Evarista está en la etapa adecuada para vivir de las historias.

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Una de las anécdotas que más emociona a Aris Teresa Bruzos Núñez es la de aquel exalumno suyo que en una ocasión le dijo: “Profesora, con lo seria que usted era y ahora enseña el ombligo y los muslos en la televisión. Ya no tiene edad para eso”.

Y puede que en parte tenga razón, ya que el próximo 31 de marzo, Aris cumplirá sus respetables 87 años, pero con una jovialidad y un optimismo que hubiera deseado tener a los veintitantos, cuando trabajaba en una escuela y ni se imaginaba que toda Cuba la conocería como Evarista, la anciana revendedora y negociante de Vivir del Cuento.

Nació en El Cobre, donde vivió hasta que en 1956 se trasladó a La Habana para ser profesora en la escuela privada de su tía. En la capital, se dedicó en cuerpo y alma a la enseñanza y también fue directora de varios centros educativos.

Famosa por su rigor en el aula, Aris recuerda esa época como su verdadera vocación: “Cada vez que había un alboroto, me mandaban a mí a componerlo —ha confesado—. Enseñar es lo mío, de pequeña siempre jugaba a ser la maestra. Ahora la vida me ha llevado a ser humorista y también estoy feliz”.

Después de cumplir 73 años, en 2008, cuando ya se encontraba retirada, decidió presentarse al casting de Los amigos de Pepito, el programa que estuvo antes de Vivir del Cuento. Nunca pensó que sería seleccionada y, mucho menos, que su personaje perduraría más de diez años en el show humorístico con mayor audiencia en las últimas décadas. Lo que comenzó como un atrevimiento para que su familia de Oriente la viera, se ha convertido en la motivación más pintoresca de su vejez.

Conocida por sus habilidades como negociadora, un talento poco común en una señora de avanzada edad, Evarista desafía todos los estereotipos de lo que debería ser una anciana venerable: ofrece desde carne de res hasta piezas de Moskvitch traídas desde Rusia, y casi siempre lo hace en los momentos más inesperados.

Gran parte del éxito del personaje se debe a la naturalidad con que Aris Teresa asume cada línea, por pequeña que sea su intervención en el episodio; por ello ha logrado tal identificación con la vecina merólica de Pánfilo que hasta ha perdido su nombre: “Ahora todos me llaman Evarista”.

Después de haber sido operada de una catarata rebelde, ya no necesita gafas para tejer, su pasatiempo favorito, y sale por las mañanas a hacer ejercicios con el círculo de abuelos «Para empezar a vivir», en Centro Habana, motivada por su deseo de estar siempre activa.

“Me gusta hacer de todo un poco, así me siento útil y valiosa, aunque el cariño de la gente no me falta —ha expresado Aris—. Me gusta tomar el autobús para que la gente me reconozca y me salude, eso me encanta, sobre todo los niños, su inocencia me atrapa”.

A la edad en que casi todas las abuelas permanecen en casa, cuidando a los nietos o haciendo mandados como una especie de retaguardia del hogar, Aris ejercita su memoria repasando los diálogos que grabará al día siguiente, ensaya el tono de su voz para cuando vaya a ofrecerle harina de pan a Pánfilo y deja a un lado el pudor cuando la escena requiere mostrar las piernas.

“Que la gente piense lo que quiera —resume—. Mis años hasta ahora no han sido un obstáculo para nada, disfruto la vida, minuto a minuto. Al final, el tiempo pasa y yo no me siento vieja”.

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