Mi gente:
Ayer me encontré con un vecino, inteligente, juicioso al parecer, con un nivel de vida aceptable, pero contaminado con una de las modas de estos tiempos.
Con cuanta emoción, amigos míos, me espeto tan pronto me vio:
«Ya me otorgaron la ciudadanía. Ya tengo el pasaporte español.’»
A veces ríspido en mi reacción espontánea, lo decepcione al decirle:
«De que te servirá si no tienes los euros para respaldarlo y comprarte tu pasaje a España.»
Hay un frenesí en parte de los habitantes en anunciar que tienen otra ciudadanía, aunque sea de las islas Salomón o de un atolón de la Polinesia.
Se pasan meses y años en trámites burocráticos, haciendo árboles genealógicos, procurando certificados de nacimiento, de matrimonio o de defunción de abuelos y bisabuelos de otros siglos, aunque fueran piratas o contrabandistas, gastando el poco dinero que puedan tener ahorrado, emocionados, se ponen flacos, depresivos, se dañan los nervios y se convierte en un asunto familiar. Se revisten de un tonto orgullo.
Prematuro, pasan buen tiempo en largas filas en oficinas y consulados, se endeudan y son muchos los triunfantes que al final tienen que colgar el nuevo pasaporte en un cuadro en la sala de la casa como si fuera un título académico, pues generalmente les sirven de bien poco.
Lo entendía en los residentes jóvenes de provincia con menos perspectivas y sobre todo en damiselas a la búsqueda de un príncipe azul. Empero, ya está bastante generalizado.
El consulado español es el más asediado
Hay un ambiente de solidaridad e intercambio de experiencias y el buen saber de cómo se logró tal o mas cual paso, así como las regulaciones y procedimientos en constante movimiento. Son verdaderas tertulias profesionales. Las epidemias, pandemias y fanatismos son difíciles de enfrentar y hasta a mí me convencieron de tramitar un pasaporte que no iba a usar. Esta moda se va al extranjero con el cubano de hoy y desde Miami o Madrid siguen gestionando otras ciudadanías. Ni la sudafricana Miriam Makeba, ciudadana de múltiples países, ganaría la competencia con mis conciudadanos.
La culpa, como toca, le corresponde al viejo colonialista.
El francés Maurice B. dijo ante amplio auditorio: …el destino de un hombre depende del país donde le toco nacer y a mi me toco la suerte de haber nacido en Francia. Concluyo por ende que existe una discriminación pasaportiana, además de la racial, económica o cultural.
Pocos se refieren a los valores morales, a las virtudes ciudadanas y que aquel que no sirve siempre lo será dondequiera que este y tenga el pasaporte que tenga y el dinero o la cultura que tenga.
Seguro estoy que muchos me entenderán y que como moda al fin ya pasara de moda y se le vuelva a dar importancia a la conducta y a esos hombres de vergüenza y honor que no firmaban contratos ni pagares y la palabra era la palabra de un caballero, heredable de padres a hijos, y se podía escuchar: eso lo prometió Nayi, el hijo de Jorge, o vengo de parte de tu amigo Pedro de Buenos Aires y entonces no había que mostrar ningún pasaporte.
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