¿De qué manera se vive actualmente en un Submarino Amarillo?

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Foto: Roy Leyra | CN360

Texto: Michel Hernández

El centro cultural Submarino Amarillo, situado en el Vedado habanero, ha sido un refugio y un punto de encuentro para varias generaciones, un espacio de libertad y desconexión. Sin embargo, hoy en día, la ciudad parece haberse transformado en una de estas tiendas de lujo inaccesibles para la mayoría, a pesar de que visualmente no se asemeje a tal cosa. Es como si toda La Habana se hubiera convertido en una versión de la Gran Manzana Gómez. Por ello, surge la pregunta: ¿cómo será la vida dentro de un submarino amarillo tras la pandemia, el reordenamiento, la bancarización y todas las transformaciones que han afectado a este país que parece exiliado de sí mismo, del cual todos somos un poco parte?

El escenario fue tomado por unos renovados Kents, quienes siguen desafiando el paso del tiempo tras casi 60 años de existencia de la agrupación. Liliam, la cantante, repasa los clásicos del rock y se atreve a interpretar a Nirvana, superando la prueba con honores. Ella lleva una remera negra con la frase de Queen inscrita en letras blancas. El público se enardece al escuchar a Kurt Cobain resonar a través de la garganta de la cubana.

La cantante habla sobre la importancia de defender el refugio que les otorga vida, refiriéndose al Submarino Amarillo, donde suele presentarse junto a otras bandas de rock. Este espacio no solo les proporciona un rumbo para sobrevivir a la crisis, sino que les permite sentirse plenos tocando la música que les apasiona, perteneciendo a esa comunión casi religiosa que aún perdura en las noches del Submarino.

El mundo puede desmoronarse afuera, pero dentro del Submarino, todo parece indicar que la vida siempre sale a flote. De miércoles a domingo, se presentan bandas o se programan matinés de rock and roll. Buena música y agradables conversaciones con amigos pueden convertir la tarde o la noche en algo especial. Los precios, lógicamente, han aumentado debido a la absurda inflación que pareciera no tener control. Sin embargo, se mantienen en un rango que podría considerarse accesible para la mayoría del público. La camaradería, por otro lado, permite ahorrar algunos pesos cuando la situación lo exige. Las cervezas se comparten, pasan de mano en mano, y los tragos de ron siguen el mismo camino de la democracia.

Así, el Submarino se convierte en un oasis donde, con un aire acondicionado que enfría hasta los huesos y un par de cervezas a 200 pesos, se puede disfrutar de la tarde y escapar del asfalto.

El calor corporal es una agradable sorpresa. No hay más que entregarse a la voluntad cuando el trago recorre la garganta y suena «Rock and Roll All Nite». Los cuerpos se entrelazan, se reconocen y bailan como si estuvieran frente a los ya jubilados Kiss. Aunque con las grandes bandas, nunca se sabe.

Los Beatles siguen observando la vida pasar desde las paredes de su Submarino. Lennon, en el parque, anuncia la proximidad del lugar. El público ya no es el mismo. Se aprecian algunas ausencias. Algunos han tenido que marchar, mientras que otros han alcanzado el paraíso o el infierno rockero. No importa, si hay una buena banda con la que rockear y dejarse llevar por la vida.

Bonus, Track, Gens y Los Kents son solo algunas de las bandas que han pasado (y continúan pasando) por los escenarios de este espacio en uno de los corazones del Vedado. Muchos han sucumbido ante la privatización o la desidia, pero el Submarino sigue de pie, con una música que es difícil ignorar, incluso para aquellos que no comulgan con las guitarras eléctricas y los sonidos del diablo. O de Dios.

Como ya lo dijeron los Beatles en los años 60, la vida es más placentera dentro de un Submarino. Y si es amarillo, mucho mejor.

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