Texto: Alejandro Varela
La pesadilla que muchos temían se convirtió en realidad este jueves, cuando los organizadores de los Juegos Olímpicos de Tokio decidieron llevar a cabo este magno evento sin espectadores, debido al aumento de los casos de COVID-19 en la capital nipona. Pero, ¿realmente no había otra alternativa? Analicemos la situación y procuremos aportar claridad sobre este delicado tema.
La decisión fue tomada en una reunión celebrada en Tokio por todos los organismos involucrados en la competencia bajo los cinco aros, como el propio Comité Olímpico Internacional, presidido por Thomas Bach; el Comité Paralímpico, encabezado por Andrew Parsons; y las autoridades de la ciudad (Yuriko Koike, gobernadora) junto al Gobierno central japonés.
No obstante, horas antes de ese cónclave, algunos medios comenzaron a especular sobre esta controvertida decisión, que pone en duda los valores del olimpismo, ya que resulta cuestionable llevar a cabo un evento estival sin aficionados que puedan disfrutar de los espectáculos deportivos en vivo.
Incluso, para los propios atletas, la motivación de competir frente a tribunas vacías puede disminuir, a pesar de los meses adicionales de preparación tras el aplazamiento inicial del verano de 2020 al de 2021.
Es ampliamente reconocido que Japón ha manejado la pandemia de COVID-19 con una de las políticas más estrictas del mundo. Esto contrasta con otras naciones que han sido más permisibles en este ámbito, como el Reino Unido, que en el último mes permitió la celebración con público en el estadio Wembley de Londres durante la Eurocopa de fútbol, a pesar del aumento de contagios en esa nación.
El primer ministro japonés, Yoshihide Suga, declaró el estado de emergencia en el área metropolitana de Tokio, luego de confirmarse el jueves 896 nuevos casos positivos, tras 920 el día anterior, la cifra más alta desde el 13 de mayo.
Por su parte, Londres anunció el mismo día un total de 3,314 casos de COVID-19, cifra bastante similar a las reportadas en los días previos.
Estos datos son desproporcionados en relación con el número de habitantes de cada ciudad, dado que Tokio es la más poblada del mundo con más de 37 millones de residentes, mientras que Londres tiene poco más de nueve millones, ocupando el puesto 34 a nivel global.
Las matemáticas son simples: la situación en Japón es considerablemente menos complicada. De hecho, en varios países ya se permite la presencia de público en eventos deportivos, a pesar de un contexto sanitario más grave.
Sin embargo, la cultura, filosofía y percepción del riesgo en Japón difieren en varios aspectos de las del mundo occidental. Si a esto se suman las presiones internas que el gobierno japonés ha recibido durante meses para cancelar los Juegos, la decisión resulta comprensible.
¿No podían los organizadores de Tokio 2020 implementar protocolos aún más rigurosos para permitir la asistencia del público? ¿No hay condiciones en la ultradesarrollada Japón para llevar a cabo el evento, minimizando los riesgos? ¿Es su filosofía como país superior al espíritu olímpico y a los Juegos en sí? Estas han sido algunas de las preguntas planteadas por los entusiastas del deporte.
Por otro lado, los grandes beneficiados con esta nueva realidad serán, una vez más, las grandes cadenas de televisión, que se convierten en la única opción viable para transmitir lo que ocurra en este importante evento.
Agradecemos los avances tecnológicos que, en pleno siglo XXI, permiten disfrutar del evento a pesar de las circunstancias, aunque también nos preocupa que el deporte se esté convirtiendo cada vez más en un negocio por encima de todo lo demás. Tokio 2020 quedará en la memoria como un claro ejemplo de ello.
Un manto gris cubre la magna cita a tan solo dos semanas del encendido del pebetero en el renovado Estadio Nacional de Tokio, que extrañará el bullicio del público en la esperada ceremonia de inauguración. Muchos anhelan que el COI hubiera considerado la propuesta del estado de Florida, hecha en febrero, cuando se ofreció para organizar los Juegos.