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Los cubanos son expertos en amor, en crisis, y en la magia de combinar ambas realidades en su vida cotidiana. Para los habitantes de la Isla, parece que todo debe ser vivido con intensidad, y el amor no es la excepción.
Cuando le preguntes a un cubano o cubana sobre su verdadero amor y las experiencias relacionadas con esa persona que han dejado huella en su vida, es probable que no se refiera a una pareja romántica. De hecho, me atrevería a afirmar que son muy pocos los que lo harían. Para el cubano, el amor se manifiesta en ese vaso de leche que nos ofrecían nuestros abuelos tras un “ya me bebí el mío antes”, que ocultaba una “mentira piadosa” destinada a que nos alimentáramos mejor. O en esos zapatos viejos que llevaban nuestras madres mientras nos tomaban de la mano para buscarnos unos tenis nuevos para el inicio del curso escolar. Es un constante sacrificio donde uno cede para que el otro gane, algo que las dificultades del presente y el panorama económico, político y social de hoy en nuestro país amenazan con arrebatar.
No obstante, la familia es el pilar más firme que hemos tenido los cubanos a lo largo de nuestra historia. No es la primera vez, ni será la última, que intentan fracturarla con legislaciones separadoras y sanciones que obstaculizan o postergan el derecho a regresar a ese hogar que nos recibió al nacer. Por otro lado, la búsqueda de una mejor calidad de vida ha llevado a que al menos un miembro de cada familia cubana emigre por decisión propia. Sin embargo, los cubanos han encontrado maneras de acortar distancias y establecer un plan para reunirse una vez más con sus seres queridos. Algunos ya han alcanzado ese objetivo, otros están en este momento luchando por ello, y hay quienes apenas están esbozando el inicio de un prolongado camino en el que el punto A representa la partida y el B, el ansiado reencuentro.
Cualquiera que sea la etapa que estés atravesando en este difícil e intenso proceso, hay algo seguro: para el cubano, la familia es ese gran amor por el que realmente vale la pena luchar y esforzarse al máximo. Desde el momento de nuestro nacimiento, hemos crecido en un ambiente donde el sacrificio por amor es la norma, ¿cómo podríamos entonces no interiorizarlo?