Fotos: Roy Leyra | CN360
Texto: Hugo León
Existen pocos lugares que reflejen de manera tan clara la realidad de Cuba como las bodegas, espacios marcados por el deterioro de aspectos fundamentales de la vida cotidiana y también por la resignación de aquellos que ya han aceptado que en el país “todo, o casi todo, está malo”.
Numerosas publicaciones en redes sociales evidencian el estado de insalubridad y las precarias condiciones de las bodegas en el país, donde mensualmente se reciben y almacenan miles de toneladas de productos alimenticios que posteriormente son distribuidos en la canasta básica.
No hay comparación con las bodegas del pasado, cuyas imágenes también circulan en redes sociales, y hoy por hoy es más común ver carteles en lugar de ofertas de comida en estos locales. Surge la pregunta: ¿qué condiciones de inocuidad tienen los alimentos que se entregan a la población?
Las imágenes de muchos de estos puntos de venta son preocupantes y el problema trasciende fachadas desgastadas o estructuras deterioradas. La verdadera cuestión se encuentra en el interior de las bodegas, donde incluso se observan trabajadores ahuyentando roedores y exterminando cucarachas con escobas.
Los sacos de arroz, azúcar, frijoles o chícharos llegan a estos establecimientos en camiones, y a lo largo del mes los bodegueros se encargan de distribuirlos según lo establecido por las normativas. Durante este tiempo, los alimentos permanecen allí, protegidos de ladrones, pero expuestos a riesgos para su inocuidad.
El caso de la entrega de leche en las provincias del interior del país es particular. Ésta llega en las primeras horas de la madrugada a las “placitas” y se almacena durante todo el día en un tanque hasta su distribución, no siempre garantizando las condiciones higiénicas adecuadas, como demuestran varios videos en redes sociales y como reconoció en 2021 la Empresa de Productos Lácteos de Matanzas, tras un incidente de venta de leche contaminada con larvas.
En abril de 2022, también circuló en redes sociales un video de una española de visita en Cuba, que mostraba cómo la leche era transportada en camiones cisterna, dejada en un establecimiento de Trinidad, Sancti Spíritus, con mangueras sucias, y depositada en tanques plásticos sin las condiciones adecuadas para conservar la higiene y la temperatura.
No obstante, algunas imágenes de estos establecimientos que han sido presentadas en la televisión nacional muestran lugares limpios, organizados y con opciones de pago a través de aplicaciones móviles, como ejemplos de comercio electrónico.
Sin embargo, la cotidianidad revela una realidad muy distinta en la mayoría de las bodegas cubanas, que están alejadas de los anuncios televisivos y que cada vez pierden protagonismo frente a las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) y los escasos puntos de venta en pesos cubanos, donde también se distribuyen productos racionados mensualmente por núcleo familiar.
En medio de la escasez que enfrentan las familias en la isla, muchos cubanos prefieren cerrar los ojos ante la situación, ya que aunque los productos como arroz, frijoles o aceite no lleguen en bolsas selladas o no sean manipulados con guantes en las bodegas, es aún peor no poder adquirir estos productos.
Las bodegas de «antes»
Sin querer convertir este texto en una simple comparación sobre lo que ya se conoce, es relevante recordar que las bodegas cubanas en la actualidad distan enormemente de lo que solían ser. Estos establecimientos formaron parte del folclore cubano e incluso la labor de quienes trabajaban en ellos fue inmortalizada en un famoso chachachá de Richard Egües titulado «El bodeguero», que se popularizó mundialmente con la interpretación de un ícono como Nat King Cole.
En su mayoría, las bodegas de los años 50 eran de propiedad privada, y sus dueños se encargaban de velar tanto por la oferta como por la limpieza, recordó para este medio una señora octogenaria con una memoria prodigiosa. Ella menciona que, al tratarse de negocios privados, se podía negociar el precio con los dueños y, en ocasiones, ofrecían algo llamado “la contra”, que era un pequeño obsequio por la compra de otros productos.
Según nuestra fuente, la bodega tenía todo lo necesario para mantener una casa abastecida. Se podían encontrar jabones, pasta dental, betún, perfumes, dulces, manteca, chorizos, quesos y latas de varios tipos, afirmó.
Además, muchas bodegas contaban con una pequeña barra para tomar cerveza, ron o refrescos, y era habitual que en las bodegas rurales hubiera una o dos chivas atadas al mostrador que se ordeñaban en el momento para vender la leche más fresca posible o regalarla a los niños.
El bodeguero, como propietario, tenía la posibilidad de fiar, conceder créditos a los compradores o prestar dinero a sus clientes habituales, pues a fin de cuentas, vivían en la misma cuadra, explica. Al ser su establecimiento, la responsabilidad del mantenimiento recaía en ellos, por lo que generalmente siempre estaban en óptimas condiciones.