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Artículo: Héctor García
El Parque Lenin, para aquellos que vivieron su época dorada, representa un recuerdo etéreo en las afueras de La Habana. Constituyó, sin duda, una fuga de la vida urbana y de la monotonía cotidiana; un lugar de esparcimiento donde la risa resonaba entre los botes del lago, los gritos de los niños en la montaña rusa y las meriendas bajo la apacible sombra de los árboles.
Para los niños de las décadas de los ochenta y noventa, visitar el parque era casi una tradición: un paseo familiar, el tren que sonaba entre la vegetación, el algodón de azúcar endulzando sus manos. Pasó un tiempo de abandono, pero el Parque recuperó su esplendor, permitiendo que otra generación de pequeños disfrutara. Hoy, el Parque Lenin se ha convertido en un símbolo de la negligencia.
Las construcciones que antes ofrecían diversión en el parque ahora sostienen sólo óxido y maleza. Lo que antes era un carrusel de risas se ha convertido en un armazón de metales torcidos y desgastados, como si la vida se hubiera desvanecido de un momento a otro. La piscina, donde los pequeños brincaban con alegría, ahora es un pozo seco, y la famosa estrella que se alzaba orgullosa, hoy solo añade tristeza a un paisaje ya desolador.
Las familias ya no acuden al parque. No es por desinterés, sino por imposibilidad. La falta de transporte, de seguridad y de provisiones para un picnic hacen que visitar el Parque Lenin sea un viaje en vano, un recorrido por la nostalgia de lo que tanto significó. Los niños del pasado han crecido, y contemplan cómo sus propios hijos no tendrán acceso a ese rincón de alegría.
Las ruinas del Parque Lenin simbolizan también la pérdida de una Cuba nostálgica: la Cuba de la infancia, que se observa en los múltiples ejemplos a lo largo del país. El Coppelia, que en su apogeo vendía helados a raudales, se ha convertido en un lugar de largas filas para un sabor que apenas aparece. Guanabo, otrora vibrante y festivo, ahora posee más suciedad que visitantes. El zoológico, donde los niños se maravillaban con los leones, se ha transformado en una triste colección de jaulas vacías y animales desnutridos.
Así, como el Parque Lenin, Cuba se desmorona lentamente. Los parques, las salas de cine, los museos y los espacios que solían aportar felicidad en la infancia ahora son zonas desiertas o carecen de electricidad.
El país ha ido transformándose en un álbum de memorias desgastadas. El abandono ha devorado lo que fue la isla, y quienes crecimos disfrutando de esos lugares llevamos un duelo silencioso. Porque no se trata “solo de un parque”, ni “de un cine cualquiera”, ni “de una heladería más”. Es la pérdida de la cotidianidad, de lo que nos hacía sentir vivos con solo tener una tarde libre y las ganas de disfrutar. En última instancia, es lo que llevó a muchos a abandonar su hogar.