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Resulta difícil de creer que la única fábrica del país dedicada a la producción de nasobucos (mascarillas sanitarias) informe que su capacidad de producción excede la demanda real.
No obstante, esta es la realidad de la planta situada en Matanzas, la cual fue establecida a mediados de 2021, gracias a la significativa inversión de un empresario sirio que vive en Cuba desde hace tres décadas.
A pesar de que su recorrido ha sido complicado desde el principio, esto no justifica que, habiendo alcanzado casi dos millones de mascarillas producidas, solo tengan alrededor de veinte clientes, incluido el Ministerio de Salud Pública, que, según el diario estatal Granma, no ha adquirido ninguna de las unidades fabricadas.
Representantes del ministerio en la provincia occidental explicaron al medio que reciben las mascarillas a través de la Empresa de Suministros Médicos (Emsume), responsable de la comercialización de recursos de uso médico, a un menor coste y en cantidades que satisfacen las necesidades.
Granma cita las declaraciones de Maribel Rodríguez Argüelles, directora de la Empresa Unymoda, encargada de operar la fábrica. Ella indicó que el costo de cada nasobuco varía entre diez y doce centavos en MLC, con un enfoque principal hacia el turismo, otros organismos y la venta en línea.
Según su opinión, la venta se realiza en divisas debido a que toda la materia prima es importada y “cada pieza, esterilizada y de alta calidad, consta de tres capas, teniendo una intermedia que facilita el filtrado”.
Como una limitación adicional, mencionó que la inversión total fue de cinco millones de dólares a amortizar en un periodo de cinco años, lo que obliga a la empresa a vender los cubrebocas en MLC, principalmente a los destinos turísticos de Cuba.
Además, los 12 trabajadores de la planta reciben salarios bajos, lo que dificulta la retención del personal, especialmente porque los obreros perciben solo 3,000 pesos al mes.
Los trámites demorados, un estudio de factibilidad inadecuado, la falta de conocimientos para operar las máquinas, las precarias condiciones de la infraestructura para albergar la tecnología moderna requerida, y una gestión comercial ineficaz, marcaron el inicio de una planta que fue muy promocionada incluso antes de instalar su equipamiento, considerando que era la única del país en producir nasobucos.
Curiosamente, la planta había mantenido una producción estable durante tres meses, cuando a mediados del año pasado, Matanzas enfrentó el peor rebrote de COVID-19 y su sistema de salud colapsó.
Reflexionando tras la situación, el periódico Girón cuestionó cómo, durante el período en que los centros de aislamiento estaban saturados, había un almacén en Matanzas con 250,000 mascarillas acumuladas sin venderse ninguna.
Lway Aboradan, el empresario euroasiático, afirmó en ese momento que garantizaba a Cuba seis meses de producción a razón de 120 mascarillas por minuto, debido a que cuenta con dos líneas en una jornada laboral de ocho horas, lo que suma un total de 1,500,000 mascarillas al mes.
El sirio, quien estudió Farmacia en la isla, ofreció desde el principio un acuerdo beneficioso para la contraparte. Donó una planta adicional y aceptó que el pago por la primera se realizara en CUC (en ese momento en circulación), lo que redujo sus beneficios en comparación con si hubiera cobrado en divisas.
La asociación que inicialmente se pensó como una cooperación económica internacional se convirtió en un contrato en el que Aboradan es el proveedor de la maquinaria y la materia prima. “Muchísimos obstáculos y el proceso es tan largo que si hubiéramos seguido la ruta de la asociación, aún no tendríamos la fábrica”, cuestionó el empresario.
El discurso del gobierno cubano y sus funcionarios posiciona la inversión extranjera, junto al fomento de las exportaciones, como uno de los principales pilares para lograr una eficiencia urgente en la economía de la isla.
De acuerdo con la más reciente Cartera de Oportunidades de Negocios con Inversión Extranjera en Cuba, los sectores estratégicos para atraer posibles inversores son la producción de alimentos, el turismo y la industria biofarmacéutica y de salud.
A pesar de lo que podría parecer si se analiza la situación en la fábrica de Matanzas, los directivos vinculados a la inversión extranjera mencionan en cada aparición pública la eliminación de políticas restrictivas y un entorno con mayores flexibilizaciones para concretar negocios en el país.
La reaparición de la fábrica de nasobucos en los medios estatales indica que ninguno de los directivos de la misma y de la empresa Unymoda fue destituido de sus cargos a mediados de 2021 tras revelarse las múltiples ineficiencias en su gestión. Así lo expresa un usuario en el portal Cubadebate, tras leer el reportaje de Girón:
“Vergüenza total. Esto justifica la separación de sus puestos, prisión y… ¿y las pérdidas quién las paga? Dios mío, cuántas negligencias. Creo que una se queda sin palabras para expresar la soberbia que produce el actuar de personas tan inescrupulosas”.
Lo cierto es que, a casi un año de haber comenzado a operar la fábrica de mascarillas sanitarias, está lejos de cumplir su objetivo inicial de producir 84,000 mascarillas por cada turno laboral de ocho horas y un total de un millón y medio al mes, ya que aún no superan las dos millones de unidades.
Aunque la COVID-19 en Cuba parece estar en un periodo de calma, con casos oficiales que no alcanzan los 500 diarios, seguirá siendo necesario comprar mascarillas, una medida demostrada por la ciencia para reducir la transmisión del SARS-CoV-2.
Al mismo tiempo, las autoridades sanitarias han manifestado que su uso obligatorio en Cuba, a diferencia de otras regiones, se mantendrá por un tiempo prolongado.