Foto: Shutterstock
Hace diez años, cuando Sancti Spíritus conmemoró su medio milenio, la ciudad experimentó una transformación drástica: se renovó por completo el parque central, se destinaron millones de dólares a la rehabilitación y el embellecimiento de sus edificaciones emblemáticas, y se diseñó un ambicioso plan para celebrar los cinco siglos de la histórica villa del Espíritu Santo.
Sin embargo, desde entonces, se ha hecho poco en cuanto a la conservación del valioso patrimonio arquitectónico de la ciudad; esto se debe en gran medida a la crisis económica que parece no tener fin y, en parte, a ese rasgo tan característico de los espirituanos de no pensar en grande.
“La idiosincrasia actual del espirituano es el resultado de su historia, de los hechos que han marcado su desarrollo y, fundamentalmente, de la actividad económica que predominó en la región: la ganadería”, ha señalado en diversas ocasiones María Antonieta Jiménez Margolles, historiadora de la ciudad, para explicar la aparente apatía de los también llamados yayaberos.
Juan Eduardo Bernal Echemendía, presidente de la Sociedad Cultural José Martí en la provincia y estudioso de la identidad regional, coincide con su perspectiva: “Las formas de producción ganaderas marcaron el posterior desarrollo de las artes espirituanas, ricas en géneros musicales pero no en manifestaciones dancísticas —afirma—; este fenómeno también podría explicar la perdurabilidad del legado campesino incluso en las expresiones más contemporáneas de la cultura”.
Por ello, algunos han catalogado de rural a una ciudad que se convirtió en capital de provincia tras la división político-administrativa de 1976 y que, a pesar de eso, aún depende en cierta medida de Santa Clara, un núcleo urbano que parece estar renuente a ceder su supremacía jurisdiccional en el centro de Cuba.
Todo esto, en términos coloquiales, implica que la cuarta villa de Cuba puede ser a veces tradicional y conservadora, dos adjetivos que los oriundos de esta tierra aceptan con cierta resignación. También es mediterránea y poco cosmopolita, “la más medieval de nuestras primeras villas”, como la describió la experta en temas patrimoniales Alicia García Santana, quien ha elogiado de manera insistente la singular fisonomía de la ciudad, que se ha construido sobre sí misma.
“Es posible que, debido a su ubicación mediterránea, la villa haya quedado algo aislada del resto del país y encerrada en su inmenso territorio, lo que la llevó a aprovechar repetidamente las estructuras arquitectónicas existentes, dando lugar a la compleja estratigrafía constructiva que se aprecia en sus edificaciones —subraya la reconocida experta—. En esta villa era común edificar lo nuevo sobre lo viejo, lo que resultó en un perfil rico en edades superpuestas que la convierte en la más medieval de nuestras poblaciones primitivas”.
Aunque no existen en Sancti Spíritus joyas arquitectónicas o ingenieriles que superen la grandiosidad de la Iglesia Parroquial Mayor, el icónico puente sobre el río Yayabo y el Teatro Principal, es innegable que la ciudad alberga otras construcciones de alto valor patrimonial, actualmente utilizadas tanto como edificios públicos como residencias privadas.
La Real Cárcel, ahora sede de la empresa SEPSA; el Palacio Valle o Casa de las Cien Puertas —Museo de Arte Colonial—; la antigua Sociedad El Progreso, sede de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena; la Colonia Española, la Casa Municipal de Cultura y los hogares para ancianos y niños sin protección familiar forman un verdadero compendio de la diversidad de estilos que coexisten en la urbe.
Tan variopintas como esta arquitectura son las estrategias que se han tenido que implementar para asegurar la supervivencia de los principales edificios, muchos de los cuales han sufrido notables daños por el paso del tiempo, la falta de mantenimiento y políticas de conservación coherentes, y, en los últimos años, también por el colapso económico que obliga a los espirituanos a elegir entre reparar un techo del siglo XIX o las igualmente antiguas redes de distribución de agua para la comunidad.
Sin embargo, en estas disyuntivas no está pensando en estos días su población, que se halla inmersa en un modestísimo programa para conmemorar el 510 aniversario de la ciudad, seguros de la valía de su propia cultura, esa singular idiosincrasia que han ido forjando a la sombra de la Iglesia Mayor y el monumental puente sobre el río Yayabo.