tos se intensifica y el oxígeno parece no ser suficiente.
Tras un año, decide consultar a neumólogos. En el hospital oncológico le hacen un TAC y finalmente se revela el misterio: un tumor en su pulmón izquierdo le estaba robando el aire.
“Desde entonces, comenzó todo un proceso desgastante. Si la gente supiera por lo que hay que pasar con los medicamentos, quimioterapia y radioterapia, te aseguro que el cigarro no le sabría a nada; es un proceso física y psicológicamente devastador, siempre piensas que te queda poco tiempo,” dice.
Los malestares físicos no afectaron tanto a Jorgito como el temor de causar sufrimiento a su familia. “Mi hija tenía 7 años en ese momento. Mi madre nunca supo, mientras vivió, que yo estaba enfermo de cáncer porque mi padre había muerto de esa enfermedad. Un sobrino de 4 años también había fallecido por lo mismo, y había perdido un hermano unos meses antes.” Así que, para su familia, el tema era muy delicado.
A su pequeña le ocultó su enfermedad, tratando de ser fuerte por ella. Su meta era acompañarla el mayor tiempo posible. “Me decía a mí mismo: seis meses más, no puedo dejar a mi niña ahora.”
En ese momento halló su fuerza de voluntad y comenzó a cuidarse más, especialmente después de la operación donde le extirparon el pulmón afectado y la glándula suprarrenal.
“Aprendí muchas cosas en el camino: me di cuenta de que podía, que tenía voluntad y que era valiente. Ir cada semana a hacerme análisis, quimioterapia, radioterapia y a pesar de todo eso, levantar la cabeza, no caer en la victimización y no dejarme vencer, me convierten en un valiente.”
La mayor lección de esta experiencia fue otra: “Aprendí a estar en el lugar donde quiero estar y en el momento en que quiero estar; que nadie en este mundo puede obligarme a perder una hora de esta vida si no quiero hacerlo, si no lo disfruto. Aprendí a decir que NO.”
Creo en mejorar las cosas desde dentro
Desde joven, Jorgito ha sido una persona honesta, y esa sinceridad la ha aplicado en todas sus decisiones, incluida su elección de quedarse en Cuba, cuando muchos optan por irse del país.
Así como respeta la decisión de quienes se han marchado, también cree que es importante respetar a aquellos que, como él, siguen apostando por Cuba.
“Cada uno tiene derecho a pensar como quiera, y lo acepto. Hay quienes consideran que su patria es el plato de comida; hacen su hogar donde encuentran lo que necesitan, y allí se quedan, y no los juzgo. Hay quienes no han podido más y respeto su manera de ver la vida”, afirma.
Para él, actualmente se vive una polarización extrema en la sociedad cubana. “Eres negro o blanco, no hay puntos intermedios, y para mí sí los hay; no tengo por qué aprobar todo lo de un lado ni desaprobar todo lo del otro.”
Esta situación se vuelve aún más aguda en las redes sociales, donde “todo se hace más público y confuso”, y dar una simple opinión puede llevarte a ser ubicado en un bando u otro, como si solo existieran dos posiciones.
“Hoy en día, o eres oficialista o eres disidente. Esa manipulación política no la soporta, no la entiendo y no la quiero en mi vida.”
Jorgito expresa que mira con esperanzas las iniciativas de un grupo de jóvenes actores que recientemente han tratado de manifestar sus inconformidades a través de una Asociación de Actores, buscando ser escuchados, pero asegura que no es algo nuevo.
“Nosotros llevamos 20 años clamando por las mismas cosas que ellos están pidiendo hoy, y no nos escucharon; eso lo tienen que entender el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Justicia, y todas las autoridades de este país. Si no nos escucharon hace dos décadas, no deberían quejarse ahora.”
Según Jorgito, los artistas de su generación utilizaron todos los foros, oficiales o no, que pudieron para presentar sus demandas. “Luchamos donde creímos que era posible.”
En esos espacios, recuerda que había dirigentes de todas las esferas “tomando nota” y asintiendo, pero al final no sucedía nada, y esa inacción genera el hastío de muchos.
“La vida me ha enseñado que siempre hay esperanza de cambio. No soy yo quien lo provoque, no espero que me pongan el nombre a una calle cuando me muera; pero sí creo que es posible mejorar, y he decidido apoyar ese cambio desde aquí.”
El hecho de que haya optado por quedarse no significa que Jorgito baje la cabeza o ignore lo que ocurre mal en su país. No necesita pertenecer a “ningún movimiento ni partido nuevo” para expresar sus pensamientos.
“No me callo ante nadie, no soy de los que esperan irse a Miami para hablar. Me senté con Amaury Pérez y le dije en su cara todo lo que tenía que decir; y en un programa de televisión leí un poema de Raúl Rivero porque para mí era un gran poeta; incluso en la boda del Expreso no vi nada de malo, como nadie lo vio hasta que alguien lo mencionó, pero ni ahí me silencié.”
Esa misma fortaleza la aplica en las rutinas diarias de la vida en Cuba, como lidiar con las colas y la escasez. Ahora que es un hombre soltero, hay tareas de las que no puede escapar y que lo agobian, como a todos nosotros.
Por eso, Jorge, frustrado por las limitaciones impuestas por la pandemia, logra desprenderse del “gran artista” que es, para convertirse en un cubano más que no sabe cómo cocinar ese tan mencionado pollo.