¿Dónde han ido a parar los «dulces de un peso»?

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Foto: Darío Zarlenga | Flickr

En estos tiempos en los que la carencia podría ser una de las palabras que mejor definen a Cuba, algunos nostálgicos reflexionan sobre aquellas cosas que han desaparecido. Vienen a la mente rutas de autobús, edificios, tradiciones, personas y, por supuesto, alimentos. Y en medio de este recuento surge una pregunta: ¿a dónde han ido a parar los caramelos largos? Aquellos dulces que costaban un peso, un precio hoy inimaginable.

Les hemos perdido la pista; hay quienes afirman que desaparecieron con la pandemia o el reordenamiento. Lo cierto es que nadie recuerda el momento exacto en que dejaron de estar presentes. Se han desvanecido en el tiempo, como tantas otras cosas en esta isla.

Sin embargo, todos recuerdan los sabores: había de fresa, plátano, chocolate, café, maní, tutti frutti y, el más común, el de menta, el verdadero «mitimiti» cubano. A menudo servían para calmar el hambre mientras se esperaba el autobús, para realizar un trámite o simplemente para endulzar el día.

Si los clasificáramos, pertenecerían a la categoría de caramelos duros, algunos más que otros, dependiendo del proveedor. Aunque ya no existen, perduran en la memoria de los cubanos como otro de sus patrimonios perdidos. Si cerramos los ojos, podemos imaginarlos con sus envoltorios de nailon transparente en la mayoría de los casos, aunque también había otros forrados con bolsitas de yogurt de soya. Usualmente los vendían adultos mayores, quienes los transportaban en recipientes hechos con botellas de refresco cortadas por la mitad. Pero eran disfrutados por todos, desde los más pequeños hasta aquellos que ya usaban dientes postizos para devorarlos.

Los caramelos de a peso fueron los sucesores de otras golosinas clásicas: los pirulíes, las melcochas, las chambelonas y los teticos, todos elaborados de manera artesanal. Desconocemos la causa exacta de su extinción; no es descabellado suponer que se deba al déficit de su principal ingrediente: el azúcar. No es un secreto que Cuba pasó de ser uno de los mayores exportadores de azúcar a tener que importarla. En la actualidad, es casi un lujo; el precio de la libra oscila entre 300 y 450 pesos, si se tiene suerte. Así que el caramelo en cuestión ya no costaría un peso, por supuesto.

Existía una versión «plus», un caramelón: misma receta pero mayor tamaño; este tenía un costo de 10 pesos. Quizás pocos los extrañen; han desaparecido muchas otras cosas más necesarias para la vida, que pensar en una “chuchería casera” parece un despropósito. Tal vez alguien que lea este texto pueda indicarnos dónde encontrarlos, si es que aún queda alguno por ahí…

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